La Tercera

“No tengo ninguna aspiración de ser considerad­o un escritor ‘serio’”

- Pablo Retamal Navarro Carlos Basso

Fue una epifanía. Un día, mientras el periodista y escritor Carlos Basso (52) iba en un taxi en Concepción, tuvo una idea. Un ovillo de lana del cual jaló un hilo y comenzó a tejer una historia. “Me puse a pensar qué habría pasado si Julio Verne y Arthur Conan Doyle se hubieran conocido -cuenta a Culto-. Empecé a pensar sobre eso y el siguiente acto fue que se me ocurrió escribir una ficción usándolos a ellos como personajes, pues conozco algo de la vida de ambos y ellos son personajes de novela, desde todo punto de vista”.

Y explorando más ideas, llegó al enigma que concierne a la identidad de William Shakespear­e, sobre todo lo relativo al verdadero autor de las obras que se le atribuyen, como Romeo y Julieta, El rey Lear o Hamlet. En ese sentido hay dos tesis: la de los “stratfordi­anos”, quienes afirman que el Shakespear­e de carne y hueso, nacido y fallecido en Stratford-upon-Avon, fue el efectivo autor de sus obras; y la de los “anti-stratfordi­anos”, quienes afirman que el Shakespear­e histórico en realidad fue una fachada, y que el verdadero autor de las obras del inglés sería el filósofo Francis Bacon, el padre del empirismo científico.

Uniendo esas dos vertientes, Basso comenzó una escribir una novela en modo victoriano: Las claves secretas de Shakespear­e, que ya se encuentra disponible vía Suma. En ella, son justamente Julio Verne y Arthur Conan Doyle quienes se embarcan en resolver el peliagudo misterio. El francés ya es un veterano escritor, y el escocés está en la cumbre de su carrera literaria gracias al éxito de su personaje Sherlock Holmes, del cual está aburrido. Quiere buscar algo nuevo en su vida, y ahí aparece Verne.

“Hubo una fase previa de documentac­ión, que consistió en leer cuánta biografía existe sobre Arthur Conan Doyle y Julio Verne, con el fin de tratar de dar con el tono de ellos como personajes y, además, el relativo al tercer personaje real que incluí en un rol principal, que es el de Joseph Bell, el profesor de semiología médica de Doyle en la universida­d, que es el verdadero Sherlock Holmes y que,

LAS CLAVES SECRETAS DE SHAKESPEAR­E

CARLOS BASSO Suma

292 páginas

Romeo y Julieta.

de hecho, es también el personaje en quien se basa el personaje del Dr. House”, cuenta Basso.

Profesor de Periodismo de Investigac­ión de la Universida­d de Concepción, Basso ha desarrolla­do una interesant­e carrera como escritor. Ganó dos veces el Premio a la creación literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y ha publicado libros de investigac­ión periodísti­ca, como Los fantasmas de la CIA (2023), La secta perfecta (2022) o novelas como La república nazi de Chile (2019).

¿Qué te atrajo de estos escritores -Verne y Doyle- para que los convirtier­as en personajes de una novela?

Crecí en los años setenta y ochenta en un Osorno oscuro, triste y chato, pero afortunada­mente mi mente nunca quedó atrapada allí, sino que corría a la velocidad de la luz por los mares de la Malasia, las estepas de Siberia, Los Cárpatos, Islandia o la city de Londres. Sucede que cuando mi abuela se dio cuenta de que me gustaba leer, rescató una vieja colección de libros Bruguera de aventuras, de los años 40, les arregló los lomos y me los llevó.

Sobre Conan Doyle y Verne, ¿los leías en algún momento de tu vida? ¿Eres fan de las novelas del siglo XIX?

Quizá suena exagerado, pero las únicas personas que he llegado a idolatrar en mi vida (aún hoy) son

Las claves secretas de Shakespear­e,

esas dos mentes formidable­s que fueron Verne y Doyle, así como Umberto Eco, que también me las arreglé para que esté en este texto, aunque no puedo contar más, a riesgo de spoiler. Ahora bien, nunca había reflexiona­do acerca de si soy un fan de las novelas del siglo XIX, pero gracias a tu pregunta me doy cuenta que sí. Aunque es muy tardía, sigo creyendo que una de las mejores novelas jamás escritas en la historia es Drácula y, por eso, en mi novela también aparece un guiño hacia Bram Stoker, otro contemporá­neo de Bell, Doyle y Verne.

En algún momento Verne y Doyle hablan del choque de los escritores que eran considerad­os “serios” con los que no. ¿Dónde te ubicas tú? ¿Crees que ese choque se mantiene actualment­e?

Por supuesto que ese choque existe y te respondo la primera pregunta con un solo dato: soy profesor asociado de la Universida­d de Concepción y publico muchos libros, probableme­nte más que nadie en toda la universida­d. Incluso, debo estar entre los autores que más publican a nivel nacional, pero nunca me han invitado a la feria del libro que organiza la propia universida­d, ni siquiera para rellenar como público alguna charla aburrida que nadie quiere escuchar. Por cierto, no ando buscando que me inviten ni tampoco iría a estas alturas. Solo te lo cuento como evidencia del desprecio de la academia -en general- por lo que denominan como “popular” versus el culto al paper. En todo caso, no tengo ninguna aspiración de ser considerad­o un escritor “serio”. El mejor homenaje que alguien me podría hacer sería alinearme con los “no serios”, como considerar­on alguna vez a Doyle y Verne. Es más: ni siquiera me considero un “escritor” propiament­e tal. Ese es un adjetivo para gente de marca mayor. Como he dicho muchas veces, soy un periodista que de cuando en cuando se asoma a la ficción, pero genéticame­nte soy eso: un periodista (de lo cual no puedo estar más orgulloso).

En otro ámbito, ¿qué piensas de la Inteligenc­ia Artificial?

Me preocupa muchísimo. El año pasado publiqué una columna en El Mostrador relatando cómo chat GPT inventó cuñas (declaracio­nes) en una nota que había escrito y que le había pedido que me corrigiera. Mi preocupaci­ón no deviene de la creencia de que la IA nos va a reemplazar a todos (aunque quizá eso suceda), sino de un hecho que la propia literatura ya ha advertido: la posibilida­d de que la inteligenc­ia artificial se parezca tanto a la inteligenc­ia humana que sea capaz no solo de mentir, sino de crear mal, y eso es aterrador, porque frente a ese poder no hay mucho que podamos hacer. ●

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