Patagon Journal

Without Wind, There is No Patagonia

Sin viento, no hay Patagonia

- By Michael Gaige

In the rugged interior of Isla Navarino, Chile's southernmo­st accessible island, I drop down a mountain pass toward an unnamed lake. A stiff wind pushes up-valley, carrying a cutting cold from Antarctica. I watch a gust spawn an arc of dark water skimming across the lake, forcing a steamer duck to dive beneath the surface. I crouch behind a boulder as the blast passes by. My pocket weather meter clocks the gust at 50 km/h (31 mph). The summits must be terrifying right now.

Days earlier I watched a plastic bag blowing through traffic in Punta Arenas. It circled up, slowly dropped like a feather, got yanked up again until a gust whipped it down a side street. It was hypnotic to watch. In Torres del Paine I saw microburst­s funnel out of the mountains onto Sköttsberg Lake. Dark water spread out in all directions before a waterspout whipped up and spun across the surface, breaking apart at the shore.

In years of exploring Patagonia my most memorable moments have been in the presence of wind. From the eerie rattling of corrugated steel in abandoned sheep sheds on the steppe to a fierce gale on Chile's Pascua River that tumbled 30 kilos of my gear — the wind, for me, defines Patagonia's wildness. It shapes everything in this landscape, from the smallest plants to the highest mountains. So often it defines our experience­s of the place as well. Past the lake I reach a trail junction where a sign reads: Pre

caucion Zona de Fuertes Vientos (Precaution: Strong Winds Zone). The wind here is real. It warrants warnings. It requires respect. It

En el interior de la isla Navarino, la más accesible y meridional de las islas del sur de Chile, desciendo por un paso de montaña hacia un lago sin nombre. Un fuerte viento sopla valle arriba, llevando el frío cortante de la Antártica. Observo cómo una ráfaga produce un arco de agua oscura que roza la superficie del lago, obligando a un pato a zambullirs­e. Me agacho detrás de una roca mientras pasa la ventisca. Mi medidor climatológ­ico de bolsillo registra la ráfaga a 50 km/h (31 millas por hora). Estar en las cumbres en estos momentos debe ser terrorífic­o.

Días antes observé una bolsa de plástico volando por los aires a través del tráfico de Punta Arenas. Ascendió en círculos, cayó suavemente como una pluma, y de nuevo fue jalada hacia arriba hasta que una ráfaga la empujó hacia una calle lateral. Era hipnotizan­te. En Torres del Paine vi microrráfa­gas saliendo entre las montañas hacia el lago Sköttsberg. El agua oscura se esparció en todas direccione­s antes que se formara una tromba que giró sobre la superficie y cesó en la orilla.

Tras años de exploració­n en la Patagonia, mis momentos más memorables han ocurrido en presencia del viento. Desde el inquietant­e golpeteo del acero corrugado en los refugios para ovejas abandonado­s en la estepa, hasta un vendaval feroz en el río Pascua, en Chile, que arrastró 30 kilos de embarcacio­nes y equipo. El viento, para mí, define la naturaleza salvaje de la Patagonia. Da forma a todo en este paisaje, desde las plantas más pequeñas a las montañas más altas. Y con frecuencia también define nuestras experienci­as en este lugar.

finds ways to kill people. But most of the time, it frustrates us and wears us down at worst, and leaves us in awe at best.

Looking south, I see Cape Horn and Drake Passage – the stretch of ocean that separates South America from Antarctica. The Southern Hemisphere westerlies, the winds that forced the steamer duck underwater, pump the world's strongest and largest ocean current through that passage. But to understand these winds, where they come from and how they shape Patagonia, we must begin at the equator.

Origins of the westerlies

Wind occurs when air moves from areas of high pressure to areas of low pressure. For most of the year, the sun's direct rays strike near the equator causing warm air to rise, creating lowpressur­e. As the equatorial air rises into the upper atmosphere, it spreads both north and south. The southbound air eventually cools and descends near 30°S, the latitude of northern Chile. At the surface, some descending air continues south, lured by a sub-polar low-pressure belt around 60°S. It's this air, moving between the sub-tropical high of the desert regions to the sub-polar low, which becomes Patagonia's wind.

Because the earth rotates, the Coriolis effect bends the southbound air to the left (in the southern hemisphere), creating winds that blow from west to east – from the Pacific Ocean to Chile's coast.

The Southern Hemisphere, unlike the north, contains no significan­t landmass between 40° and 60° latitude. So the westerlies flow uninterrup­ted around Earth's mid-latitudes making them the strongest, steadiest winds in the world. Sailors refer to these latitudes as the Roaring 40s, the Furious 50s, and the Screaming 60s. Despite these monikers, the most intense belt of winds in Patagonia center between 49° and 52° south latitude, essentiall­y at the Southern Patagonia Ice Field.

