Una vida dedicada al mar
Nacida y criada junto a la costa de Belice, en el extremo noreste de Centroamérica, el destino de Janet Gibson parecía sellado para tener una conexión especial con el mar. Hizo sus estudios para ser bióloga y zoóloga en Estados Unidos, y poco después regresó a trabajar para el Departamento de Pesca de la Ciudad de Belice, la mayor urbe de aquel país. Pero en un organismo como ese, probablemente nunca se sintió muy cómoda. Y es que trabajaba en un sitio donde la flora y fauna marina era vista en gran medida como un recurso con posibilidades de ser explotado.
No fue hasta que colaboró con la Belize Audubon Society para proteger el Cayo Media Luna, que su vida empezó a girar en otro sentido. Era fines de los 70’, y se iniciaba así su emergente carrera como conservacionista del océano. Por fin sentía que estaba haciendo lo que su corazón y su alma le pedían a gritos. “Crecí amando el mar y al final eso fue la base de mi carrera”, cuenta mirando en retrospectiva.
Actualmente, Gibson está jubilada después de una vida dedicada a la conservación y protección del mar de Belice, poseedor, entre otras cosas, de la barrera de coral más grande del hemisferio occidental, de alrededor de 300 kilómetros de
extensión. Su trabajo discreto y reservado durante cuatro décadas quizá no la transformó en una mujer conocida por sus aportes a nivel global por el común de los ciudadanos, pero sin lugar a dudas se trata de una eminencia de la conservación marina, muy valorada entre sus pares y por cualquier amante del océano.
Su trabajo decidido y perseverante por los ecosistemas marinos de la nación centroamericana fue reconocido en 1990 con el Premio Medioambiental Goldman, el galardón más importante otorgado a am- bientalistas, que vino a destacar su férrea lucha y capacidad para generar conciencia en su país en materias que años atrás eran totalmente rupturistas.
Primeras victorias
Dueña de un compromiso y una convicción inquebrantable, con mucho sacrificio y pasión Gibson fue capaz de cambiarle la suerte al mar de Belice. Y para bien. A mediados de los 80’, las presiones de desarrollo, la producción de aguas residuales, la sobrepesca y el naciente turismo estaban poniendo en peligro a Hol Chan, un canal submarino en el arrecife de coral que conecta las aguas costeras con el mar abierto. Fue justamente Gibson una de las personas que vio la necesidad y la urgencia de protegerlo: es un área con abundantes praderas de pastos marinos, bosques de coral y una prolífica vida marina.
Trabajando para Wildlife Conservation Society, entidad en la que posteriormente ejerció como directora, encabezó el plan de gestión que transformó al sitio en una reserva marina en 1987, la primera de su tipo en América Central. Para ello debió recorrer su país en busca de apoyo, rompiendo paradigmas y el escepticismo reinante, haciendo campaña a nivel de ciudadanía, empresas, operadores turísticos, pescadores y el gobierno de Belice.
“Gibson encabezó el plan de gestión que transformó Hol Chan en una reserva marina en 1987, la primera de su tipo en América Central”.
Pronto la desconfianza inicial dio un vuelco hacia la aceptación luego de la irrefutable evidencia en terreno: los peces florecieron y el ecosistema se recuperó rápidamente, trayendo consigo beneficios palpables para las pesquerías y el turismo. Hoy, el área protegida de cerca de 20 kilómetros cuadrados recibe unos 70.000 visitantes al año, que aportan significativamente a que la industria turística sea una de las fuentes de ingresos más valiosas en Belice.
Hol Chan fue el puntapié inicial para futuras reservas y parques marinos en aquel país. Luego, en 1993, su trabajo fue fundamental para la declaración del Arrecife Glover, un atolón de coral y uno de los sitios favoritos de Gibson, como reserva marina. También participó en el establecimiento del parque nacional y reserva marina Bacalar Chico. Ambas áreas protegidas, junto a otras cinco a lo largo del arrecife de Belice, fueron designadas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1996, para lo cual la beliceña tuvo un relevante papel.
Además, su labor también fue crucial en el fortalecimiento del programa de Gestión de Zonas Costeras de Belice, que tiene por objeto asegurar el uso sostenible de la zona costera y marítima del país, así como también la conservación de su biodiversidad marina.
Desde fuera
Puede estar jubilada, pero Janet Gibson definitivamente no está retirada de las pistas. Se mantiene activa integrando algunos directorios y comités, entre ellos el Belize Marine Fund, instancias en las que colabora aconsejando y apoyando la conservación marina. Pese a ello, todavía hay algo que le sigue quitando el sueño. “Estoy orgullosa de mi trabajo, pero hay ciertas cosas que desearía haber desarrollado antes de haberme retirado, así que tengo algunas decepciones. De todas formas, creo que lo hice bastante bien en mi carrera”, reconoce Gibson.
Una de sus grandes desilusiones es el hecho de que el sitio Patrimonio de la Humanidad que gracias a su labor fue designado como tal en 1996, ha sido incorporado en la lista de sitios en peligro durante los últimos ocho años. El desarrollo, el mal manejo de ciertos sitios y la potencial exploración en busca de petróleo y gas en el lecho marino de Belice son las principales amenazas para la barrera de coral. Frente a este escenario, Gibson siente que todavía hay mucho trabajo por hacer.
“No parece haber una fuerte voluntad política para hacer las cosas que se necesitan hacer para que la barrera de coral sea removida de la lista de sitios Patrimonio de la Humanidad en peligro”.
En varias ocasiones, ella ha reiterado la necesidad de que el país debe hacer su máximo esfuerzo para proteger con convicción su barrera de coral. Y es que tener la barrera de coral más grande del hemisferio occidental sin duda es un sentimiento de orgullo para cualquier beliceño, pero también una gran responsabilidad. No sólo por su belleza inigualable, sino que por los servicios que entrega a la industria pesquera, el turismo y la ciudadanía en general: la línea costera de Belice es tan baja, que la barrera de coral sirve a modo de protección natural.
“No parece haber una fuerte voluntad política para hacer las cosas que necesitan efectuarse para que la barrera de coral sea removida de la lista de sitios Patrimonio de la Humanidad en peligro”, asegura Gibson, quien con cierto grado de cautela mantiene la esperanza de que algún día se logre su gran anhelo. Llegó la hora de que las nuevas generaciones tomen la posta.