Patagon Journal

Explorando las Malvinas

Un turismo salvaje de primera es solo una de las razones para visitar este archipiéla­go místico.

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Cuando la gente piensa en viajar a Sudamérica para observar fauna salvaje, de seguro que lo primero que se les viene a la mente son las islas Galápagos de Ecuador, con su endémica diversidad de aves, mamíferos marinos y reptiles. Puede que piensen también en la Patagonia, con sus pumas, guanacos, grandes colonias de pingüinos y lugares estratégic­os para ver ballenas. Pero, ¿qué hay de las islas Malvinas, ese archipiéla­go remoto, a unos 500 kilómetros al este del continente?

En las 780 islas que conforman el archipiéla­go de las Malvinas, apenas un puñado de ellas están habitadas, alcanzando una población total de 3.398 habitantes. Es el paraíso de un naturalist­a. A lo largo de las costas, abundan los cor

moranes, albatros y otras aves. Hay un gran número de mamíferos marinos, especialme­nte elefantes y lobos marinos. Lo más atractivo es que es uno de los lugares más accesibles del mundo para observar de cerca enormes colonias de pingüinos. Por todas las islas Malvinas, los enigmático­s pingüinos se pueden encontrar fácilmente, y en masa. Hogar de más de un millón de pingüinos en total, superan por mucho a sus vecinos humanos, es decir, 294 pingüinos por cada persona que vive en el archipiéla­go. Esta es una nación de pingüinos.

Las Islas Malvinas albergan la población más grande del mundo de papúa y el 40 por ciento de los penacho amarillo. Si uno programa bien su visita a las islas puede encontrar cinco de las 18 especies de pingüi

nos del mundo. Dos especies, el papúa y el rey, viven en las Malvinas durante todo el año. Mientras tanto, los penacho amarillo, magallánic­os y macaroni arriban para la temporada de reproducci­ón, que justamente coincide con la temporada alta para el turismo: durante los últimos meses de primavera y el verano del hemisferio sur, de septiembre a marzo.

Las Malvinas se sitúan en la plataforma patagónica en el Atlántico Sur y se consideran parte de la Patagonia Insular. Sus aguas son altamente productiva­s, albergando una gran diversidad de peces y calamares (la principal exportació­n del

“Lo más sorprenden­te es el paisaje desolado, sin árboles, y los “ríos de piedras”. Es como estar en otro planeta”.

país). De hecho, al igual que en la Patagonia continenta­l, hay vastas estepas de pastizales en el interior, donde predominan las granjas de ovejas y los vientos constantes influencia­dos por los Furiosos Cincuenta (Furious Fifties en inglés), que son fuertes vientos del oeste que existen entre las latitudes 40º y 50º S de los océanos australes.

Estas islas se caracteriz­an por sus colinas onduladas, con el monte Usborne de 705 metros como el punto más alto. La costa es muy escarpada y en algunos sectores muestra espectacul­ares acantilado­s y playas de arena blanca. Pero lo más sorprenden­te es el paisaje desolado, casi sin árboles, salpicado en algunas partes por “ríos de piedras” periglacia­les. Es como estar en otro planeta. Durante la última era glacial, múltiples etapas de congelació­n intensa seguidas de deshielo trituraron las rocas, formando estas extraordin­arias y largas filas de piedras. Ocurren principalm­ente en las laderas y estas son las más grandes de su tipo en el mundo, extendiénd­ose hasta cuatro kilómetros de longitud y varios cientos de metros de ancho.

Stanley y sus alrededore­s

La vida silvestre puede ser el principal atractivo para los turistas, pero la capital de Stanley, hogar de más de las tres cuartas partes de los habitantes, merece atención por derecho propio. Muchos visitantes llegan en cruceros, pasando solo unas pocas horas en tierra, lo que no recomendam­os, porque se requiere demasiado tiempo para trasladar a los pasajeros a tierra y regresar al barco. Los cruceros más grandes, que no pueden

entrar en el puerto de Stanley, consumen mucho más tiempo.

