La Tribuna (Los Angeles Chile)
El desafío de cerrar el año
Estamos a algunos días de cerrar el año escolar… pareciera que pasó más rápido que nunca; se aproximan las pruebas finales, los actos, las celebraciones, todo en la vorágine de lo que además es fin de año, convirtiéndose en un tiempo marcado por el “hacer”. El desafío entonces está en traspasar los límites de lo administrativo centrado en medir los conocimientos que adquirieron los estudiantes y volcar la atención en lo que fue el año como experiencia pedagógica, transformada en aprendizaje para la vida, de manera que todos los niños y jóvenes tengan la oportunidad de descubrir y reconocer lo que el año dejó en ellos. Eso implica conducir y llevar a cabo un proceso reflexivo, en que se invite a los estudiantes a evaluar lo que pasó, lo que a cada uno le pasó y observar su propia transformación, valorando sus logros y asumiendo sus limitaciones, encontrando significado a las propias experiencias.
Este ejercicio de reflexión debe estar orientado no al “hacer” sino a brindar a cada uno la posibilidad de comprender, a partir de conclusiones lógicas, inferencias claras –desde una actitud abierta y amable- lo que ha sido este año y cómo aquello impacta su propia vida. Es que en los profesores debe primar la idea que cada vez que se está frente a un estudiante, se tiene la oportunidad histórica de generar un cambio en él, de aportar para que mejore su calidad de vida, de hacerlo consciente de aquello que es, de lo que vive y siente, para que sean esos los soportes que le permitan tomar decisiones, previendo siempre las consecuencias de sus acciones, de manera que aprenda a pensar de forma crítica, analítica y creativa y, desde ahí, pueda proyectar su futuro.
Qué hermosa tarea es esta de enseñar a pensar, que parece ser una función tan natural en todas las personas, pero que por lo mismo se ha tornado en algo apresurado, casi automático, vago y ha desatado consecuencias tanto personales como colectivas, en una sociedad cada vez más globalizada y, al mismo tiempo, individualista. Consecuencias relacionadas con el egoísmo, con la creencia de que nadie hace mejor las cosas que uno y que las dificultades y los fracasos siempre son culpa de otro. Para actuar bien, hay que pensar bien y, para eso hay que conocer la verdad, a partir de la realidad de las cosas. Es eso lo que finalmente les permitirá a todos los estudiantes –y también a los profesores, padres y apoderados- aprender y progresar desde la experiencia, convirtiéndola en un recurso para el crecimiento personal.
Esta es una tarea que debemos aprender a hacer, profesores y padres. Enseñar a pensar a nuestros niños y jóvenes, para que estudien mejor, para que tomen buenas decisiones en las cosas importantes de la vida, para que resuelvan sus conflictos, para que se liberen de prejuicios… aprovechemos, con alegría y creatividad, este fin de año para hacerlo.