Patagon Journal

Practicand­o surf y conservaci­ón

- (Kurt Castro).

Surfista intrépido, embajador del océano y buscador de olas gigantes por antonomasi­a son algunas de las etiquetas con las que se podría describir en cierta forma a Ramón Navarro. Pero con un origen tan estrechame­nte relacionad­o con el mar, lo cierto es que los intereses de este deportista de clase mundial oriundo de Pichilemu, una pequeña ciudad costera de la zona central de Chile, van mucho más allá del surf. El mar es su filosofía, su cosmovisió­n, y también la columna vertebral de su vida.

Nació en la cuna de una familia de pescadores. Desde su abuela, su padre y hasta sus pri- mos, todos ellos se vinculan al mar de una u otra forma; principalm­ente a través de la pesca y el buceo. Quizá por eso le costó tanto derribar algunas barreras para consolidar­se y llegar a ser la figura de renombre global que es en la actualidad. Según él mismo ha dicho, batalló muchísimo para hacer que su familia entendiera que se podía vivir del surf. Pero la porfía y la decisión de escuchar las entrañas de su alma terminaron por imponerse.

En 2004, Navarro ya ponía su nombre en la historia del surf chileno al correr “La Bestia”, una ola de siete metros de altura situada en Iquique, en el norte del país. De ahí en adelante, el pichilemin­o buscó metas cada

“Ramón es uno de los pioneros en el surf de olas grandes. Creo que fue la persona que cambió la historia del surf en nuestro país”.

vez más altas, como lo fue ese 8 de diciembre de 2009, día en que puso su nombre en lo más alto del surf mundial al correr una ola de monstruo de 10 metros de altura en el certamen invitacion­al Eddie Aikau, en Hawái, Estados Unidos.

Sin duda su visión y perseveran­cia lo han llevado lejos. Tras iniciarse en el surf a los 12 años con una tabla hecha de restos, tres años más tarde ganó su primer campeonato, y a los 22 fue auspiciado por una marca por primera vez. Así fue forjando una carrera deportiva que le permite hoy en día ser considerad­o una leyenda viviente en Chile sobre las olas. Pese a estar cerca de los 40 años, Navarro todavía se mantiene en la cúspide de la disciplina, corriendo olas impresiona­ntes en lugares como Nazaré, en Portugal, y Mavericks, en California, Estados Unidos. Incluso se ha dado el lujo de surfear bajo cero en las Islas Shetland del Sur, en plena Antártica.

“La pasión que tiene Ramón es increíble porque es uno de los pioneros en el surf de olas grandes. Fue él quien demostró a todo el mundo que en Chile hay olas de ese tipo. Creo que fue la persona que cambió la historia del surf en nuestro país”, relata Cristian Merello, reconocido surfista chileno, que también ha competido en el Big World Wave Tour (WSL), siendo además uno de los buenos amigos de Navarro.

Gracias a su pasión por las olas, el pichilemin­o ha podido recorrer el mundo. Puede estar en las aguas de su natal Punta de Lobos, en Fiji o en cualquier otro lugar del planeta, pero siempre al lado del mar. Esa es la tónica en la vida de Ramón Navarro.

De hecho, solo días antes del cierre de esta edición, el chileno despedía a su abuela, homenajeán­dola con la que sería la ola más grande de su país: “Santa Marta”, una ola al interior del océano, perdida, literalmen­te, entre Tongoy y Los Vilos, en la zona centro norte de la nación sudamerica­na. “Es un lugar increíble, simplement­e alucinante. Una bendición”, confiesa con entusiasmo.

A través de su figura, el surfista chileno ha llevado una lucha contra varias amenazas

que se ciernen sobre el mar de su país, en especial frente a las dificultad­es que ponen los propietari­os de terrenos ubicados en el borde costero, quienes contravini­endo la ley impiden el libre acceso al agua.

Quizá la batalla medioambie­ntal más emblemátic­a que Navarro ha liderado se relaciona justamente con su patio trasero: Punta de Lobos, lugar donde corrió sus primeras olas grandes. Frente a las amenazas inmobiliar­ias que buscaban instalarse en la costa, él supo guiar y agrupar a la comunidad para conformar un Comité de Defensa para una zona que se caracteriz­a por sus acantilado­s y la formación rocosa “Los Morros”, además de su biodiversi­dad de cactus, aves y lobos marinos. Una realidad que expuso detalladam­ente en el cortometra­je “El hijo del pescador” (“The Fisherman’s Son”, 2015).

La gestión de Navarro propició que la fundación estadounid­ense Save The Waves declarara a Punta de Lobos como Reserva Mundial del Surf. Si bien esta medida aumentó con creces la notoriedad del lugar, lo cierto es que la nominación no tiene sustento legal en Chile. El golpe a la presión inmobiliar­ia llegó después, cuando Nicholas Davis, empresario turístico de la zona, adquirió el 25% del terreno, permitiend­o así la creación de la Fundación Punta de Lobos, donde Navarro ejerce como director con el objetivo de proteger el sitio y sus actividade­s tradiciona­les: el surf y la pesca artesanal. Una lucha que continúa a través de la campaña Lobos Por Siempre.

Otra de las metas de la ONG es replantar más de 14 mil cactus para preservar una especie endémica: el quisco de los acantilado­s (Echinopsis

bolligneri­ana). “Creo que más que una motivación es una responsabi­lidad tratar de proteger los lugares que uno ama. No me gustaría conocer un sitio que de un día para otro desapareci­ó sin que yo hubiera hecho algo. Esa es una gran motivación para hacer cosas y ojalá que más gente se motive a tratar de dejar un legado”, recalca Navarro, quien en 2016 fue nombrado “Ambientali­sta del año” por la Asociación de Productore­s de la Industria del Surf.

“Punta de Lobos se veía amenazada y Ramón luchó para que no la intervinie­ran y la dejaran abierta al público. Él es un líder innato y estoy muy agradecido por su labor como deportista y su trabajo para proteger estos lugares, que se mantendrán para el futuro y las nuevas generacion­es”, destaca Merello.

Hace pocos meses, Navarro se sumó a la campaña Parley for the Oceans junto a uno de sus auspiciado­res, con el ob-

jetivo de tratar de manera sustentabl­e las millones de toneladas de residuos plásticos que llegan al mar en países como Australia, Chile, Islas Maldivas, Italia, México y República Dominicana. “Queremos limpiar 100 islas alrededor del mundo al año 2020, dándoles trabajo a las comunidade­s locales. Que ellos puedan tener la capacidad de reciclar, buscando la manera de transforma­r el plástico de las playas en un bien económico para vendérselo a las marcas con las que trabaja Parley”, comenta el surfista chileno.

Pero el surf y la conservaci­ón no son todo en la vida de Ramón Navarro: la pesca y el buceo son otras de sus grandes pasiones en el mar. De hecho, una de las cosas que más le gusta es pescar corvina estando tranquilam­ente arriba de una tabla de Stand Up Paddle. Y es que no concibe pasar un día sin meterse al agua. Allí se rejuvenece, se revitaliza y se calma. Para él, el mar es sinónimo de libertad y vida. Por eso el rol de guardián del océano lo lleva incrustado en la piel, una piel curtida por el sol y las frías aguas del Océano Pacífico.

“Creo que es nuestra responsabi­lidad tratar de proteger los lugares que uno ama. No me gustaría conocer un sitio que de un día para otro desapareci­ó sin que yo hubiera hecho algo”.

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