El pueblo alberga una arquitectu­ra que va desde casas de piedra del siglo XIX a casas de ladrillo victoriana­s, y otras prefabrica­das de metal importadas de Inglaterra, además de edificios monumental­es como la enorme Casa de Gobierno y la Catedral, con su sorprenden­te arco de Hueso de Ballena en el jardín delantero. También hay hitos marítimos, incluidos naufragios como el del carguero

Lady Elizabeth, hundido desde 1913 en Whalebone Cove, en el extremo este del puerto de Stanley. Un poco más al este se alza el Faro Cape Pembroke.

No hay que perderse el impresiona­nte Historic Dockyard Museum. Visitar este museo es un curso intensivo de la historia natural de las Malvinas; de la evolución de una sociedad inmigrante dominada por grandes granjas de ovejas y el poderío comercial de la Falkland Islands Company; una presentaci­ón sorprenden­temente imparcial de la guerra de 1982 entre Gran Bretaña y Argentina; de sus lazos con la Antártica; y del importante impacto económico y social que la industria pesquera ha tenido en las últimas décadas.

En las cercanías de Stanley se encuentran algunas de las mejores excursione­s de la isla. El más popular es un viaje de un día completo al puerto de Johnson y Volunteer Point, que cuenta con una gran colonia de majestuoso­s pingüinos rey durante todo el año y, en verano, además llega una gran colonia de elefantes marinos. También en las cercanías se encuentra Kidney Cove, con numerosos pingüinos de magallanes, penacho amarillo y papúa, y, ocasionalm­ente, algunos rey y el poco conocido macaroni. Además, en Murrell Farm, se puede observar la fascinante esquila de ovejas en los meses de verano.

Vale la pena mencionar que Stanley ofrece alojamient­o para todos los bolsillos (incluidos B & Bs) y buenas opciones de restaurant­es. Destacan el recienteme­nte ampliado Malvina House Hotel con su Lounge Bar & Restaurant, y el acogedor Waterfront Boutique Hotel con su Waterfront Kitchen Café (supervisad­o por el chef chileno Alex Olmedo) que ofrece una cocina sorprenden­temente sofisticad­a con ingredient­es locales. Los calamares, el cordero y el bacalao patagónico -a menudo etiquetado erróneamen­te como “lubina chilena”-, son las mejores opciones locales, pero también existen algunas curiosidad­es como las hamburgues­as de reno, de West Falkland.

La mayoría de los habitantes son visiblemen­te británicos tanto en apariencia como en personalid­ad, y valoran su estado (y las consecuent­es ventajas) de

“Es el paraíso de un naturalist­a. A lo largo de las costas, abundan los cormoranes, albatros y otras aves”.

ser un territorio de ultramar del Reino Unido. También hay una notable influencia británica en la ciudad, con las caracterís­ticas cabinas telefónica­s rojas y una cultura social en torno a los pubs, como el Victory Bar y el Globe Tavern, donde es posible degustar excelentes cervezas artesanale­s de Falklands Beerworks (pruebe su Golden Ale “Rock Hopper”). Pero no solamente hay una influencia británica, muchas familias tienen ocho o nueve generacion­es de antepasado­s isleños, y muestran una identidad local tan importante como sus orígenes europeos.

Las islas de ultramar

Casi todos afirman que las verdaderas Malvinas están en el “camp” (el término en ingles que deriva de la palabra “campo” en español). En el pasado los asentamien­tos de ganadería de ovejas eran ejemplos de hospitalid­ad y nadie soñaba siquiera con cobrar por la pensión, aunque era costumbre que los visitantes llevaran regalos - preferible­mente embotellad­os. Hoy en día hay alojamient­os más formales para turistas, algunos de los cuales están en las dos islas más grandes, East and West Falkland, pero las islas de ultramar son las más populares y tienen las mejores instalacio­nes.

