Miño: la historia del hombre que hizo arder su protesta frente a La Moneda
Un día como hoy, en 2001, un maipucino se quemó a lo bonzo para protestar por los fallecidos por culpa del asbesto. Hoy, su familia y una de las agrupaciones que nació de su protesta, recuerdan su historia.
“Esta forma de protesta última y terrible la hago en plena condición física y mental” Eduardo Miño “Su decisión de inmolarse lo convirtió en un símbolo reivindicatorio” Cristián Fuentes, profesor de ciencias políticas e historia de la Universidad Central.
Un día como hoy, hace 17 años, ocurrió uno de los hechos más impactantes que se vivieron cerca de La Moneda. Minutos antes del mediodía, ese 30 de noviembre de 2001, Eduardo Miño, maipucino de 50 años y militante del Partido Comunista, realizó uno de los actos de protesta que quedaron más grabados en la memoria de la sociedad chilena: quemarse a lo bonzo delante del Palacio de Gobierno.
Sin embargo, antes de inflingirse una herida punzante en el abdomen, y posteriormente empaparse de líquido inflamable para arder por más de un minuto, antes de ser asistido por Carabineros, el hecho que lo catapultó al recuerdo durante más de una década fue la carta que repartió minutos antes a transeúntes que pasaban por la Plaza de la Constitución y que cerraba con “mi alma, que desborda humanidad, ya no soporta tanta injusticia”.
La lucha
Miño quería defender a los trabajadores enfermos por el asbesto, material tóxico que usó durante décadas la empresa Pizarreño en Maipú, y que provoca tres enfermedades mortales tras exposición prolongada: el mesotelioma pleural maligno, la asbestosis y el cáncer pulmonar. Esto, porque a los 4 años llegó a la Villa Pizarreño, a no más de 30 metros de la fábrica, e incluso estudió durante un tiempo en el colegio El Llano -inaugurado por la propia empresa-. Y si bien nunca trabajó en la fábrica, ni alcanzó a presentar la enfermedad, le tocó ver morir a su padre, Manuel Cerda, en 1989 por culpa del contaminante.
“A Eduardo también lo marcó mucho ver en su adolescencia que sus grandes amigos se enfermaron de asbestosis muy jóvenes. La cosa que más odiaba fue la desigualdad e injusticia. Siempre luchó, desde que ingresó a las Juventudes Comunistas, y se interesó por la educación de los niños, ayudó a ampliar bibliotecas populares. Todo para mejorar las condiciones escolares en la población Pizarreño”, recuerda Juan Carlos Villarroel, hoy de 67 años, y quien fuera su cuñado. Incluso vivió con Miño en una época.
“Esta forma de protesta, última y terrible, la hago en plena condición física y mental”, dice una de las partes de la carta pública de Miño. Pero hubo otras más. Villarroel recuerda que escribió “otra a sus tres hijos, pidiendo perdón, otra a su madre, a sus familiares, y a sus compañeros que luchaban por las consecuencias del asbesto, diciéndoles que su inmolación era para que despertaran”.
La lucha
A las 11 horas de hoy, en el Cementerio de Maipú, se realizará un homenaje junto a la tumba de Miño, organizado por la agrupación “Unidos Contra el Asbesto” (UCA). Adrián Prieto, su vocero, dice que la colectividad “está formada por los varios Eduardo Miño de Maipú”. “Nacimos hace 7 años, a partir de la muerte de algunos padres de los que hoy formamos el grupo”, dice.
La historia de Prieto es casi un calco a la de Miño. “Nací en la Villa Pizarreño, me crié a 10 metros de la fábrica y estudié en el colegio El Llano. Mi papá, que tenía el mismo nombre, murió en el 2011 a los 53 años, de mesotelioma pleural maligno, igual que mi tío”. Según relata Adrián, una de las últimas peticiones de su padre fue que continuara la lucha.
“Hasta hoy contabilizamos 350 personas fallecidas solamente en Maipú y alrededor de 250 personas en San Pedro de la Paz. Lo más difícil es la sintomatología de la enfermedad. Generaciones completas recién empiezan a presentar los síntomas tras 40 o 50 años de exposición”, relata. La última victoria de la organización fue el fallo del 17° Juzgado Civil de Santiago, que ordenó a Pizarreño a pagar $125 millones a la familia de Julieta Bernal, que murió por consecuencias del asbesto en 2016.
“Siempre reivindicamos el nombre de Eduardo Miño, que lo que hizo, con su acto último y terrible, fue visibilizar el genocidio industrial más grande de Chile”, sostiene Prieto.
Cristián Fuentes, profesor de ciencias políticas e historia en la U. Central dice que “su decisión de inmolarse lo convirtió en un símbolo reivindicatorio”, por lo que no es extraño que su historia sea hito casi dos décadas después.
“Su decisión radical, en el fondo, hizo sentido en los que creían que en Chile la situación de los trabajadores seguía siendo débil, el problema de los sindicatos y las empresas, la forma en que despiden a la gente. Esto fue más allá del problema del asbesto”, dice.
Pese a que el asbesto se prohibió en 2001, en el país aún abundan elementos de construcción hechos con ese tóxico. Por eso, la agrupación UCA lidera las gestiones para “impulsar la Ley Eduardo Miño, que borre el asbesto y establezca una nueva regulación de manejo y control en Chile”, afirma Prieto.
“Nos queda tras tanto tiempo que no fuimos capaces de captar el mensaje que dejó Eduardo, no tuvimos la fuerza de poder concretar lo que él quiso cerrar. Pero todavía nos da para homenajear a ese flaco loco”, cierra Villarroel.