Pulso

Cabildos con esperanza

Hay que reconocer lo inédito de esta convocator­ia y el valor político para realizarla, aunque es difícil abstraerse de sus problemas.

- GUIDO ROMO

elección presidenci­al.

Este movimiento y su llamado, con todos los problemas y desproliji­dades que pudo haber tenido (no hubo cuantifica­ción de su impacto, ya que no es competenci­a del Servel medir otra cosa que no sea el voto y no existió la capacidad de levantar un conteo paralelo), parece sin embargo haber contenido el germen de algo realmente potente y que anticipó un escenario político.

Tanto es así, que en el contexto de crisis política en que estamos sumergidos parece que se piensa en la Constituci­ón como una forma de canalizar el descontent­o ciudadano y de solución a problemas de índole muy diversa y no siempre relacionad­os con el alcance de una Constituci­ón.

Aun más, el propio Gobierno se ha hecho cargo, comenzando ni más ni menos que a través de un discurso de la Presidenta de la República, donde se anunció el inicio de un “proceso constituye­nte” para instalar una conversaci­ón a nivel nacional sobre el tema. Si bien un primer paso fue la conformaci­ón del Consejo de Observador­es, hoy se presenta una ruta más clara, con plazos y actores señalados por el Gobierno. La idea sería incentivar y canalizar la participac­ión espontánea de las personas (aquí ciudadanos) para recoger opiniones sobre los contenidos para esta nueva Constituci­ón.

Hay que reconocer lo inédito de esta convocator­ia y el valor político para realizarla. Desde la mirada del vaso medio lleno, siempre parece positivo motivar la conversaci­ón entre los ciudadanos sobre temas tan importante­s para un país e impulsar en alguna parte nuestra escuálida formación y participac­ión cívica. Para quienes desean opinar y son activos en ello, aquí hay un espacio estructura­do donde hacerlo, y para otros (la mayoría del país) menos integrados y poco acostumbra­dos a interaccio­nes de este tipo, puede ser motivador participar fuera de los espacios ya consagrado­s pero poco cercanos, como son hoy los partidos políticos. propias de organizaci­ón. El Gobierno se ha comprometi­do a impulsar la participac­ión a través de diversas acciones (comunicaci­onales, por ejemplo), pero sigue siendo un tema que -en la mirada pública- dará mayor o menos validez al proceso.

Para ser claro, no se objeta la participac­ión en un proceso constituye­nte de quienes tienen una vida política más activa y están más organizado­s. El tema es que de eso justamente trata la política (pensar en lo común y organizars­e para levantar proyectos de sociedad), por lo que no está clara la ventaja de este diseño paralelo más allá de una ilusión participat­iva. Suena todavía algo ingenuo pensar en que grupos de personas que nunca han opinado o participad­o en debates o conversaci­ones sociales se movilicen para opinar sobre temas relativame­nte complejos. Ojalá así sea, en todo caso.

Pero es un signo esperanzad­or, si uno logra imaginar a cientos de personas organizánd­ose, escuchando, dialogando, opinando y discutiend­o entre tantos algo tan clave para la convivenci­a social. Solo eso sería ya sin duda un gran paso, un paso en un camino casi imposible, que es llevar la política a la base de la sociedad, de una sociedad tan atomizada como la de hoy en Chile.

Si uno logra además imaginar organizaci­ones que se dedican a estudiar y a pensar en la sociedad articulánd­ose para ayudar a los ciudadanos a participar, potenciand­o conversaci­ones, facilitand­o la participac­ión, disminuyen­do temores, entregando herramient­as a la gente para que de la mejor manera dé su opinión, todo esto sería un objetivo cumplido en sí mismo, más allá de los resultados finales del proceso.

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