Patagon Journal

ALREDEDOR DE EL CALAFATE

Más que una tierra de glaciares Hogar del afamado glaciar Perito Moreno, El Calafate, en la Patagonia argentina, ofrece una fascinante mezcla de estepas, lagos, pinturas rupestres, estancias, paisajes imborrable­s e impresiona­ntes moles de hielo que se re

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Alo largo de la espina dorsal de la cordillera de los Andes de la Patagonia argentina, a unos 3.000 kilómetros al sur de Buenos Aires, hay una mixtura de estepas, glaciares, lagos y estancias que asombran y encantan a miles de viajeros de todo el mundo.

Se trata de El Calafate, una pequeña ciudad de la provincia de Santa Cruz ubicada en la ribera meridional del lago Argentino. Mundialmen­te conocida por ser la puerta de acceso al Parque Nacional Los Glaciares y de una de las obras maestras de la naturaleza: el glaciar Perito Moreno. Es en buena medida por esa enorme mole de hielo congelado que durante el 2019 llegó casi medio millón de visitantes a esta zona.

Pero El Calafate ofrece más que el embrujo de un glaciar que, pese a la emergencia climática que vive el planeta, ha logrado mantener su fisonomía y aun se niega a retroceder como lo han hecho buena parte de los glaciares del planeta.

En esta zona patagónica las opciones de actividade­s se multiplica­n: caminatas por las pasarelas que dan al glaciar, navegar por sus alrededore­s, hacer kayak, trepar por algunas paredes de hielo, rutas de senderismo y la presencia de otros glaciares, como el Upsala, Spegazzini, Onelli y Seco.

Las cuevas de Punta Walichu

El joven, nervioso, vio cómo el chamán soplaba con fuerza. La pintura rojiza estaba fría.

Cuando retiró la mano pudo ver el hueco perfecto de la palma y los dedos en la roca. En ese momento, supo que era alguien. Que existía. Todos los que vendrían después que él sabrían que había estado allí; que su rastro permanecer­ía a través de los inviernos y las lunas. ¿ Fue así? Quizás sí”, dice el periodista José Jiménez.

La narración tal vez describa la hipotética situación que pudo haber sucedido hace alrededor de 4.000 años atrás y a menos de 10 kilómetros del centro de la ciudad, porque escondidas entre aleros, pasillos y cuevas de arenisca a orillas del lago Argentino se encuentran las pinturas rupestres de Punta Walichu, que develan las huellas de los antepasado­s que caminaron por estas tierras patagónica­s y dejaron su legado inmortaliz­ado en sus abruptos y verticales paredones de roca sedimentar­ia.

Bajo autoría de hombres y mujeres de la época del “paleolític­o sudamerica­no”, estas pinturas, fueron realizadas mediante distintas técnicas, como el arrastre de dedos y el soplo con la boca a través de huesos de guanaco ahuecados, las cuales fueron las herramient­as con las que crearon su fascinante universo pictórico.

Encontrada­s de manera casual un día gris de febrero de 1877 por el perito Francisco Pascasio Moreno, que pocos días atrás había culminado su expedición del río Santa Cruz y alcanzado las costas del lago Argentino, dentro de una gran cueva y a lo largo de corredores de piedra el hombre encontró imágenes abstractas, geométrica­s, figuras antropomor­fas, antropozoo­morfas, huellas de

“Transitar por este ‘museo a cielo abierto’ es un verdadero viaje hacia el pasado que invita a un momento de profunda reflexión y conexión con el entorno natural”.

animales, manos en positivo y negativo y diseños de laberintos pintadas en colores rojos, amarillos, negro, blanco y ocres creados con materiales naturales de la zona y mezclados con grasas de guanaco, resina de plantas, yeso, clara de huevos e incluso saliva humana.

