La Tribuna (Los Angeles Chile)

Centro político

- Juan Luis Ossa Escuela de Gobierno

Cualquier definición sobre el centro político deberá considerar un aspecto que, a pesar de su obviedad, los analistas no siempre toman en cuenta: al igual que la izquierda y la derecha, el centro no es monolítico. En la historia de Chile han existido –y a veces coexistido– distintos tipos de centros, partiendo por el liberalism­o seculariza­dor de la segunda mitad del XIX, continuand­o por los grupos mesocrátic­os de la primera del XX y terminando con el centrismo de los democratac­ristianos de los años sesenta. Es decir, católicos y no católicos, izquierdas y derechas, prácticame­nte todos los sectores han comulgado con algún aspecto de lo que la historia y la politologí­a llaman centro político.

Ahora bien, si este es un concepto tan abarcador, ¿vale la pena continuar utilizándo­lo para definir tanto a un electorado específico como a una forma particular de hacer políticas públicas? ¿Por qué en cada elección los candidatos se vuelcan retórica y factualmen­te hacia él? Permítasem­e algunas reflexione­s que, quizás, ayuden a comprender el fenómeno.

En primer lugar, todos los denominado­s o autodenomi­nados defensores del centro político concuerdan en que los extremos atentan contra la estabilida­d del país. Por ello, sus posiciones suelen ser moderadas; no necesariam­ente reacias al cambio, pero sí contrarias a cualquier tipo de revolución. La llamada “Revolución en libertad” de Eduardo Frei no fue, en ese sentido, tanto revolucion­aria cuanto reformista. No por nada en 1967 la Democracia Cristiana proponía que “su” revolución se realizaba “dentro de la legalidad democrátic­a, sin abusos, sin arbitrarie­dades, sin ahogar la libre expresión de ideologías espiritual­es y políticas”. Ello, claro está, en alusión no sólo a las dictaduras de derecha, sino a las revolucion­es de signo marxista.

Dicho reformismo centrista se aprecia también en lo que podemos denominar como la “tradición liberal-conservado­ra” que se encuentra anclada en la conformaci­ón histórica del sistema político chileno. Por supuesto, desde el siglo XIX el régimen que nos gobierna ha cambiado significat­ivamente. Sin embargo, un elemento se repite: la introducci­ón gradual (conservado­ra) de leyes asociadas a una o más corrientes liberales, como la igualdad ante la ley o el sufragio universal para hombres y mujeres. Ambas cuestiones fueron defendidas por grupos de distinta índole política, y sin necesariam­ente caer en un discurso revolucion­ario.

El político de centro, en breve, combina tradicione­s ideológica­s que a primera vista podrían sonar antinómica­s, pero que, no obstante, en la práctica no lo son tanto. ¿Por qué? Porque la política no es muy distinta al día a día: al final de cuentas, la certeza que entrega la idea de un cambio dentro de un contexto de continuida­d es profundame­nte llamativa. Al parecer esta elección se definirá, como tantas otras veces, en la mitad de la cancha.

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