POLÍTICA EN TV: LA OPORTUNIDAD MATINAL
Los titulares de la prensa generalmente informan, pero muchas veces también parecen esmerarse en traspasar sensaciones, sembrar algunas dudas. Cuando un encabezado reza algo como “Matinales, el nuevo objetivo de los políticos”, es inevitable que olfateemos algo más que la constatación de un hecho, y que una cuota de suspicacia surja de manera casi inmediata entre nosotros, lectores. “¿Qué hay tras ello? ¿Qué se traen entre manos?”, podrían ser las preguntas que se mantengan resonando como un zumbido lejano, aunque persistente.
El distanciamiento entre ciudadanía y clase política, así como la mala fama ganada por los matinales entre la élite, ha llevado a mirar esta combinación con desconfianza. Mientras, Joaquín Lavín y Francisco Vidal se afirman como carta fija en “Bienvenidos”, el Presidente Sebastián Piñera y sus ministros han hecho de la visita periódica a estos espacios un verdadero rigor.
Cuando eso ocurre, las críticas vuelan en espectros como el de Twitter, cual si se hubiera tocado fondo. ¿Pero realmente hay algo tan malo en ello?
No necesariamente. La política en Chile había sufrido una debacle mucho antes de esta compulsión matinalesca, y la causa no estuvo en la televisión, sino en las caídas de sus propios actores, sus intereses cruzados, en la pérdida de la confianza, y en un nivel de debate próximo al suelo. Los espacios dedicados al área se fueron encapsulando, y los temas legislativos y gubernamentales comenzaron a transformarse peligrosamente en algo ajeno y poco interesante para el ciudadano común.
Algunos de los mismos que han orquestado este escenario alzan la voz ahora, y encienden la alarma porque algún habitué de los matinales comienza a subir en las encuestas (mientras ellos no, dice el subtexto).
Pero tal vez no sea ese el tema que más debiera preocuparlos, sino que aquella presencia se desarrolle en términos relativamente pluralistas y ecuánimes, sin camiseteos encubiertos, e incentivando que los representantes que visiten ese tipo de espacios lo hagan con la legítima intención de animar el debate, y no de vender pomadas, hacer campañas o bailar el “Despacito”.
Si así fuera, las visitas de los políticos a los matinales -le guste a quien le guste, los espacios televisivos privilegiados de conexión con una ciudadanía amplia y diversa- podrían dar pie a un círculo algo más virtuoso, hasta ser vistas ya no como un problema, sino más bien como una oportunidad. ¿Para ellos mismos? No. Para la política en su conjunto.
“La política en Chile había sufrido una debacle mucho antes de esta compulsión matinalesca”
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