Patagon Journal

La costa sur escondida de Argentina

Manejar por la seca estepa de la Patagonia argentina en dirección Este, para llegar a los imperdible­s de la costa de Chubut y Santa Cruz.

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La Ruta 3 es la carretera principal que va de Norte a Sur, desde Buenos Aires a Tierra del Fuego, atraviesa paisajes con arbustos a ras de suelo, pastizales y un puñado de ciudades entre medio, con algunos asentamien­tos ocasionale­s a orilla de carretera y una que otra parada de camiones. La estepa de la provincia de Chubut es un tesoro natural histórico, la cual alguna vez estuvo cubierta de bosque subtropica­l, habitado por dinosaurio­s que hoy es representa­do con sitios paleontoló­gicos y museos. A lo largo de la costa norte, se encuentra la reconocida Península Valdés, con sus abundantes y accesibles colonias de pingüinos, aves costeras y mamíferos marinos. Allí se ubica Punta Tombo, que ha ganado fama por albergar la mayor colonia de pingüinos del continente.

Por otro lado, consideré la posibilida­d de desviarse a destinos en los que la experienci­a costera se vuelve aún más íntima y gratifican­te.

Hace un tiempo atrás, las autoridade­s redirigier­on la carretera para evitar los asentamien­tos

costeros y algunos puertos para hacer más expedito el comercio por tierra, entre Buenos Aires y el distante sur. Eso es bueno para los negocios, pero, además, es un plus para los turistas que buscan acceder a atraccione­s más remotas en una región que ya es bastante remota. En 1979, por ejemplo, yo crucé la estepa, desde Chile, con una pareja de alemanes en una camper Volkswagen y la primera ciudad argentina que visitamos fue Comodoro Rivadavia pero lo que yo vi fue algo un poco más grande que una parada de camiones donde eventualme­nte pedí aventón para Tierra del Fuego.

“Consideré la posibilida­d de desviarse a destinos en los que la experienci­a costera se vuelve aún más íntima y gratifican­te”.

La puerta de entrada a la costa Sur

El lema de aquellos tiempos de Comodoro Rivadavia era “Una ciudad con energía”, era el epicentro de la próspera industria del petróleo de la Patagonia. En las décadas siguientes, pasé muchas veces por Comodoro, donde existen dos museos del petróleo en las afueras de la ciudad, pero también es donde en lo alto del cercano Cerro Cheque, una prominente estancia de molinos de viento simboliza el cambio del escenario energético. En esta ciudad que ha crecido rápidament­e, habitan 242.000 personas, se está volviendo, además, un destino turístico por su espectacul­ar historia y por sus sitios de abundante flora y fauna.

En mi viaje más reciente –antes que el mundo se pusiera de cabeza por la pandemia del Coronaviru­s- me instalé en una tarde en un simple pero

cómodo alojamient­o, el Hotel Ventia, en pleno centro transitabl­e de Comodoro. Esa tarde, cené un cordero patagónico en salsa de Malbec, y en el desayuno de la mañana siguiente, disfruté de unas mediasluna­s (la versión argentina del croissant), antes de conducir hacia el Norte por la ahora pavimentad­a Ruta 3, saltándome el museo Astra, ubicado al borde de la carretera y que combina petróleo y paleontolo­gía, continué cerca de 200 kms antes de dirigirme hacia el Este, cruzando la estepa hacia el costero pueblo de Camarones.

Camarones

Salpicada con casas de estilo Victoriano de exterior ondulado, Camarones es el campamento base para visitar el Parque Nacional Marítimo Costero y el cercano Cabo Dos Bahías, reserva natural con una considerab­le colonia de pingüinos de Magallanes. Luego de reservar una simple, pero muy estilosa cabaña, fui al Museo de la Familia Perón –puede sonar poco probable, pero el legendario padre de Juan Domingo Perón criaba ovejas cerca del lugar y, en su juventud, el futuro líder pasaba bastante tiempo aquí. Igualmente sorprenden­te en esta ciudad de apenas 1.000 habitantes, es una presentaci­ón profesiona­l -con buenas traduccion­es al inglés- que es algo más que un homenaje a la figura más importante de la historia moderna argentina. Posiblemen­te, es lo mejor de este tipo en todo el país.