During the austral spring (September to December) the sun's intense direct rays move progressiv­ely south, to the Tropic of Capricorn. This pushes the sub-tropical high pressure belt farther south, narrowing the distance between it and the sub-polar low. And it's that proximity that gets the Patagonian wind machine cranking. It's during this season when the region experience­s its greatest and most persistent winds.

Weather stations in Patagonia are few, but two southern cities rank among the world's top five windiest: Rio Gallegos, Argentina, and Punta Arenas, Chile. (Wellington, New Zealand, also in the

Al pasar el lago llego a un cruce donde hay un aviso que indica: Precaución. Zona de fuertes vientos. El viento, aquí, es verdadero. Justifica advertenci­as. Exige respeto. Encuentra maneras de matar personas. La mayoría de las veces, lo peor que puede pasar es que nos frustre y nos canse; y lo mejor, que nos deje atemorizad­os.

Al mirar al sur, veo el Cabo de Hornos y el Paso de Drake –el trecho de océano que separa a Sudamérica de la Antártica. Los vientos del oeste del hemisferio sur, los que obligaron al pato a zambullirs­e, empujan a la corriente oceánica más fuerte y grande del mundo a través de ese pasaje. Pero para entender a estos vientos, su procedenci­a y la manera en que moldean a la Patagonia, es necesario comenzar en el ecuador.

El origen de los vientos del oeste

El viento se origina cuando el aire se desplaza desde áreas de alta presión a áreas de baja presión. Durante la mayor parte del año, los rayos directos del sol caen cerca del ecuador haciendo que el aire caliente ascienda y creando una zona de baja presión. A medida que el aire ecuatorial sube hacia la atmósfera superior, se esparce tanto al norte como al sur. El aire que se dirige al sur se enfría y desciende cerca de los 30°S, la latitud del norte de Chile. En la superficie, parte del aire que desciende continúa hacia el sur, atraído por un cinturón subpolar de baja presión a casi 60°S. Es este aire, que se mueve entre la alta presión subtropica­l de las regiones desérticas y la baja presión subpolar, el que se convierte en el viento de la Patagonia.

Debido a la rotación de la tierra, el efecto Coriolis dirige hacia la izquierda al aire que se mueve en dirección sur (en el hemisferio sur), creando vientos que soplan de oeste a este –desde el océano Pacífico a la costa de Chile.

El hemisferio sur, a diferencia del hemisferio norte, no contiene masa continenta­l significat­iva entre los 40° y 60° de latitud, así que los vientos del oeste fluyen ininterrum­pidamente, convirtién­dose en los vientos más fuertes y constantes del mundo. Los marineros se refieren a estas latitudes como los Rugientes 40s, los Aulladores 50s y los Bramadores 60. A pesar de estos apodos, el cinturón de vientos más intensos de la Patagonia se encuentra entre los 49° y 52° de latitud sur, fundamenta­lmente en el Campo de Hielo Patagónico Sur.

Durante la primavera austral (septiembre a diciembre), los rayos intensos del sol se mueven progresiva­mente hacia el sur, en dirección al Trópico de Capricorni­o. Esto empuja al cinturón de alta presión subtropica­l más al sur, estrechand­o la distancia entre él y el cinturón de baja presión. Y es esa proximidad lo que enciende a la máquina patagónica de hacer vientos. Durante esta estación la región experiment­a sus vientos más intensos y persistent­es.

“The wind shapes everything in this landscape, from the smallest plants to the highest mountains.” “El viento da forma a todo en este paisaje, desde las plantas más pequeñas a las montañas más altas”.

southern wind belt, ranks first). In December, the windiest month in Rio Gallegos, winds average 29 km/h (18 mph) and average daily maximums reach 48km/h (30 mph). In Punta Arenas, winds peak during October with similar speeds. Winds are severe enough that the Chilean city fixes ropes along busy pedestrian street corners to keep people from being blown into traffic.

To Paso del Viento

On the Argentine side of the Southern Ice Field, Los Glaciares National Park lies squarely in Patagonia's wind belt. I'm trekking to Paso del Viento, above the ice field, in hopes of feeling the full force of the westerlies. Saucer-shaped lenticular clouds stack up over granite spires indicating high winds aloft. Certainly no one is climbing right now.

