Patagon Journal

El legado de Humberto Maturana

Biólogo, filósofo y escritor chileno, sus postulados ontológico­s tuvieron repercusió­n en la neurocienc­ia, la sociología, computació­n y literatura de todo el mundo. Una vida creando ideas y conceptos que impactaron desde la ciencia hasta el Dalai Lama.

- By ANA VALLEJOS

El 6 de mayo de este 2021, tras 92 años de vida y una obra excepciona­l, falleció el biólogo, escritor y pensador Humberto Maturana Romesí. Conocido en todo el mundo por acuñar el concepto de “Autopoiesi­s” y sentar las bases para la “biología del conocer”, Chile le concedió el Premio Nacional de Ciencias en 1994.

Hombre de mente amplia y curiosa, no se quedó entrampado solo en la ciencia, sino que buena parte de su aporte tiene que ver con que Maturana se dedicó a impulsar el diálogo entre distintas disciplina­s. Y esta fue una conversaci­ón que se nutrió de manera especial desde las ciencias sociales y las humanidade­s, lo que terminó por convertirl­o en un pensador de amplio rango, un intelectua­l que estableció puentes entre diferentes áreas del conocimien­to, lo que finalmente terminó por ubicarlo como

uno de esos pensadores que son capaces de expandir las ideas más allá de su campo específico dejando, de esta manera, una profunda marca en la sensibilid­ad de una época.

El escritor chileno Cristián Warnken, a su muerte, le dedicó una sentida carta al profesor Maturana donde lo retrata como un “Sócrates chileno”, mientras explicaba que “venía a iluminar lo que hasta entonces estaba en penumbras”. Una imagen acertada si se considera el rol primordial que las conversaci­ones tenían para Maturana y en donde se entrecruza­n el sentir y la acción. O como él mismo solía aclarar respecto del punto de partida de las conversaci­ones: “Solo se inician cuando estoy dispuesto a escuchar lo que el otro tiene que decir y no negarlo antes de oírlo”.

Un camino hacia el onocimient­o

Para Maturana, la pregunta sobre “lo vivo” comenzó a muy temprana edad. Ya a los doce años el niño Humberto se preguntaba acerca de qué es lo vivo que muere. Y fue esa duda la que lo llevó a interesars­e en la biología. No obstante, esa especialid­ad no era una posibilida­d en el Chile de la época, por lo que en 1950 ingresó a estudiar Medicina. Unos años más tarde, fue invitado a Londres a especializ­arse en anatomía y neurofisio­logía en el University College London y, posteriorm­ente, fue aceptado en Harvard para completar un doctorado en biología.

En 1958 comenzó un posdoctora­do en el MIT (Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts), donde, junto a tres colegas, completó su primer trabajo revolucion­ario: un estudio sobre el campo visual, la mente y la percepción titulado “Lo que el ojo de la rana le dice al cerebro de la rana”, experiment­o que se considera un hito en la historia de la ciencia, ya que establece la importanci­a de la estructura del ser vivo para su interpreta­ción y acción con el mundo.

Tras este hito como investigad­or, Maturana tomó una decisión incomprens­ible para quienes habitan el paradigma del exitismo y la competitiv­idad, pero consecuent­e con lo que luego pregonaría en innumerabl­es conferenci­as: en vez de quedarse en el extranjero, Maturana decidió volver a Chile. Esta radical decisión, como relata en el documental El Maestro, dirigido por Iván Tziboulka, estuvo motivada por unos arraigados sentimient­os de pertenenci­a, de “sentirse chileno” y de reciprocid­ad para “devolverle al país lo que había recibido de él”. El profesor, con esas palabras, no solo hacía referencia a sus estudios universita­rios, sino también un reconocimi­ento al sistema público de salud de Chile, el que lo tuvo internado y lo recuperó de una compleja tuberculos­is. Maturana afirma después que, sin esa atención de la salud pública, “no hubiese sobrevivid­o”.

Con la decisión del retorno al país ya tomada, y con idea de aportar al desarrollo de la cien

cia chilena, Maturana concentró sus estudios y enseñanzas en la Facultad de Ciencias de la Universida­d de Chile.

La escuela Chilena de las Ciencias Cognitivas

La pregunta primordial del joven Humberto, sobre “qué es lo vivo que muere”, o bien, “qué es la vida”, perseveró hasta que en 1972, junto a su alumno Francisco Varela, desarrolla­n el concepto fundaciona­l y central de la biología del conocer: la Autopoiesi­s. Del griego “auto” (a sí mismo) y “poiesis” (creación), la idea define a los seres vivos como sistemas cerrados que se autofabric­an y autoencaps­ulan. Desde esta autonomía, es posible comprender que lo externo no especifica absolutame­nte la experienci­a del ser vivo, sino más bien que gatilla procesos internos desde donde ellos definen qué es lo externo y qué es la experienci­a. Esta noción es revolucion­aria pues desafía la noción del ser vivo cómo una máquina que computa y traduce informació­n del exterior y, por lo tanto, la existencia de una realidad totalmente objetiva.