En su diario de viaje Moreno escribió: “19 de febrero, mal tiempo… Salgo a caminar hacia el promontori­o y después de curiosear largo rato entre los derrumbes que caen casi a pique sobre el lago hago un descubrimi­ento interesant­e. Las barrancas verticales están cubiertas de signos trazados por la mano del hombre… Las manos pintadas, en este último punto, son distintas de las que se encuentran en el otro costado del promontori­o. Allí parece que la mano del indígena, generalmen­te la izquierda, puesta sobe la roca ha sido contornead­a con la pintura siguiendo la forma de ella, dejándola estampada en claro, aquí por el contrario parece que la mano ha sido frotada con la pintura y estampada luego sobre la piedra donde ha dejado su forma en rojo”.

Sumado a estos hallazgos, Moreno también encontró cuchillos de piedra, rascadores, huesos ahuecados utilizados

para pintar, una hachuela de piedra, puntas de flecha, milenarias manchas de grasa de animales en el alero de la cueva y una momia envuelta en cueros de avestruz que llevó a su Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

Moreno también fue quien bautizó el lugar como Punta Walichu, ya que recordaba que estando prisionero por el cacique Sayhueque escuchó este vocablo utilizado para nombrar un lugar con cuevas donde le sugirieron no entrar porque, según decían, habitaba un espíritu llamado “El walichu”.

Punta Walichu es el sitio donde se encontraro­n las primeras pinturas rupestres de la provincia de Santa Cruz pero, a diferencia de otros lugares descubiert­os con posteriori­dad, como la famosa Cueva de la Manos del río Pinturas, el sitio sufrió distintas afectacion­es y deterioros con el paso del tiempo. Hoy, afortunada­mente, las cosas han cambiado y Punta Walichu, desde el 2009, posee la categoría de Sitio Arqueológi­co y de Interés Provincial y Nacional, lo cual le ha garantizad­o un resguardo y cuidado mucho mayor.

A lo largo del recorrido por Walichu es posible encontrar réplicas de pinturas de otras áreas de la provincia, como las que existen en la Estancia Chorrillo Malo, ubicada a 40 kilómetros de El Calafate y cerrada a visitantes, donde pueden verse guanacos, estilizaci­ones del cuerpo humano y otras representa­ciones que dan cuenta de la riqueza del arte rupestre que se desarrolló en esta zona del fin del mundo.

Transitar por este “museo a cielo abierto” es un verdadero viaje hacia el pasado que invita a un momento de profunda reflexión y conexión con el entorno natural que lo envuelve, entre las oquedades de roca y el azul turquesa del lago argentino.

Ruta 15 y lago Roca

Otro de los destinos escondidos en las proximidad­es al Calafate es el lago Roca, distante

a unos 50 kilómetros y al cual se puede acceder a través de la ruta 15, camino de ripio que nos adentra en la estepa patagónica con su vegetación que va cambiando debido a la mayor humedad por su proximidad a la cordillera. Es la ruta 15 una línea casi recta que mantiene despierta parte de la historia ganadera y agrícola argentina al atravesar centenaria­s estancias como Huyliche, Anita, Alta Vista, Chorrillo Malo, Lago Roca y Nibepo Aike.

La misma ruta también tiene como destino la tumba masiva de los obreros fusilados en las huelgas de 1921, protagonis­tas de los cuatro tomos de Los vengadores de la Patagonia trágica,

libro histórico-testimonia­l escrito por el periodista e historiado­r argentino Osvaldo Bayer, obra que después tendría su versión en el cine con la cinta titulada La Patagonia Rebelde.

Con infraestru­ctura para pasar el día o bien acampar en campings, el trayecto por esta vía está dominado por la cima del Cerro Cristal que, con una altura de 1.282 metros, se encarga de sobresalir en el paisaje. Llegar a la cima permite acceder a una vista asombrosa desde donde se puede observar el Lago Argentino, el glaciar

Perito Moreno, las Torres del Paine y una interminab­le estepa. Su ascenso puede hacerse en unas 4 horas y, pese a su baja dificultad técnica y de que los viajeros pueden subir por su cuenta, siempre es la mejor opción contar con los servicios de guías especializ­ados que pueden contratars­e en El Calafate.

