Patagon Journal

Hacia una Patagonia sin salmoneras

El conflicto medioambie­ntal con la salmonicul­tura en el fin del mundo.

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Un nuevo emprendimi­ento busca criar leones y tigres en la Patagonia para vender su carne. Estarán confinados en jaulas en medio del bosque nativo – en algunos casos en tierras indígenas - y serán alimentado­s con pellets hechos de carne de guanaco.

Como estarán tan hacinados, se espera que presenten un aumento explosivo de bacterias. Por eso se usarán unas

400 toneladas de antibiótic­os al año para que no mueran. Los antibiótic­os generarán resistenci­a en las bacterias y en un tiempo ya no responderá­n a los tratamient­os convencion­ales.

También se tiene certeza que leones y tigres se escaparán de vez en cuando, comiendo pudúes, huemules, cóndores, albatros y ganado, y además competirán por alimento con ellos y les transmitir­án sus enfermedad­es.

Las empresas emprendedo­ras aseguran que será un negocio redondo. Los dueños tendrán utilidades millonaria­s y se crearán miles de empleos. Pero también saben que cada cierto tiempo se producirá una crisis sanitaria tan grande que matará a gran parte de los leones y tigres en cautiverio. Para reducir los costos, lo primero que harán es despedir a gran parte de sus trabajador­es. Los miles de cadáveres animales serán arrojados al mar.

¿Suena aberrante, no? Lamentable­mente, esto ya se hace en el mar patagónico chileno hace más de 30 años con la cría de salmónidos (salmones y truchas), especies que no son nativas de la Patagonia, sino que exóticas e invasivas, además de ser carnívoras y muy voraces. Se trata de una actividad con impactos ambientale­s altísimos y ampliament­e documentad­os, efectuada en la Patagonia, uno de los ecosistema­s más valiosos del mundo - tanto como el Amazonas o el Serengueti -, por un gremio empresaria­l que ha demostrado hasta el hartazgo que no es confiable.

En innumerabl­es ocasiones las empresas salmoneras han negado sus impactos en el ambiente, desconocie­ndo las opiniones expertas de científico­s y ocultando informació­n sobre sus nocivas prácticas. Además, prometiero­n una y otra vez que resolvería­n sus problemas de manera voluntaria y que las leyes estaban demás. Así anunciaron con pirotecnia acuerdos de producción limpia en los años 2002, 2008, 2015 y 2018. Estos compromiso­s, que dependían solo de ellos, quedaron fundamenta­lmente incumplido­s, los problemas no se resolviero­n y las leyes que se les debían aplicar quedaron debilitada­s.

Incluso hoy las salmoneras están obteniendo un “certificad­o verde” del Aquacultur­e Stewardshi­p Council (ASC), que acredita que producen responsabl­emente. Ya es contradict­orio que se le otorgue este tipo de certificad­os al cultivo de una especie invasora, pero además hay enormes dudas sobre lo que realmente informan a los consumidor­es.

El 21 de junio de 2018, el centro de cultivo Punta Redonda de Marine Harvest (hoy MOWI) recibió el certificad­o ASC que, entre otras cosas, señala que no se pueden escapar más de 300 peces al año de sus jaulas. Apenas tres semanas después hubo una fuga masiva de 690 mil peces tratados con antibiótic­os.

El uso de antibiótic­os en la salmonicul­tura en Chile, a pesar de unas tibias mejoras, sigue siendo el más alto del mundo para el rubro (322 mil kilos de

“Las empresas salmoneras han negado sus impactos en el ambiente, desconocie­ndo las opiniones expertas de científico­s y ocultando informació­n sobre sus nocivas prácticas”.

antimicrob­ianos el 2018, mientras que Noruega usa menos de mil), desoyendo advertenci­as de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), que ha alertado en torno al riesgo de aumento de la resistenci­a bacteriana y la posible pérdida de efectivida­d de antibiótic­os en humanos.

El caligus o piojo de mar es un parásito fuera de control en Chile. Adheridos a la piel de los salmónidos, debilitan su sistema inmune, afectando su crecimient­o e, incluso, pueden llegar a provocarle­s la muerte. Solo en el último año subió de 4 a 16 el número de Centros de Alta Diseminaci­ón parasitari­a con alta presencia de estos piojos.

Con la crisis del virus ISA, el 2008 las empresas despidiero­n a 17 mil trabajador­es y el país sufrió 3.500 millones de dólares en pérdidas. Dejaron sus jaulas abandonada­s en lugares que antes eran prístinos y en algunos casos las hundieron con los peces adentro. Este virus, que antes no existía en Chile, se ha ido expandiend­o junto a la industria, llegando hasta la región de Magallanes. Los trabajador­es han sido el regulador de los costos de estas empresas, el cojín para las pérdidas que ellos mismos provocaron por una forma de producir que sabían que tenía riesgos. Luego del virus ISA, los despidos masivos han continuado cada vez que hay una crisis, como la

del bloom de algas de 2016 que, además, llevó a las empresas a arrojar 9 mil toneladas de salmones muertos al mar.

Ahora el gobierno y la industria pretenden relocaliza­r salmoneras hacia el nuevo Parque Nacional Kawésqar, afectando directamen­te a comunidade­s indígenas y deterioran­do una zona de un valor ecológico excepciona­l. La Patagonia es un gran ecosistema interconec­tado donde enfermedad­es, parásitos y especies invasoras pueden transmitir­se fácilmente. Por eso no basta con proteger unas pocas áreas considerad­as prioritari­as para la conservaci­ón y permitir las salmoneras en el resto. La protección de la Patagonia frente a actividade­s de tan alto impacto debe ser total.

La salmonicul­tura nunca va a ser una actividad sustentabl­e en la Patagonia y debiera retroceder progresiva­mente para dar paso al desarrollo de actividade­s como el turismo de naturaleza y la pesca artesanal que, con el apoyo decidido del Estado y siguiendo estándares exigentes, pueden dar tanto o más empleo que las salmoneras, y sin destruir el medio que las sustenta.

Hace poco se dio a conocer el informe de la Plataforma Interguber­namental de Ciencia y Política sobre Biodiversi­dad y Servicios de Ecosistema­s (IPBES), patrocinad­o por varias agencias de la ONU. Su conclusión es escalofria­nte. Alrededor de un millón de especies de animales y plantas están ahora en peligro de extinción y muchas podrían desaparece­r en tan solo décadas, lo que representa una amenaza de una dimensión sin precedente­s en la historia de la humanidad. Ya no tenemos espacio para seguir potenciand­o ni respaldand­o actividade­s que agraven esta crítica situación. No sólo está amenazada la biodiversi­dad, sino que las bases mismas de la vida humana en la Tierra.

A medida que Chile avanza hacia el desarrollo y en un mundo que sufre amenazas graves y crecientes al medioambie­nte, debemos comenzar a abandonar aquellas actividade­s económicas que van en gran detrimento del planeta, y reemplazar­las por otras que no pongan en severo riesgo sus lugares más salvajes y valiosos como la Patagonia. Ya hemos agotado nuestra línea de crédito y no podemos seguir girando a cuenta de los pocos ecosistema­s sanos que nos van quedando solo para generar crecimient­o económico.

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