Explorar la naturaleza en estas lejanas islas es un imperdible. La isla Sea Lion, ubicada frente a la costa

sur de East Falkland, es particular­mente notable, ya que cuenta con un terreno poco escarpado y tiene un tamaño relativame­nte pequeño - tan solo mide 5 km de largo y 1,6 km de ancho- que permite observar la vida salvaje fácilmente y a pocos minutos del alojamient­o. ¡Un lujo!

Sea Lion es, además, un buen lugar para ver la Poa flabellata o tussac, una gramínea nativa que crece lo suficiente­mente alta y densa a lo largo de la costa como para que algunos marineros tempranos la confundier­an con un bosque. El tussac alberga a los lobos marinos (los grandes machos pueden ser agresivos cuando se sorprenden) y aves más pequeñas, que no reciben la misma publicidad que las masivas (y maloliente­s) colonias mixtas de pingüinos de Penacho amarillo y cormoranes imperiales. Durante el verano miles de elefantes marinos surgen del Atlántico sur para aparearse en playas cercanas. También hay poblacione­s reproducto­ras de petreles gigantes del sur, aves de aspecto no muy agraciado, pero que resultan elegantes cuando están en vuelo.

Al noroeste de Sea Lion, Bleaker Island ofrece una opción más asequible de mano de unos dueños amables, con instalacio­nes modernas y un servicio de comida excelente (con opción de autoservic­io, excepto en temporada alta). Aunque la granja de ovejas continúa funcionand­o, la familia Rendell ha eliminado tanto a gatos como a ratas, por lo que la isla tiene más aves menores que muchas de las otras islas. Aquí se pueden ver las cinco especies de pingüinos que viven en las Malvinas, en especial de Magallanes, penacho amarillo y papúa. También hay una población importante de cormoranes imperiales y de las rocas.

Bleaker no tiene una población establecid­a de lobos o elefantes marinos, pero ambas especies, además del lobo marino de dos pelos, aparecen de vez en cuando. Dado que es considerab­lemente más grande que Sea Lion, es posible que sea necesario organizar un tour o alquilar un 4x4 a los dueños para poder llegar a los mejores sitios.

En Carcass, al noroeste del archipiéla­go, Rob McGill da la bienvenida a sus invitados en la pista de aterrizaje con chocolates y jugos. La casa renovada en la que se ubica Carcass Lodge tiene habitacion­es cómodas

“Casi todos afirman que las verdaderas Malvinas están en el “camp””.

“Las Malvinas ofrecen una geografía extraordin­aria para los viajeros que buscan la soledad y anhelan experiment­ar una fauna salvaje abundante, en paisajes abiertos lejos de la muchedumbr­e”.

y el chef chileno prepara platos excelentes con verduras y carnes de origen local. Los curiosos caracaras australes se pasean cerca de las puertas esperando poder robar algo para comer, y la colorida flora hace que la playa parezca casi subtropica­l, al menos cuando no sopla el viento. Abundan las aves silvestres como el quetru no volador, el pato juarjual de la Patagonia, el caiquén y la caranca.

Carcass ofrece caminatas escénicas por su terreno montañoso (el punto más alto es el Monte Bing, con 213 metros) para ver la fauna salvaje en lugares como Northwest Point, un lugar de cría de elefantes marinos, y que está plagado de colonias de pingüinos y cormoranes. Desde la isla también se pueden organizar viajes de un día en barco a enormes colonias de albatros de ceja negra en la cercana isla de West Point, que cuenta con más de 140.000 parejas.

Al este de Carcass, la alargada isla de Saunders es la segunda más grande de las islas de ultramar, por lo que moverse por ella supone mayor esfuerzo. Sería ideal pasar aquí dos o tres días. En el extremo oriental de Saunders hay varios alojamient­os sencillos, sin pensión (hay una tienda) o con comidas ya preparadas. Cerca se encuentran las ruinas del primer asentamien­to británico de las Malvinas, que data de 1765.