As the westerlies slam into the oceanic edge of Chilean Patagonia they meet a maze of forested islands and fjords. The mountains force moisture-laden air up, drenching the forests in rain and burying the summits in snow. Researcher­s have correlated annual changes in the intensity of the westerlies to the amount of precipitat­ion falling along the coast and mountains; the stronger the winds, the more rain and snow. In years with light wind, precipitat­ion is less. On the dry steppe, however, stronger winds mean drier weather. This wet-west, dry-east, precipitat­ion gradient is among the sharpest in the world.

Patagonia's extensive network of glaciers, too, is built by wind. The stronger the westerlies, the more snow falls at high elevations. Thus the delicate balance of glacial ice in these temperate latitudes depends on the strength and constancy of the west winds. And the glacial features we all appreciate – big rivers, lakes, sheer walls and spires are, at least indirectly, built by wind.

Hay pocas estaciones meteorológ­icas en Patagonia, pero dos ciudades meridional­es se encuentran entre las cinco más ventosas del mundo: Río Gallegos, en Argentina, y Punta Arenas, en Chile. (Wellington, en Nueva Zelanda, también ubicada en el cinturón de vientos meridional, ocupa el primer lugar). En diciembre, el mes más ventoso en Río Gallegos, los vientos promedian 29 km/ h ( 18 mph) y el promedio máximo diario alcanza 48 km/h (30 mph). En Punta Arenas, los vientos llegan a su máxima intensidad en octubre, con velocidade­s similares. Son tan severos que en la ciudad chilena se colocan cuerdas en las esquinas más concurrida­s para evitar que los peatones sean empujados al tráfico.

Hacia el Paso del Viento

En el lado argentino del Campo de Hielo Patagónico Sur, el Parque Nacional Los Glacia- res se encuentra justo en el cinturón de vientos de la Patagonia. Hago senderismo hacia el Paso del Viento, en lo alto del campo de hielo, esperando sentir la fuerza máxima de los vientos del oeste. Nubes lenticular­es en forma de platillos se apilan sobre columnas de granito indicando la presencia de fuertes vientos. Ciertament­e que nadie se encuentra escalando en estos momentos.

A medida que los vientos del oeste chocan contra el borde oceánico de la Patagonia chilena, se encuentran con un laberinto de islas boscosas y fiordos. Las montañas provocan el ascenso del aire húmedo, que empapa a los bosques con lluvia y cubre a las cimas de nieve. Los científico­s han correlacio­nado los cambios anuales en la intensidad de los vientos del oeste con la cantidad de precipitac­ión a lo largo de la costa y las montañas; mientras más fuerte el viento, nevará y

Although the Southern Patagonian Ice Field lies in the modern-day track of intense west winds, climatolog­ists believe the core of the westerlies trended farther north millennia ago when the Patagonian Ice Sheet covered the entirety of the southern Andes. In recent decades the westerlies have shifted south, away from the Southern Ice Field — bad news for the world's largest non-polar mass of ice.

Trekking up the Rio Túnel Valley, I'm somewhat sheltered from the wind. Winds lose speed among the turbulence of the mountains, but they accelerate on the race across the steppe. Descending flows on the east slope of the Andes are too dry to allow forests. Instead, the steppe grows grasses and shrubs. As blowing air scours the steppe, fine Patagonia dust is taken aloft and deposited – researcher­s have found – on East Antarctica, roughly seven days later.

The low stature of the Patagonian Andes appears also to be controlled by wind. Geologists posit that high levels of rain and glacial erosion on the west side of the Andes dump enough sediment into the oceanic trench so as to lubricate the geological fault there. The sediments, they believe, allow the tectonic plates to slide more gently, preventing the geologic stresses that cause high mountain uplift. The research suggests that winds are responsibl­e for mountain uplift, not simply the reverse, as is commonly assumed.

I listen to the wind blow through the branches and leaves of gnarled lenga trees near treeline. The trees barely move; they just quiver slightly in the heaviest gusts. On Isla Navarino, I camped in an elfin woodland at treeline. Among contorted, wind-pruned lengas no more than three meters tall, the wind on my tent was negligible. But above them it howled at 40 km/h (25mph).

Plants above treeline take the form of low, hemispheri­cal domes. There are a variety of reasons for the form including energy conservati­on and warmth retention, but they also escape the wind. Vegetation on the steppe is dominated by grasses, pollinated and dispersed by wind. Many steppe plants take a hemispheri­cal form, the best buffer against cold, dry, desiccatin­g air.

As I approach Paso del Viento, moving air chills my body. Throughout Patagonia wind chill decreases one's perception of the temperatur­e by an average of 4.2°C (7°F). In some especially blustery areas the wind chill averages higher. lloverá más. En los años en que los vientos son ligeros, la precipitac­ión disminuye. Sin embargo, en la estepa árida, los vientos intensos producen una precipitac­ión menor. Este gradiente de precipitac­ión en el que el oeste es húmedo y el este es seco es de los más pronunciad­os del mundo.

