El gran legado de Tompkins para Chile
Douglas Tompkins fue un adelantado de su tiempo. Enamorado tempranamente de la naturaleza y su disfrute, llegó a nuestras tierras muy joven a hacer camping y a escalar el Fitz Roy, ese monte que mira a Chile y a la Argentina, allá en la Patagonia. Del grupo de amigos con los que realizó este viaje, todos devinieron en influyentes hombres de negocios y finanzas, al igual que él.
A partir de su interés por la vida al aire libre comprendió que había que transformar el vestuario para estar más cómodo cuando se convive con la naturaleza. Hizo fortuna en este nicho y no dudó en poner sus recursos en lo que era para él lo esencial: preservar la naturaleza de nuestro planeta para las generaciones futuras.
A Chile volvió nuevamente en la década de los ´90 cuando muy pocos hablaban de biodiversidad; recién se comenzaba a pensar en el cambio climático y el Protocolo de Kyoto de 1998 era una lejana posibilidad.
Lo conocí como Ministro de Obras Públicas conversando sobre la Carretera Austral y luego como Presidente, cuando me propuso
donar 80 mil hectáreas para hacer un Parque Nacional y esperaba que el Ejército aportara otras 80 mil y el Estado 100 mil más. Así nació el Parque Nacional del Corcovado que tiene al majestuoso volcán de ese nombre a orillas del Océano Pacífico, ahí donde la larga Cordillera de los Andes se sumerge en el mar.
Recuerdo las suspicacias e incomprensiones cuando llegó. ¿Qué pretende este extranjero al comprar tierras que aparentemente están destinadas sólo a ser preservadas?, ¿Cuál es su negocio que tiene que comprar un bosque templado, único en el mundo, con alerces de hasta 4 mil años y donde construyó el Parque Pumalin? Su actividad pionera permitió que en Chile se comenzara a comprender que había una riqueza forestal, en estado casi virgen, y que era necesario conservar.
Ese fue el gran legado de Tompkins que, después de su muerte, se entendió mucho mejor. Ahora el Estado de Chile recibirá como donación el Parque Pumalín y muchas otras propiedades, y tendrá la responsabilidad de continuar la labor que inició Douglas Tompkins, es decir, ser capaces de disfrutar a la naturaleza y a la vez preservarla. Entender que durante nuestra vida no somos los dueños del planeta, sino que habitantes transitorios con la obligación de cuidar nuestro entorno y mantenerlo para las próximas generaciones. Aprender a hacerlo bien es la enseñanza que nos dejó Douglas Tompkins.