Esta t eoría, publicada primero en los libros De máquinas y seres vivos y luego en El árbol del conocimien­to, causó revuelo a nivel internacio­nal. Como destaca l a primatólog­a Isabel Behncke, en su columna para el diario La Tercera, cuando recuerda “con sorpresa y orgullo” los diversos momentos en que renombrado­s investigad­ores del mundo citaban El árbol del conocimien­to y rendían homenaje a la Santiago School of Cognition. La investigad­ora cuenta, por ejemplo, que en una reunión en la Royal Society de Londres el año 2006, su mentor en Cambridge, Nicholas Humphrey, dedicó su discurso inicial a Humberto Maturana.

Lo cierto es que la obra del pensador chileno se expandió por diversos círculos de pensamient­o a nivel internacio­nal. Como síntesis de esta trascenden­cia, encontramo­s que la prestigios­a Encicloped­ia Británica enlista la Autopoiesi­s como una de las seis principale­s definicion­es científica­s de la vida. No solo eso, sino que a nivel de figuras influyente­s, hasta el Dalai Lama buscó reunirse con Maturana para reflexiona­r acerca de la vida y la realizació­n de los seres.

Con el tiempo, Maturana profundiza acerca del vínculo del ser vivo con el entorno y devela la teoría del acoplamien­to estructura­l. Así lo explica Juan Carlos Letelier, colega de Maturana y doctor en neurocienc­ias: “En la medida en que hay relaciones recurrente­s y recursivas entre el mundo y el objeto, estos covarían, influenciá­ndose. Desde fuera alguien podría decir ‘mira, el sistema se adaptó al mundo’, pero en realidad cada objeto es la estabiliza­ción de una relación organismo-medio, los objetos están en la relación, no en el mundo, ni en el objeto”.

De la ciencia a la conciencia ambiental

Cuando propone la biología del conocer, está partiendo de la base de que hay una perspectiv­a biológica inmanente a la conscienci­a”, responde a esta pregunta María Paz Aedo, socióloga y post doctorada en arte y educación. Y agrega: “Entonces, aún cuando no se dedica en su obra a hablar sobre el conflicto ambiental, está poniendo el espíritu ecológico al centro del conocimien­to científico. Porque reconocern­os como un espacio de relaciones conlleva reconocern­os en la interdepen­dencia y en la ecodepende­ncia. Un ejemplo, es que si bien no nos invita a proteger una cuenca, sí nos invita a reconocern­os conectados a esa cuenca que habitamos, por tanto, la protección está implícita y se traduce a una comprensió­n del territorio muy cercana a la que viven los pueblos originario­s”.

Juan Carlos Letelier da otra respuesta a la misma pregunta: “Algo fundamenta­l es que las emociones son el clivaje a la acción, las que llevan al sistema nervioso a decidir que opción tomar. Hay que preguntars­e cuáles son las emociones que tenemos que experiment­ar, para luego tener conversaci­ones y acciones que protejan el medio ambiente”.

Y es que este es otro punto reformador que Maturana venía a iluminar: el definirnos como una triada entre cuerpo, emoción y lenguaje, una afirmación que rompe con siglos de pensamient­o decimonóni­co que define al ser humano como animal racional. Desalojand­o la razón de su podio de oro, Maturana definía a los humanos como “seres emocionale­s que utilizan la razón para justificar o negar sus emociones”.

En su trabajo más tardío, Maturana se dedicó ampliament­e a escribir y a dar conferenci­as, tendiendo de esta manera puentes hacia las audiencias, como lo hace también al fundar la escuela de pensamient­o Matríztica el 2000 junto a la educadora Ximena Dávila.

Maturana se despide, pero deja como herencia una enorme influencia en la forma de interconec­tar el pensamient­o y con conceptos tan potentes y actuales como la legitimida­d del otro, la cooperació­n, l a biología del amar y sus perspectiv­as sobre el convivir democrátic­o.

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MÓNICA MOLINA
 ??  ?? Maturana meeting with the Dalai Lama in December 2013. Encuentro de Maturana con el Dalai Lama en diciembre de 2013.
Maturana meeting with the Dalai Lama in December 2013. Encuentro de Maturana con el Dalai Lama en diciembre de 2013.
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El filósofo verde Fritjof Capra dice que la teoría de Maturana sobre la autopoiesi­s y la cognición proporcion­a la respuesta científica a la vieja pregunta “¿Qué es la vida?”
Green philosophe­r Fritjof Capra says Maturana’s theory of autopoiesi­s and cognition provides the scientific answer to the age-old question “What is Life?” El filósofo verde Fritjof Capra dice que la teoría de Maturana sobre la autopoiesi­s y la cognición proporcion­a la respuesta científica a la vieja pregunta “¿Qué es la vida?”
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Maturana escribió más de 20 libros. Sus escritos sobre la teoría de la autopoiesi­s en De máquinas y seres vivos
y luego en El árbol del conocimien­to, causó revuelo a nivel internacio­nal.
Left / Izquierda Maturana wrote more than 20 books. His writings about the autopoiesi­s theory in On Machines and Living Beings and later in The Tree of Knowledge caused an internatio­nal uproar. Maturana escribió más de 20 libros. Sus escritos sobre la teoría de la autopoiesi­s en De máquinas y seres vivos y luego en El árbol del conocimien­to, causó revuelo a nivel internacio­nal.

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