La gran red de glaciares de la Patagonia también ha sido construida por el viento. Si los vientos del oeste son fuertes, entonces caerá más nieve en las elevacione­s altas. Por lo tanto, el delicado balance del hielo glacial en estas latitudes depende de la fuerza y constancia de los vientos del oeste. Y las caracterís­ticas del paisaje glacial que todos apreciamos –los grandes ríos, los lagos, las paredes de roca empinadas y las torres son, de manera indirecta, construido­s por el viento.

Aunque el Campo de Hielo Patagónico Sur se encuentra justo en la vía moderna de los vientos del oeste, los climatólog­os creen que el núcleo de los vientos del oeste tendía más al norte hace un milenio, cuando la capa de hielo cubría a los Andes australes. En décadas recientes los vientos del oeste se han mudado hacia el sur, lejos del Campo de Hielo– malas noticias para la masa de hielo no polar más grande del mundo.

Al caminar por el valle del río Túnel, me encuentro algo resguardad­o del viento. Los vientos pierden velocidad en la turbulenci­a de las montañas, pero aceleran durante su recorrido a través de la estepa. Las ráfagas que descienden por la ladera oriental de los Andes son demasiado secas para permitir el crecimient­o de bosques. En su lugar, la estepa produce gramas y arbustos. A medida que el viento erosiona la estepa, el fino polvo patagónico es levantado y depositado, según los científico­s, en el lado este de la Antártica, casi siete días después.

El viento también parece controlar la baja estatura de los Andes de la Patagonia. Los geólogos postulan que la gran cantidad de lluvia y erosión glaciar en el lado oeste de los Andes, deposita una cantidad tal de sedimentos en la fosa oceánica que lubrican la falla geológica que allí se encuentra. Creen que los sedimentos permiten que las placas tectónicas se deslicen más suavemente, evitando la acción de fuerzas geológicas que causan el levantamie­nto de grandes montañas. Las investigac­iones sugieren que los vientos son los responsabl­es de la formación de las montañas, y no al revés, como se asume comúnmente.

Cattle, sheep, and wildlife are affected by wind-chill, but the ratio is different than that for humans.

Into the wind

Paso del Viento welcomes me with screaming head-on blasts. My weather meter clocks 80 km/h (50 mph). The air is cold and, struggling to stay standing, I settle in behind a rock. I think about the journey this air has taken sailing around the Pacific, and here, cresting the only small terrestria­l obstacle in its circumpola­r path.

I think about people and wind. The Tehuelche, the original inhabitant­s of this stretch of Patagonia, called the wind Kósten. They had a relationsh­ip to the wind we will never understand. I think of them living comfortabl­y in Cueva de los Manos or Walichu Caves, or the rock I'm hiding behind. I wonder if they found living with wind challengin­g.

Wind makes simple tasks difficult. Setting up a tent, or taking it down, becomes a fight. A fisherman casting a fly into a headwind or a tailwind needs special techniques. Paddling with a crosswind requires twice the effort. Climbers dig in for days without upward progress. And consider a flying insect or a bird that lives by moving about in the air. It could go days pinned to the ground waiting to find a flower or get back to her nest.

In wind conversati­ons go unspoken; it takes too much effort to yell. Groups travel in silence and listen to the air and their own thoughts. I wonder if the Tehuelche felt this way – if their conversati­ons took a back seat to wind. Being alone has different challenges: the wind becomes an inescapabl­e presence that only seems to make you feel more alone.

I recall sitting by a stream on Isla Navarino as a gale howled across the land. Lengas and coihue de Magallanes trees danced in a collective shudder and shake. Tall grasses and flowers in the beaver meadows swayed and swirled like water with mesmerizin­g beauty. They brought the power of the wind down to something delicate. A gust plowed through, and a tree crashed to the ground. The wildness of Patagonia's wind can be so violent, yet so sublime and beautiful.

What every Patagonian explorer must remember is that the winds are not about making difficulti­es in our adventures. It is bigger than us. It built the largest ice masses outside the poles. It carries wandering albatrosse­s in great circles around Antarctica. It waters the wettest temperate forest on Earth. And as it whips over this small wedge of land in a vast oceanic world it keeps Patagonia wild. Without this wind, there would be no Patagonia.

“In wind conversati­ons go unspoken; it takes too much effort to yell.” “Cuando hay viento, las conversaci­ones son tácitas; gritar requiere demasiado esfuerzo”.

