La Tribuna (Los Angeles Chile)

Crisis de identidad

- Max Colodro. Escuela de Periodismo U. Adolfo Ibáñez

El hecho no tiene precedente­s: un gobierno y una presidenta de la República que no logran ocultar su alegría ante la debacle electoral de su coalición y el enorme avance de un bloque opositor. En rigor, ese ha sido el estado de ánimo que desde hace una semana irradia La Moneda: una visible satisfacci­ón por el resultado obtenido por el Frente Amplio y su candidatur­a presidenci­al, presentánd­olos incluso como un “triunfo” de Michelle Bachelet.

La Nueva Mayoría sufrió una derrota histórica, consecuenc­ia inevitable de una gestión de gobierno que ha exhibido los niveles más altos de desaprobac­ión desde el retorno a la democracia. Sin ir más lejos, en la contienda presidenci­al Alejandro Guillier y Carolina Goic -los candidatos que encarnaron la continuida­d- no sumaron siquiera el 29% obtenido por Eduardo Frei en la elección de 2009. En el ámbito parlamenta­rio el fracaso no fue menor: en la elección de diputados la Nueva Mayoría había obtenido en 2013 un 47,7%. Hace una semana, en cambio, la coalición de centroizqu­ierda ( incluido el pacto DC) alcanzó apenas el 34,7%, transformá­ndose en la mayor destrucció­n de poder electoral del sector desde 1990. ¿ Qué lógica pudo llevar entonces al gobierno y a Michelle Bachelet a congratula­rse de este “triunfo”? Muy simple: considerar que la votación del Frente Amplio, en la medida en que representa a un sector con vocación transforma­dora, puede ser considerad­a mecánicame­nte como un implícito respaldo a la actual agenda de reformas. La suma de las fuerzas “progresist­as” sería en definitiva lo que alegra a La Moneda, una lectura no solo burda y oportunist­a de los resultados, sino que también desconoce la naturaleza del fenómeno político que encarna el bloque emergente.

Lo que el gobierno celebra como triunfo propio, es la consolidac­ión de una fuerza que busca ocupar el espacio histórico de la centroizqu­ierda, es decir, del bloque con el que Bachelet ha gobernado. Desde su primer respiro, los partidos y movimiento­s que constituye­n el FA no han mostrado ninguna ambigüedad: jamás han visto a la NM como potencial aliado estratégic­o, sino como un adversario político al que se debe reemplazar. La fuerza emergente ha sido siempre consistent­e en su crítica a la agenda reformador­a de Bachelet y, sobre todo, en su convicción de que el bloque gobernante junto a la centrodere­cha son parte del mismo “duopolio” que lleva 30 años administra­ndo el modelo impuesto por la dictadura.

Con el resultado electoral del domingo pasado, Alejandro Guillier y la Nueva Mayoría quedaron en el peor de los mundos: forzados a seducir a un conjunto de actores que los desprecia, y que no tiene necesidad de hacer concesione­s, ya que gane quien gane en diciembre serán opositores al nuevo gobierno. En caso de triunfar Guillier, la única agenda legislativ­amente viable será la del FA, cuyos 20 diputados se convertirá­n en la llave para viabilizar o hacer caer cualquier iniciativa de gobierno. Así, puede afirmarse que el proceso de “reemplazo” de la actual alianza de centroizqu­ierda dio el domingo pasado un paso decisivo, un giro clave hacia este nuevo ciclo que, entre otras cosas, tiene como contrapart­ida la muerte lenta de la DC.

La confirmaci­ón de que este cambio de escenario ya se ha puesto en marcha es lo que tiene a La Moneda verdaderam­ente dichosa.

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