El blindado Cochrane tiene su novela: un capítulo eclipsado de la Guerra del Pacífico
Fue uno de los buques insignia de la armada chilena durante el conflicto y participó en la captura del Huáscar. Hoy, la novela Fragata Cochrane del escritor Andrés Valenzuela, revive la cotidianidad de quienes estuvieron embarcados durante esos meses de 1879 y se aleja de los relatos más romantizados.
Era uno de los buques estelares de la escuadra chilena durante la Guerra del Pacífico, aunque en la jornada épica del 21 de mayo se encontraba en alta mar junto al resto de la escuadra. La fragata blindada Cochrane, junto con el blindado Blanco Encalada, las corbetas Abtao, O’Higgins y la cañonera Magallanes, volvían a Iquique tan rápido como podían al descubrir que la escuadra del Perú no se encontraba en el Callao, adonde habían ido para enfrentarlos, sino que habían enfilado al sur. El resto es sabido, al llegar al puerto se encontraron solo con la Covadonga, pues la Esmeralda fue hundida por el Huáscar.
Y ese nombre se convirtió en una pesadilla para los chilenos. El monitor blindado capitaneado por Miguel Grau se las arregló para hostilizar la costa chilena incluyendo la recién tomada Antofagasta. Pasarían largos meses antes que el buque peruano fuera abatido en el Combate de Angamos, el 8 de octubre de 1879, con el blindado Cochrane como uno de los buques principales de la jornada. De hecho, fue uno de sus proyectiles el que literalmente pulverizó a Grau.
Pero el Cochrane no ha tenido la misma repercusión que la Esmeralda o la Covadonga, las naves de Iquique. Hasta ahora. El escritor Andrés Valenzuela (43) acaba de publicar la novela Fragata Cochrane, una ficción en que se interna justamente en el buque, comandado primero por el capitán de navío Enrique Simpson, y luego por el capitán de fragata Juan José Latorre. Esta es su octava novela, sucesora de la trilogía Misiones secretas de la Guerra del Pacífico (Los libros del desierto, 2020), entre otras, aunque esta es la primera con una editorial grande,
Ediciones B, parte del conglomerado Penguin Random House.
El volumen se adentra en los recovecos cotidianos de la Guerra del Pacífico. La vida a bordo de la tripulación, los pocos días de permiso en Antofagasta, el horror de la guerra, la creciente tensión de los altos mandos para capturar al Huáscar, los temores, y hasta los amoríos. Es una novela histórica ágil, de lectura amena, pero sobre todo muy concentrada en lo humano. “Me interesa una visión realista -señala Valenzuela a Culto-. Leí tanto Adiós al Séptimo de Línea como Hidalgos del Mar de Jorge Inostrosa, obras referentes en la narrativa de la Guerra del Pacífico y me parecieron muy bien documentadas y ambientadas, además de seguir el curso histórico de los acontecimientos casi al pie de la letra, aunque también corresponden a la narrativa épica escrita en otros tiempos. Entiendo hacia dónde apuntan, teniendo incluso ciertos fines pedagógicos en torno a la Historia. A mí, en cambio, me interesa hacer algo distinto, lo que viene de la mano también con que actualmente la ficción bélica abandona esos arquetipos más románticos y se enfoca en un mayor realismo, centrándose en que en la guerra siempre hay más dolor, destrucción, desperdicio, horror, sufrimiento y muerte que honor o gloria”.
¿Por qué eligió ficcionar al Cochrane y no a otro de los barcos de la escuadra?
El tema surgió en una conversación con un muy querido amigo que me planteó esto durante la preparación de la novela y terminó siendo un pilar fundamental del relato. Lo del Cochrane me pareció interesante por ser uno de los dos blindados que tuvo la escuadra chilena durante el conflicto, algo opacado tras otros nombres como la Esmeralda o la Covadonga, pero que tuvo una importancia clave en las operaciones durante la guerra y sobre todo en lo que fue el enfrentamiento con el Huáscar peruano. Pasó suficiente historia a bordo del Cochrane que valía la pena recoger su travesía.
¿Qué le llama la atención de la
Guerra del Pacífico?
Me resulta llamativo que se trata de un hecho histórico, en realidad una sucesión de hechos históricos, de una relevancia gigantesca, a veces pasados por alto y cuyas consecuencias siguen y probablemente seguirán más que presentes en los tres países beligerantes por mucho tiempo. Definió la manera en que nos relacionamos con países vecinos, estableció fronteras formales que hasta el día de hoy son objeto de discusión, sentenció rivalidades que espero no sean eternas y, en fin, define de manera sustancial a los pueblos involucrados, tanto en su momento como en la actualidad.
¿Cree que la Guerra del Pacífico está muy romantizada?
Creo que el transcurso del tiempo, unido a la época en que se desarrolló el conflicto puede haber contribuido a eso. La Guerra del Pacífico fue hace casi 150 años, sin nadie vivo que haya estado presente, entre eso, algo de desconocimiento y las ideas que se pueden tener de esa época, sin bombas atómicas aunque tampoco sin penicilina, se tiende a pensar que pudo no haber sido tan terrible. A eso también puede sumarse el enfoque que se le dio a la guerra en su momento y que por alguna razón permaneció desde entonces: se enaltecía a los héroes y se glorificaban ciertas acciones porque, como en toda guerra, era algo que se usaba como propaganda, tanto en Chile como en Perú y Bolivia. Y para ese momento era lo esperable, pero pervivió igual a lo largo de los años. No se trata de quitarle valor a lo que hicieron muchos hombres y mujeres durante la guerra, sin importar el bando por el que combatieron, pero si nos quedamos solo con la exaltación idealizada de eso, se tiende a pasar un poco por alto la parte más fea y menos glorificable, que por desgracia también ocurrió. ●