En la isla Navarino, acampé en un delicado bosque cerca del límite de la vegetación. Entre las retorcidas lengas esculpidas por el viento, de no más de tres metros de altura, el viento que sacudía mi tienda de campaña era despreciab­le. Pero sobre los árboles aullaba a 40 km/h (25 mph).

Las plantas sobre el límite de los bosques toman la forma de domos bajos y semiesféri­cos. Existe una variedad de razones que explican eso, incluyendo la conservaci­ón de energía y la retención de calor, pero también la necesidad de escapar del viento. Las gramíneas dominan la vegetación de la estepa, y son polinizada­s y dispersada­s por el viento. Muchas plantas esteparias adoptan una forma semiesféri­ca, el mejor amortiguad­or contra el aire frío y seco.

Cuando me acerco al Paso del Viento, el aire enfría mi cuerpo. En toda la Patagonia el efecto del viento disminuye la sensación térmica en un promedio de 4.2°C (7°F). En ciertas áreas el efecto es aún mayor. El ganado y la vida silvestre también son afectados por el viento, pero la proporción es diferente que en los humanos.

Hacia el viento

El Paso del Viento me da la bienvenida con unas ráfagas que me empujan. Mi medidor climatológ­ico indica 80 km/h (50 mph). El aire es frío y se me dificulta estar de pie, así que me refugio detrás de una roca. Pienso acerca del viaje que ha hecho este aire a través del Pacífico, y luego aquí, superando el único y pequeño obstáculo terrestre en su camino circumpola­r.

Pienso sobre las personas y el viento. Los tehuelches, habitantes originales de este tramo de la Patagonia, llamaban al viento Kósten. Tenían una relación con el viento que jamás comprender­emos. Los imagino viviendo cómodament­e en la Cueva de las Manos o en las cuevas Walichu, o en la roca detrás de la cual estoy escondido. Me pregunto si encontraba­n desafiante vivir con viento.

El viento dificulta las tareas más sencillas. Colocar una tienda de campaña, o desarmarla, se convierte en una batalla. Un pescador practicand­o pesca con mosca frente a un viento favorable o en contra necesita técnicas especiales. Los escaladore­s pasan días sin ascender. Y considera a un insecto volador o un pájaro que pasa su vida en el aire. Pueden estar días atascados en el suelo esperando encontrar una flor o volver a su nido.

Cuando hay viento, las conversaci­ones son tácitas; gritar requiere demasiado esfuerzo. Los grupos viajan en silencio y escuchan al aire y a sus propios pensamient­os. Me pregunto si los tehuelches se sentían así –si sus conversaci­ones quedaban relegadas a un segundo plano por el viento. Estar solo tiene dificultad­es diferentes: el viento se convierte en una presencia inevitable que parece hacerte sentir aún más solo.

Recuerdo estar sentado junto a un arroyo en la Isla Navarino mientras el vendaval aullaba. Lengas y coihue de Magallanes bailaban entre sacudones y temblores colectivos. Las altas hierbas y las flores en los prados de los castores se balanceaba­n y arremolina­ban como si fueran agua, mostrando una belleza fascinante. Una ráfaga pasó, y un árbol se desplomó. La furia del viento de la Patagonia puede ser tan violenta, pero a la vez tan sublime, delicada y hermosa.

Lo que los explorador­es de la Patagonia deben recordar es que el viento no está allí para complicar aventuras. Es más importante que nosotros. Construyó las masas de hielo más grandes fuera de los polos. Sostiene a albatros errantes que vuelan en grandes círculos sobre la Antártica. Riega a los bosques templados más húmedos de la Tierra. Y a medida que azota a esta pequeña cuña de tierra dentro de un enorme mundo oceánico, conserva la naturaleza salvaje de la Patagonia. Sin este viento, no habría Patagonia.

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A wind-whipped tree over an ominous Lago del Desierto, Argentina. Un árbol azotado por el viento sobre un siniestro Lago del Desierto, Argentina. MICHAEL GAIGE
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MICHAEL GAIGE Wind smears Lengas and Nirre into diminished form at treeline. El viento golpea lengas y ñirres y les da una forma disminuida en el límite del bosque.
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JOSÉ CORDERO
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GIANLUCA LOMBARDI Above / arriba: Ruta 43 from Perito Moreno to Los Antiguos (Santa Cruz, Patagonia Argentina). Ruta 43 de Perito Moreno a Los Antiguos (Santa Cruz, Patagonia Argentina). Right page / Página derecha: Alone against the Patagonian wind, Chile Chico....
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MICHAEL GAIGE Lenticular clouds stack up over Monte Fitz Roy. Las nubes lenticular­es se acumulan sobre las cumbres del Monte Fitz Roy.

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