La Tribuna (Los Angeles Chile)

PROHIBIDO PAJAREAR

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Señor director: Una larga fila de autos detenidos frente a la altanera luz roja. Todos los que ocupan el espacio entre el volante y el asiento están impaciente­s; los espera el trabajo, el colegio, la peluquera, el supermerca­do, el negocito… Mientras, el pie late sobre el acelerador y la vista atenta a la luz amarilla de los otros, de esos que cruzan felices; esa luz indica que se les terminará la felicidad a esos… los otros.

También indica que ya viene la añorada luz verde; y cuando por fin se enciende, se produce un vacío, un pasmo, un suspenso; el primero se relaja y avanza contento, como que olvida el taco, la espera, la angustia, y va imaginando cosas… el segundo conductor también está salvo, ni rastro del anhelo reciente, tranquilo continúa su camino y entre él y su antecesor caben dos, tres autos; el tercer conductor lo mismo, relajo absoluto, y otra vez dos, tres espacios perdidos.

La angustia aumenta para el séptimo jinete automotriz, mira a su copiloto que está semiincons­ciente, sabe que no sólo su destino depende de lo atinados que sean sus antecesore­s; pero no, puerca esperanza, el cuarto as al volante, gracias a la tecnología del Guasap (en chileno), tuvo una repentina descoordin­ación general que se manifestó, en lo particular, a la altura de los pies, lo que produjo unos corcovos automovilí­sticos y se detuvo el motor, entonces inhaló, se rearmó emocionalm­ente, echó a andar otra vez el motor, y ahora sí salió suave, lento, también lo logró, se salvó contento, además tenía mucho, muchísimo espacio por delante.

El quinto auto-conductor no era un ciudadano muy ocupado ni interesado en los demás, como cualquiera, como casi todos; aún así pasó, y sólo perdió dos espacios; entonces, amarillo, esta vez el terrible mal agorero amarillo, tristeza de unos y alegría de esos, los otros, otra vez; el amarillo llegó justo cuando el sexto al volante era un prudente atípico que en vez de acelerar a fondo, se detuvo en seco.

Esta escena sucede todos los días en todos los semáforos, y de los 15 carromatos esperando pasar, pasan con suerte entre cuatro a seis cachivache­s, pudiendo haber sido de siete a diez. Por ende, a los que se repiten la esquina se les redujo el lapso de imaginació­n, o verán el entrecejo del jefe más arrugado, o tendrá que justificar otra vez el atraso del hijo con el inspector carepalo, o ese colega madrugador se ganara la comisión del negocito.

En general nada grave, excepto que el copiloto del séptimo auto, ¿ se acuerda?, el que estaba semiincons­ciente, pues era un atropellad­o recogido por un conductor decente, pero que se desangró en el semáforo antes de llegar al hospital…

En todo caso, no confundir los semáforos con esas tristes, ruidosas y subdesarro­lladas carreras clandestin­as. Sólo se solicita, por favor, algo de solidarida­d con los vecinos de atrás. Esa solidarida­d que se pedía, que se imploraba, cuando se estaba en el puesto de más atrás. Muchas gracias.

Ahora, si lo suyo no es la solidarida­d producto de una paupérrima educación, por lo menos no pase por una de esas aves de corral que no pueden volar, tipo pavo o pava, gansa o ganso. Usted elija cuál ave de alas cortas le acomoda más. Rómulo García

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