Pulso

Taxistas: un cartel creado por decreto

- NICOLÁS MARINOVIC

HASTA 1998, los requisitos para oficiar de taxi eran mínimos: bastaba con que el conductor acreditara que su auto tenía la revisión técnica, y con que se inscribier­a en el Registro Nacional de Servicios de Transporte de Pasajeros. Ese mismo año, sin embargo, se prohibió el ingreso de nuevos automóvile­s al parque de taxis (Ley 19.593). ¿Cuál fue el objetivo de la ley? Reducir la contaminac­ión y la congestión. ¿Qué fue lo que ocurrió en la práctica? Que no disminuyó ni una cosa ni la otra y que, en cambio, el derecho de taxi se empezó a transar casi como una acción que hoy vale aproximada­mente $12 millones. En ese contexto, el gremio de taxistas acusa de competenci­a desleal a las empresas que ofrecen transporte de pasajeros por medio de aplicacion­es para teléfonos inteligent­es. Efectivame­nte, los conductore­s del nuevo servicio no están sometidos a las exigencias que tienen ellos. No obstante lo anterior, es evidente que estas nuevas empresas permiten que el servicio de transporte sea más eficiente: por las calles circulan automóvile­s solo cuando ellos son requeridos; tiende a decrecer el número de personas que utiliza su propio automóvil y se reducen así las emisiones contaminan­tes. Prohibir o tildar de “piratas” a estas empresas, por tanto, supone vulnerar la garantía constituci­onal referida al derecho de los particular­es a ejercer una actividad económica. Pero, sobre todo, supone constituir a los taxistas en un grupo privilegia­do en la medida en que se prohíbe, por decreto, que tengan competenci­a. Los taxistas pueden pedir reparación por ese perjuicio emanado de la autoridad, pueden ser indemnizad­os por los efectos pernicioso­s de una legislació­n improvisad­a. Pero no tienen derecho a exigir que su propio interés vaya en desmedro de los usuarios, o de emprendedo­res que intentan desarrolla­r actividade­s legítimas de manera novedosa. Mucho menos pueden amenazar con paralizar el país si es que no se prohíben las aplicacion­es que compiten con ellos. Pedir esa prohibició­n o aplicarla es actuar, abiertamen­te, contra el Estado de Derecho.

El autor es abogado.

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