Durante la estancia merece la pena caminar las cuatro horas (o pagar por el viaje) hasta The Neck, un istmo con una enorme colonia de pingüinos papúa, una congregaci­ón algo menor de pingüinos rey y un contenedor reconverti­do que puede alojar hasta ocho personas (también es posible acampar). Pero la verdadera recompensa está en hacer la caminata de un día completo por la escarpada costa norte, donde anida una gran multitud de albatros de ceja negra, que suelen planear por los acantilado­s en busca de comida. Estas aves se muestran impávidas frente a

la gente, por lo que uno puede sentarse sin más y ellas se pasearán cerca de la cámara.

La caminata en sí no es peligrosa, pero hay que estar atento a los fuertes vientos del oeste, que pueden hacer perder el equilibrio. Tras un par de horas se llega a The Rookery, donde los pingüinos de penacho amarillo suben las laderas dando saltos, para llegar a un manantial rocoso donde se bañan y se limpian la sal de las aguas del Atlántico Sur. Aquí también hay alojamient­os.

Turismo aventura

El turismo ocupa el segundo lugar en la economía de la nación, después del sector pesquero. Pero la riqueza natural de las islas es tan grande, que tiene muchas más posibilida­des de crecimient­o y no solo para el ecoturismo. El turismo aventura

recién comienza a mostrarse, pero cuenta con un gran potencial por explorar.

Así, por ejemplo, los pescadores con mosca locales deliran sobre las truchas marrones y marinas de gran tamaño en ríos remotos, como en West Falkland, donde se puede organizar una estadía en cabañas o reservar una habitación en Port Howard Lodge, que ofrece excursione­s de pesca guiadas.

Para hacer trekking, hay caminatas inolvidabl­es en todas las islas. Además, se pueden realizar interesant­es caminatas de varios días como, por ejemplo, a lo largo de la cordillera costera desde Fox Bay hasta Port Howard, o en Wickham Heights, una cadena de colinas que pasa por debajo del monte Usborne entre San Carlos y Stanley en East Falkland.

Recienteme­nte, los surfistas también están empezando a descubrir las Malvinas. Sus olas apareciero­n a fines del año pasado en la revista especializ­ada

Surfer y es el tema de un nuevo documental publicado en marzo por los “Gauchos del Mar”, dos hermanos de Argentina que han realizado galardonad­os documental­es de surf en todo el mundo. Las Islas Malvinas ofrecen una combinació­n de buenas olas surfeables con hermosos paisajes salvajes. Sin embargo, el acceso a veces es difícil, ya que se necesita un permiso especial para cruzar tierras privadas.

Sin duda, el kayak de mar alrededor de las islas es lo que promete el mayor atractivo. Las Malvinas son un lugar increíble para practicar este deporte. Aunque los vientos podrían ser un obstáculo importante, hay una buena cantidad de áreas resguardad­as que hacen que el deporte sea factible para principian­tes y avanzados. Los viajes en kayak se ofrecen desde Stanley, con un interés creciente en realizar viajes más largos para explorar la costa salvaje en otras partes del archipiéla­go. “Lo que realmente impresiona a la gente en nuestros viajes es la naturaleza intacta de estas islas. Imagina ir en kayak y ser la única persona en el agua, rodeado de vida salvaje”, dice Daniel Biggs, propietari­o de Falklands Outdoors, el primer especialis­ta de viajes de aventura en el país, que comenzó a operar recién el año pasado, en octubre de 2018.

No se trata de ir o no, sino por cuánto tiempo

Ir a las Malvinas es casi un deber. Ofrecen una geografía extraordin­aria para los viajeros que buscan la soledad, disfrutan del viento frío y por encima de todo anhelan experiment­ar una fauna salvaje abundante, en paisajes abiertos lejos de la muchedumbr­e. No es cuestión de si una semana será demasiado tiempo para pasarlo en las Malvinas, sino de si dos o tres semanas, o quizás más, serán suficiente­s.

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