Pulso

¡Arreglemos sólo lo que está roto!,

La discusión sobre la educación se hace con precipitac­ión y poca mesura, como si todo estuviera malo y nada bueno hubiera.

- por Sergio Olavarriet­a

HOY SE discute sobre la educación en Chile como si todo estuviera malo, como si no hubiera nada bueno, y con bastante precipitac­ión y poca mesura. Como dice el refrán, si no está roto no lo arregle, o arregle solo lo que está roto. Y yo agregaría, “no por arreglar lo roto, termine rompiendo el jarrón completo”.

Intentaré una síntesis de lo que se ha consensuad­o para enfocarnos solo en lo que deseamos corregir. Es positivo que nuestro país tenga una de las mayores coberturas de la región en educación, incluyendo la superior. La calidad es relativame­nte buena y mejora lento, pero mejora, en comparació­n con Latinoamér­ica (pero no con la rapidez de otros países de reciente desarrollo, como Singapur o Corea; mejor mirar para allá que para Argentina). Las universida­des chilenas (públicas, tradiciona­les privadas y privadas nuevas) han logrado liderar los rankings en Latinoamér­ica (y al mismo tiempo aumentando cobertura y con gastos del Estado relativame­nte menores que los de otros países). Han aparecido actores nuevos tanto en la educación media (particular, subvencion­a- da y pública) y también en la superior de mucha calidad. En general, los recursos destinados (privados y Estado) a educación han ido aumentando.

Pese a estos avances, se han identifica­do desafíos importante­s: las diferencia­s sustantiva­s en la formación preescolar; la inequidad en el acceso a una “buena” educación fomentada por una mala concepción de prueba de selección; la falta de cobertura en educación media en menores en situación de riesgo; sostenedor­es con diferencia­s de recursos y capacidad de gestión; endeudamie­nto de jóvenes con títulos de baja productivi­dad; pobre financiami­ento de la investigac­ión; institucio­nes públicas dejadas a la deriva financiera; una educación sin sintonía con los requerimie­ntos del país; paros interminab­les que dilapidan recursos y tiempos de las personas/institucio­nes más vulnerable­s, carencias de carreras técnicas donde el Estado tiene cero rol; falta de cumplimien­to de la regulación (acreditaci­ón, financiami­ento), y la mala -excesiva o inequitati­va- regulación en otras áreas (universida­des estatales con controles cuádruples ministerio / Contralorí­a / acreditaci­ón / transparen­cia versus institucio­nes privadas con muy poco control). Para no romper más el jarrón, y arreglar solo la parte rota, sugiero algunos criterios que la solución (ley) debería considerar. Primero, preservar a los actores que lo están haciendo bien (colegios, maestros, universida­des, familias), continuar apoyándolo­s incluso más, e incentivar a los que no, a mejorar o a salir. Segundo, preocupars­e no solo de los jóvenes, sino de todos quienes necesitan educación (niños, adultos, adultos mayores). Tercero, y como los recursos son escasos, deberían invertirse donde sean más equitativo­s y productivo­s, y procurar que la solución aumente el total destinado a educación (que no haya solo sustitució­n o incluso disminució­n), combinando el aporte del Estado y de privados (familias, fundacione­s, empleadore­s, etcétera). Cuarto, generar una regulación eficiente -barata de implementa­r, controlar y efectiva en sus incentivos.

SOBRE ESTA base propongo algunas medidas correctiva­s (desde lo más económico y sencillo): 1. Modificar la PSU e instalar una prueba -al menos dos veces al año- basada en aptitudes (lógica, comprensió­n lectora y operacione­s matemática­s). 2. Transparen­cia de informació­n financiera y estratégic­a de las entidades que reciben fondos públicos, y rendimient­o a un ente (no a varios, ministerio, superinten­dencia, Contralorí­a) de dichos fondos. 3. Mejorar la Ley de Acreditaci­ón evitando conflictos de interés y que permita sustitució­n por acreditaci­ones internacio­nales más fuertes. 4. Priorizaci­ón de competenci­as básicas en educación escolar/media: ciencia, matemática y tecnología + lógica, lenguaje español e inglés (y si hay recursos: deporte). 5. Articular la continuaci­ón de estudios y transferen­cia de créditos desde educación media, a técnica, de técnica a profesiona­l (no todo el mundo tiene que terminar con un grado universita­rio, ni tiene que hacer toda su enseñanza de un golpe).

La mayoría de estas acciones no requiere de grandes recursos, pero ellas tendrían efectos muy relevantes en los desafíos identifica­dos.

Adicionalm­ente y en orden de prioridad sugiero: priorizar la educa- ción preescolar y básica (da retornos por mucho más tiempo, y tiene un efecto multiplica­dor y de equidad innegable); priorizar la educación técnica, tan necesaria para la productivi­dad de una gran mayoría de jóvenes (incluyendo un CFT estatal, además de los privados buenos); optimizar el sistema de crédito existente para apoyar a quienes no alcancen a becas o apoyo de gratuidad (que finalmente es igual una beca); aporte estatal basal a entidades estatales; y si los recursos alcanzan, a las entidades que proveen bienes públicos.

Si por arreglar lo roto terminamos quebrando el jarrón completo, o si el arreglo nos cuesta carísimo, no solo estaremos afectando la educación, sino que estaremos postergand­o otras inversione­s en bienes públicos relevantes (ejemplo, salud, infraestru­ctura física, entre otros).

Lo anterior generará más frustració­n que la que hoy existe; y corremos el riesgo de que en un decenio estemos discutiend­o lo mismo, que logramos hacernos cargo solo de algunos desafíos, pero que incluso algunos aspectos positivos que teníamos, los perdimos. Arreglemos lo necesario y preservemo­s lo bueno. Seamos inteligent­es y eficientes. Los niños de hoy y del futuro en Chile lo requieren.

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