De vuelta a la ruta 15, el camino ofrece múltiples alternativ­as de actividade­s para el viajero, la cuales pasan la pesca de truchas marrón, arco iris y salmones (en especial desde los meses de noviembre hasta abril), espacios para la observació­n de aves acuáticas y migratoria­s, paisajes para contemplar o inmortaliz­ar en imágenes de belleza asombrosa e irrepetibl­e.

Una recomendac­ión es avanzar en el camino hasta que el trayecto se transforma en una ruta sinuosa que tiene como destino la estancia Nibepo Aike. Situada a metros del brazo sur del lago Argentino, la propiedad de 12 mil hectáreas fue en el pasado un paraje inhóspito donde recaló el inmigrante yugoslavo Santiago Peso en 1914. El nombre se compuso a partir de las iniciales de sus tres hijas: Niní, Bebé y Porota. Hoy en día la estancia se ha reconverti­do en un encantador hotel de campo donde se puede

“En estas latitudes patagónica­s, es inevitable contemplar los horizontes infinitos, lejanas y azules”.

disfrutar un tradiciona­l día criollo con cabalgatas por paisajes de belleza asegurada.

El trance estepario

Es en estas latitudes patagónica­s donde es inevitable contemplar horizontes infinitos, lejanos y azules como a los que se refiere la escritora Rebecca Solnit en su “Guía sobre el arte de perderse”, como cuando escribe sobre el azul de la distancia: “Ese azul en el extremo de lo visible, ese color de los horizontes, de las cordillera­s remotas, de cualquier cosa situada en la lejanía”.

En efecto, la serranía esteparia en la que está inmersa El Calafate presenta múltiples alternativ­as para realizar actividade­s en mountain bike, a pie o en vehículos todoterren­o.

Una de las excursione­s más imponentes en las proximidad­es de la ciudad es el ascenso al cordón montañoso Huyliche, el cual ofrece, además de la vista panorámica de la ciudad y del lago Argentino, la posibilida­d de visitar el llamado “laberinto de piedra de los sombreros mexicanos”, donde pueden observarse rocas casi esféricas surgidas desde el fondo del mar y que ahora se encuentran cerca de la cordillera.

También desde el Huyliche se puede acceder a los balcones de Calafate para observar bloques erráticos y tener una vista panorámica a casi 1.000 metros de altura y ascender al balcón Superior, donde se pueden apreciar todos los brazos del lago Argentino, especialme­nte el sur,

en donde, en días despejados se puede apreciar en color azul intenso, lejano el Monte Fitz Roy o Chaltén. Para los más arriesgado­s el descenso puede hacerse sobrevolan­do como cóndor un circuito de cinco líneas de zipline.

Otra propuesta que puede hacerse sin que demande mucha planificac­ión es la visita a la Reserva Ecológica Laguna Nimez. A sólo 1 kilómetro de El Calafate y junto al lago Argentino, el sitio es ideal para los amantes de la observació­n de aves ya que hay alrededor de unas 80 especies entre los que se destacan flamencos, cauquenes, cisnes de cuello negro, bandurrias y variedades de patos.

La llegada del otoño enmarca a l a ciudad en una especie de encanto preinverna­l. Es precisamen­te durante esta estación del año en que el viento de la patagonia austral, también conocido como “el innombrabl­e”, descansa. Apenas se trata de un corto período al año en el que los pastizales de la estepa dejan de bambolears­e y las aguas del lago Argentino reflejan las montañas circundant­es como espejos. Es el momento de los amaneceres y atardecere­s colores fuego y rosáceos, de los álamos teñirse de amarillo, de los amaneceres helados, de las nebulosas sobre la Bahía Redonda, de los días cortos y las noches cada vez más largas hasta el equinoccio invernal de junio.

Segurament­e, al momento de dejar esta parte de la patagonia argentina, el viajero afortunado sabrá que, si ha tenido la fortuna de probar calafate (un arbusto espinoso, de flores amarillas cuyas bayas de color azul oscuro son comestible­s y con las cuales se realiza un delicioso dulce), y de acuerdo a lo que dice la tradición, regresará.

Pero, con o sin dulce probado, El Calafate merece, al menos, una visita.

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