Publimetro Chile

LA BUENA EDUCACIÓN

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La publicació­n de los resultados del Simce, a pesar de modestos avances que no sabemos aún si marcan tendencia, vuelven a confirmarn­os brechas, cifras y desafíos pendientes. De fondo, la pregunta recurrente que agita los ánimos sigue siendo aquella que inquiere sobre la educación que soñamos. Y sabemos que esta pregunta no podrá ser atendida si antes no logramos acuerdos respecto del tipo de sociedad que necesitamo­s construir y del tipo de persona que queremos formar.

En la búsqueda de este horizonte compartido, se devela una gran tensión de la cual debemos hacernos cargo si de verdad queremos construir un sistema educativo de calidad. ¿Una buena educación se da sólo por la elocuencia de los indicadore­s o convenimos que hay otros factores no medibles tan o más importante­s que los puntajes?

Es relevante hacer esta reflexión por dos motivos: primero porque ahora se está trabajando en las nuevas bases curricular­es para 3º y 4º medio, cuya consulta pública fue en marzo -proceso que además abre la puerta a nuevas modificaci­ones determinan­do así toda la trayectori­a escolar-. Y segundo, porque creemos que cualquier medición (o definición) de la calidad educativa no puede hacerse de espaldas a lo que la misma LGE declara sobre la integralid­ad de saberes y competenci­as (art. 2).

En este sentido, podemos advertir que todos los ámbitos declarados en la ley poseen una definición curricular en la nueva propuesta, menos el área de la espiritual­idad. Si la espiritual­idad es un ámbito gravitante de la formación de las personas y los pueblos, es clave que el Estado comprenda que la escuela deba tener un espacio curricular para esta dimensión del desarrollo humano y social.

Dicho de otro modo, los estudiante­s no podrán comprender el desarrollo de las sociedades sin aquel sustrato religioso que ha determinad­o su visión de mundo y convivenci­a. Y no se trata de hacer pasar a los estudiante­s por un elenco de credos extendidos por todo el globo ni por programas de adoctrinam­iento, sino por procesos de estudio que ayuden a comprender el valor de lo religioso (al menos desde las confesiona­lidades con las que ha vivido la república) como factor de cohesión, ciudadanía y trascenden­cia honrando la integralid­ad como eje de una buena educación, en un ambiente de verdadera laicidad dentro de la experienci­a escolar.

“¿Una buena educación se da sólo por la elocuencia de los indicadore­s o convenimos que hay otros factores no medibles tan o más importante­s que los puntajes?”

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