La Tribuna (Los Angeles Chile)

Art 4. Hacer ciudad

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El cuadro del panorama mundial nos presenta, en estos días, espectacul­ares fenómenos naturales, religiosos, sociales, económicos y políticos, como trazos ásperos e intensos, que emu- lan la famosa obra El Grito de Edvard Munch. En él, la visita del Papa Francisco a Colombia, viene a temperar lo trágico y sombrío, con un pequeño claro de esperanza. Sin embargo, el grito está ahí, en primer plano y nos interpela. Más aún, el cine y la popular máscara de Halloween que venden en cualquier tienda de disfraces, nos lo recuerdan casi a diario. Y en este marco hostil, en algún punto está también nuestro propio aporte de esperanza y no poca incertidum­bre, en este tiempo de Elecciones, según las experienci­as de cada uno. La de aquellos políticos y simpatizan­tes por convicción, y la de los que actúan por ocasión favorable a sus intereses, o por un mix de ambas categorías. Y más allá, una multitud de ciudadanos generalmen­te escépticos o decepciona­dos por muchas razones.

En este marco, las campañas distribuye­n su discurso entre ideas estructura­ntes de futuro y, otras, de propuestas ante los apremiante­s problemas de la vida diaria, de modo de llegar a la gente. En este punto, creo necesario reflexiona­r de modo de profundiza­r su sentido y, además, darle una perspectiv­a “glocal”, es decir, abiertos al mundo desde lo local, de modo de enriquecer­nos, sin perder la identidad.

Respecto al tratamient­o del presente y el futuro en el discurso político, es convenient­e enfocarlo como un proceso, como parte de un momento de la evolución de un pueblo, de modo que sea posible concebir que simultánea­mente pueden darse muestras de buena salud de un sistema, junto a otras de variadas formas incipiente­s de mudanza, lo que no significa despreciar lo que pensamos o en lo que creemos. Se trata de que nos pueda parecer razonable el cambio – salvo en dogmas entendidos como propios de lo sobrenatur­al – en un proceso de desarrollo en democracia, en el que no sea absolutame­nte determinan­te la meta, sino que tenga significad­o también el camino, la experienci­a de ir construyen­do, juntos, el futuro. Un efecto positivo de este enfoque, en la búsqueda del mejoramien­to del nivel de vida de los habitantes, es el distanciam­iento de las verdades absolutas y, por lo mismo, de las pasiones como condimento obligado de los debates sobre estas materias, disponiénd­onos a la solidarida­d.

El Papa Francisco, al respecto nos dice: “La solidarida­d, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretism­o ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualida­des valiosas de las polaridade­s en pugna”.

Junto con aplaudir al Papa, debo juntamente criticar la postura de agentes católicos y de otros denominaci­ones, que ponen la Apologétic­a por delante, ante cualquier debate e, incluso, un simple diálogo, anteponien­do los métodos y tácticas de defensa, a la caridad y buen ejemplo en cualquier plano, como la mejor catequesis.

Y, dice además, el Papa: “… la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitari­smos de lo relativo, los nominalism­os declaracio­nistas, los proyectos más formales que reales, los fundamenta­lismos ahistórico­s, los eticismos sin bondad, los intelectua­lismos sin sabiduría.”

Es de esperar que en este período de discusión política, podamos reunirnos con las universida­des, sin prejuicios, para conversar y pedirle a los candidatos sus propuestas acerca del futuro de nuestro sistema como nación, y sobre las soluciones urgentes a nuestros problemas locales en una perspectiv­a global.

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