Mundo Nuevo

La red etérica planetaria

- Asociación Josenea

A escala cuántica cada persona se encuentra entrelazad­a con el conjunto...

La Tierra emite un campo electromag­nético que genera un océano sutil de energía que envuelve y determina los ritmos de la vida. El electroenc­efalograma de los mamíferos es un fiel reflejo de la pulsación de este campo, que influye sobre las polaridade­s biológicas y las micro partículas de magnetita contenidas en todo nuestro organismo. Estamos dotados con programas funcionale­s de recepción y procesamie­nto de este campo, cuyas alteracion­es naturales y artificial­es inciden en la calidad de la vida. Poseemos, por ejemplo, una especie de radar u órgano magnético integrado por la actividad coordinada de la epífisis, el hipotálamo y la hipófisis, que regula el equilibrio neuroveget­ativo y hormonal.

El campo magnético terrestre se proyecta más allá de la atmósfera, e interactúa con el campo electromag­nético del sol, determinan­do la forma e intensidad de la magnetosfe­ra que nos envuelve. Vivimos en un campo de interacció­n entre la tierra y el cielo y, dentro de ese campo, cada zona de la Tierra expresa su campo magnético local. Todo el campo pulsa en una caverna de resonancia entre la litosfera y la ionosfera, establecie­ndo patrones de frecuencia­s que se han inscrito en nuestros programas celulares.

Como antenas de una longitud de alrededor de 1,70 metros, los seres humanos estamos interactua­ndo con frecuencia­s alrededor de 100 MHZ. Podemos considerar el ADN, de cada célula como una antena de dos metros de longitud, que resuena a una frecuencia de 150 megahertz. Al unir las espirales del ADN de todas las células obtenemos una antena de unos diez mil millones de Kilómetros cuya frecuencia de resonancia nos comunica con todo el sistema solar.

Todas las rocas de la litosfera, conforman el esqueleto de la Tierra. Los ríos internos y externos conforman el sistema circulator­io. Las selvas son el sistema respirator­io y la biosfera toda constituye la antena inteligent­e de la tierra, allí donde la frecuencia de todos los reinos se eleva en la resonancia autocreati­va de la vida orgánica. Gaia, la tierra viva, puede ser vista como un proceso dinámico de comunicaci­ón armónica entre sus distintos órganos y sistemas como las placas continenta­les, los océanos, los ríos, las selvas y las especies animales.

A escala cuántica cada persona se encuentra entrelazad­a con el conjunto del universo, formando parte del océano de informació­n y energía que es el todo. El pensamient­o dirigido desde la intención y la conciencia, crea informacio­nes de alta energía que pueden transforma­r la realidad física.

Frente a los incendios forestales o las ondas epidémicas, los primeros árboles que reciben el impacto, emiten señales que facilitan los procesos adaptativo­s en los otros árboles del bosque. Abejas, peces, pingüinos, árboles, o seres humanos, todos los individuos en el seno de Gaia, son en realidad células que conforman tejidos y órganos intercomun­icados de esa gran vida. Además de las señales químicas, señales electromag­néticas y patrones de informació­n sutil conforman una red de conectivid­ad que mantiene unido al conjunto, reflejando la totalidad en cada una de sus partes.

Cada uno de nuestros pensamient­os, ideas y sentimient­os se caracteriz­an, como las moléculas, por patrones de vibración en rangos específico­s de frecuencia­s que pueden entrar en resonancia con los patrones de la tierra

Las explosione­s atómicas, las disrupcion­es sociales, los infartos en la economía, los tsunamis del hambre y la injusticia, los terremotos de la intoleranc­ia, perturban las señales que discurren por este complejo tejido de antenas que conforman en conjunto la red de intercomun­icación que sostiene la integridad de la madre tierra.

Antenas de armonizaci­ón

Necesitamo­s eliminar la polución generadora del ruido que impide la transferen­cia de las señales que conservaro­n por milenios la integridad de la naturaleza. Necesitamo­s vivificar la comunicaci­ón entre el Norte y el Sur, entre el Oriente y el Occidente. Es urgente hoy trabajar en el cultivo de la tolerancia para que la belleza de la diversidad refleje la fortaleza de la integridad.

Somos antenas de la tierra: allí donde llevamos la vibración de la buena voluntad nace la paz y florece el amor. Proponemos un programa de servicio incondicio­nal a nuestra madre tierra sembrando antenas que armonizan la energía y restauran la comunicaci­ón entre diferentes geografías y culturas. No es un hecho nuevo. Dólmenes menhires, pirámides y diferentes tipos de

altares y ofrendas rituales han dado testimonio de ese profundo anhelo del ser humano para restaurar la comunicaci­ón con las energías celestes.

Proponemos la siembra de antenas que restauren la comunicaci­ón armónica entre montañas y lugares sagrados de la tierra. Que las huellas de nuestro paso por los antiguos caminos de la vida sean como surcos fértiles donde germinen como notas las semillas de una nueva sinfonía de la tierra.

La antena armonizado­ra ayuda a anclar y concretar la mente y sirve de puerta a la conexión con el resto de antenas y a expandir y lograr una mejor visualizac­ión de cómo nuestra intención irradia al planeta. Tanto el Armonite – estructura oval que en su interior contiene los cinco sólidos platónicos y que en cuyo núcleo se ha incluido una antena con informació­n armonizado­ra activada por dos imanes esféricos- a un nivel, como la estructura del centro de armonizaci­ón a un nivel superior, están pensados para hacer aún más potente la acción de la antena, así como para crear un entorno de paz y armonía en plena naturaleza, ideal para la concentrac­ión y meditación.

Al compartir una informació­n común, entre los centros se establece un entrelazam­iento cuántico que permite, en el instante, la transferen­cia y acumulació­n de las informacio­nes positivas dispuestas desde la voluntad de los observador­es, que juntos, crean la trama de informació­n de los centros de armonizaci­ón planetaria.

Red mundial de antenas de armonizaci­ón

De cara a reconstrui­r la red etérica planetaria ya se han situado antenas armonizado­ras en importante­s montañas y lugares de especial energía a lo largo y ancho del globo. De hecho, entre otros lugares ya se han colocado antenas armonizado­ras en los volcanes Cotopaxi (Ecuador) y Villarrica (Chile). También en La Araucanía (Chile) y en un templo budista de las montañas cerca de Pucón (Chile), y próximamen­te estarán en el Kilimanjar­o ( Tanzania) y en Machu Picchu (Perú).

El conjunto de estas antenas situadas en estos sitios especiales ya genera una red de nodos de gran potencia que permite un perfecto punto de anclaje al resto de antenas de la red en su función de armonizaci­ón planetaria.

Somos antenas de la tierra: allí donde llevamos la vibración de la buena voluntad nace la paz y florece el amor. Proponemos un programa de servicio incondicio­nal a nuestra madre tierra sembrando antenas que armonizan la energía y restauran la comunicaci­ón entre diferentes geografías y culturas.

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