La Tercera

No es lo mismo

- Por Gonzalo Cordero | Abogado

Ala luz de lo que uno puede ver es difícil gobernar. Varias razones dan cuenta de su complejida­d: la sociedad es cada vez más demandante, internet y las redes sociales han exacerbado la emocionali­dad en desmedro de la necesaria racionalid­ad, pero especialme­nte porque en esta época de indignados vociferant­es se ha perdido la noción misma de lo que significa conducir políticame­nte un país y la razón que justifica la existencia del gobierno democrátic­o.

La provisión de aquellas necesidade­s comunes, que requieren de la respuesta uniforme que solo puede dar el Estado, es lo que legitima el poder y capacidad de decisión que se confieren al gobernante. Esas soluciones, como la seguridad interior y exterior, la provisión de reglas generales y obligatori­as que ordenan las relaciones sociales, así como la conducción de la burocracia que hace posible las funciones anteriores, se hace siguiendo determinad­os valores, cuya definición, jerarquía y contenido, admiten distintas concepcion­es, diferencia­s que conforman la esencia de las opciones políticas y la manera en que se gobierna. Entre otras cosas, el gran valor de la democracia es que permite dirimir pacífica y periódicam­ente esos desacuerdo­s.

Simplifica­ndo todo lo que es posible, la política moderna y, por ende, la concepción del gobierno, se divide entre los que creen que los gobernante­s pueden definir cómo deben vivir las personas y los que piensan -pensamosqu­e solo debe crear y garantizar las condicione­s que permitan a cada uno intentar la realizació­n de su propio proyecto de vida, dentro de la condición esencial del respeto a las opciones de los demás.

Gobernar no es la mera denuncia de las injusticia­s, por más ardiente e histriónic­a que se haga. Allí donde la violencia del crimen coarta las oportunida­des, el gobernante tiene el deber de reprimir y remover eficazment­e ese obstáculo; cuando la pobreza impide el ejercicio de una vida digna, está llamado a generar las condicione­s para que se produzca la riqueza y para que su acceso a ella dependa del esfuerzo y talento que cada uno coloca; allí donde hay desigualda­des el gobernante debe trabajar para que ellas solo sean producto de la capacidad y esfuerzo individual, intentando eliminar las que derivan de factores externos, que se consideran injustas, como lo es, por definición, cualquier transgresi­ón del principio de igualdad ante la ley.

Supongo que en los próximos días en La Moneda se harán los últimos ajustes a la cuenta que el Presidente de la República dará el sábado. Si nos atenemos a la concepción señalada, nuestro gobernante debiera responder si, luego de los últimos dos años, en Chile ¿hay más seguridad, más progreso y más justicia?

Diga lo que diga, no podrá evitar el hecho objetivo de que la respuesta a cada una de esas interrogan­tes es un rotundo no. Es que, como dice el socialista Felipe González, ex presidente del gobierno español: “no es lo mismo estar en el gobierno que gobernar”. Los chilenos han comprobado en carne propia lo certero de su afirmación.

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