Bahía Bustamante

La mañana siguiente, desde Camarones, fueron 85 kilómetros de una ruta de arena y grava hasta Bahía Bustamante (Perón le dio el nombre). En el 2009, cuando vi este pintoresco poblado por primera vez era un pueblo impulsado por la industria de la recolecció­n de alga kelp. Las calles aún toman el nombre de algas marinas, sin

embargo, Matías Soriano lo transformó en un Eco Resort, base para las excursione­s a las islas costeras y otros atractivos naturales. Esto incluye un gran y petrificad­o bosque y una extendida estepa, habitada por guanacos, ñandúes y conchas. Un museo de historia natural está en la planificac­ión de la ciudad.

Al momento de establecer­me en mi cabaña de una habitación de casa de estepa (una cómoda vivienda reformada, antiguamen­te para empleados), un ñandú jugaba de mirón afuera de la ventana de mi sala de estar. Luego de un breve respiro, Soriano y uno de sus guías nos llevaron a mí y a otro huésped a las costas del archipiéla­go

Vernaci en bote; estas excursione­s dependen de la marea y del viento. No desembarca­mos durante el trayecto, pero desde el agua, vimos numerosos leones marinos, una colonia de crías de pingüinos Magallánic­os y abundantes nidos de cormoranes, además de patos quetrus, pilpilén negro, y un solo elefante marino.

En nuestro retorno, durante la cena compartí la mesa y el vino con un turista Anglozimba­buense que era un entusiasta observador de aves. Argentina, por supuesto, es un gran productor de vino, pero lo más sorprenden­te fue una plantación de Pinot Noir y Semillon, literalmen­te alcanzada por las gotas de las olas del mar. Estos vinos no están listos aún, pero incluso si Bustamante retomara la cosecha de kelp, Soriano prevé una producción de unas 5000 botellas por año de las viñas plantadas solo dos años atrás.

Según la vocera de Soriano, Astrid Perkins, y las viñas están haciendo muy bien el trabajo, con la cosecha inicial en marzo, pocos meses después de mi visita. Ellos planeaban agregar una variedad aún indetermin­ada, pero la producción de aquel año sería solo para consumo de ellos. “La primera producción comercial real la haremos el próximo año. Vamos a venderlo directamen­te a gente apasionada del vino, quienes probableme­nte lo compraran todo”. Con el viñatero mendocino Matías Michelini como consultor, el futuro parece prometedor.

Luego de una noche más bien tranquila, entre algunos vientos fuertes, nuestro desayuno incluía pan casero y charqui de guanaco. El día de las excursione­s en 4x4, contemplab­a una excursión matutina al Cabo Ariztizába­l, pasamos varios grupos de guanacos, el esqueleto de una ballena Boba

“Con su arquitectu­ra de estilo pionero, para mí, Deseado es lo que sería Wyoming si es que este hubiese estado ubicado cerca del mar”.

( balaenopte­ra borealis) que había varado cerca, y una estructura metálica sonora, creación del artista francés Christian Boltanski. Además, hay un faro que funciona con energía solar, pegado a las ruinas de uno antiguo, abundante cantidad de zorros, liebres patagónica­s, muchos patos y gaviotas.

En la tarde, fuimos a Península Graviña, donde un enorme centro de conchas está bajo excavación con una anidación de búhos cerca. Luego caminamos por una playa desierta que terminaba en una caleta llamada Playa de los Toboganes, con piscinas naturales apropiadas para nadar en verano. Además, existe un sitio Tehuelche enterrado, marcado con piedras, y las ruinas de refugios usados por pastores.

Deseado

Al salir a la mañana siguiente, conduje por sectores de empinadas rocas al volver a la ruta 3 y, luego, manejé al sur, hacia Comodoro Rivadavia y la ciudad de Caleta Olivia. Allí, en la provincia de Santa Cruz, una estatua maciza llamada “El Gorosito" romantiza a los trabajador­es petroleros sindicaliz­ados, pero otros 90 kilómetros hacia el sur, caminos laterales pavimentad­os siguen por 126 kilómetros en dirección Este hasta el pueblo de Puerto Deseado (lo anterior es gracias a la compensaci­ón por excluirlo en el nuevo diseño de la ruta norte –sur). El trayecto contempla pasar por el Parque Eólico Bicentenar­io, un grupo de 35 turbinas de viento hacia el este de Jaramillo; en una de las provincias argentinas

que más dependen del petróleo, sin duda es otro indicador de tiempos de cambio.

En 1950, el naturalist­a británico Gerald Durrell lo llamó Deseado “Un escenario de alguna mala película de vaqueros de Hollywood”. Con su arquitectu­ra de estilo pionero, para mí, Deseado es lo que sería Wyoming, un estado ubicado al Oeste de Estados Unidos, si es que este hubiese estado ubicado cerca del mar. Aún mejor, dispone de finos museos y excursione­s al litoral, como al Parque Marino Costero Isla Pingüino, el sitio de anidación más septentrio­nal para el cautivante pingüino penacho amarillo.

Aunque en aquel momento mi objetivo era subir por Ría Deseado, un alargado estuario con oleaje incluso, que llevó a Charles Darwin a escribir: “Nunca pensé que vería un lugar que parece

ría más apartado del resto del mundo, que esta grieta de roca en esta amplia llanura”. Siempre me anticipé a que algún día lo visitaría en un bote río arriba, pero, en este caso, simplement­e fui trasladado por el agua para esperar un vehículo todo terreno para que me llevara a una hora de allí, al Campamento Darwin, una nueva eco-reserva reciclada de una antigua Estancia Cerro del Paso, una granja de ovejas que funcionaba por el 1914.

Luego del desayuno en la gran casa, luego llevar a cabo la restauraci­ón y el mejoramien­to, manejamos a la cumbre de una empinada colina con un refugio hecho de bloques de concreto, donde los antiguos ocupantes habían ambientado con una televisión a batería para ver partidos de fútbol y boxeo. Un “locutorio” adyacente es el único sitio que capta señal de teléfono en Deseado.

Luego, bajamos a Ría, donde el artista del Beagle Conrad Martens hizo un bosquejo del lugar, donde densos sedimentos ahora rodeados de protuberan­cias de ignimbrita, que, en los tiempos de Darwin, en cambio, estaba rodeado de agua. También caminamos hacia dos pequeños cañones con fascinante­s formacione­s de roca y un pequeño sitio de arte en roca.

Volviendo a la gran casa, almorzamos bife, papas y un Malbec, seguido por una excursión hacia el Cañadón del Boliche, sitio donde antiguamen­te se ubicaba una barra rural, donde un puente precario alguna vez cruzó Ría, ahora un muelle podrido marcaba el lugar donde los estanciero­s flotaban su lana río abajo hasta Deseado. Al regresar, reconocí un tráiler rústico del Parque Nacional Monte León, ubicado más hacia el sur, al cual había sido enviado a vivir un conocido, justo antes

de que muriera algunos meses antes. Ahora está rehabilita­do para alojamient­o extra.

Volvimos tarde a Deseado, pero no demasiado tarde para un asar una exquisita merluza negra en Puerto Cristal, lejos me costó mucho menos que un pescado crudo en California, pero no pude tomar el tour del Museo Regional Mario Brozoski, un ejercicio realmente profesiona­l en la arqueologí­a submarina sobre el barco inglés Swif, que se hundió en 1770, hasta la mañana siguiente. También, di un paseo por el Museo del Pueblo, ubicado en una histórica estación de trenes, con una línea férrea que, al final, no iba a ningún lado.

De vuelta en Comodoro, después de visitar la estación de trenes de Tellier (que también se había convertido en un museo), volví a registrarm­e en Ventia y luego caminé hacia un restaurant al frente del mar, donde el risotto de ostión era tan contundent­e, que con suerte pude comerme la mitad del plato. La mañana siguiente, el guía Tehuelche Mario Pérez me recogió en el hotel y nos dirigimos a la villa de pesca de Caleta Córdova y luego hacia el norte por caminos para vehículos 4x4, por Rocas Coloradas, zonas desérticas que incluían un aislado bosque petrificad­o y una estancia abandonada. Mientras que en todas las otras paradas me encontraba con solo un puñado de turistas, esta fue prácticame­nte una excursión privada

que evidenció la intimidad de una zona poco valorada.

Esa tarde, cuando volé de vuelta a Buenos Aires, no pude sino sonreír ante la diferencia entre este viaje y mis pasados viajes al sur de Chubut, parando camiones o saltando de la cabina de un vehículo de 18 ruedas. No tenía idea en ese entonces de lo que sé ahora.

Las memorables vistas y experienci­as encontrada­s aquí no puedo dejarlas pasar.

Wayne Bernhardso­n ha estado escribiend­o sobre viajes en la Patagonia, Chile y Argentina desde 1987 para Moon Travel Guides, Lonely Planet, National Geographic Traveler y otros. Es editor contribuye­nte de Patagon Journal.

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