¡Arreglemos sólo lo que está roto!,
La discusión sobre la educación se hace con precipitación y poca mesura, como si todo estuviera malo y nada bueno hubiera.
HOY SE discute sobre la educación en Chile como si todo estuviera malo, como si no hubiera nada bueno, y con bastante precipitación y poca mesura. Como dice el refrán, si no está roto no lo arregle, o arregle solo lo que está roto. Y yo agregaría, “no por arreglar lo roto, termine rompiendo el jarrón completo”.
Intentaré una síntesis de lo que se ha consensuado para enfocarnos solo en lo que deseamos corregir. Es positivo que nuestro país tenga una de las mayores coberturas de la región en educación, incluyendo la superior. La calidad es relativamente buena y mejora lento, pero mejora, en comparación con Latinoamérica (pero no con la rapidez de otros países de reciente desarrollo, como Singapur o Corea; mejor mirar para allá que para Argentina). Las universidades chilenas (públicas, tradicionales privadas y privadas nuevas) han logrado liderar los rankings en Latinoamérica (y al mismo tiempo aumentando cobertura y con gastos del Estado relativamente menores que los de otros países). Han aparecido actores nuevos tanto en la educación media (particular, subvenciona- da y pública) y también en la superior de mucha calidad. En general, los recursos destinados (privados y Estado) a educación han ido aumentando.
Pese a estos avances, se han identificado desafíos importantes: las diferencias sustantivas en la formación preescolar; la inequidad en el acceso a una “buena” educación fomentada por una mala concepción de prueba de selección; la falta de cobertura en educación media en menores en situación de riesgo; sostenedores con diferencias de recursos y capacidad de gestión; endeudamiento de jóvenes con títulos de baja productividad; pobre financiamiento de la investigación; instituciones públicas dejadas a la deriva financiera; una educación sin sintonía con los requerimientos del país; paros interminables que dilapidan recursos y tiempos de las personas/instituciones más vulnerables, carencias de carreras técnicas donde el Estado tiene cero rol; falta de cumplimiento de la regulación (acreditación, financiamiento), y la mala -excesiva o inequitativa- regulación en otras áreas (universidades estatales con controles cuádruples ministerio / Contraloría / acreditación / transparencia versus instituciones privadas con muy poco control). Para no romper más el jarrón, y arreglar solo la parte rota, sugiero algunos criterios que la solución (ley) debería considerar. Primero, preservar a los actores que lo están haciendo bien (colegios, maestros, universidades, familias), continuar apoyándolos incluso más, e incentivar a los que no, a mejorar o a salir. Segundo, preocuparse no solo de los jóvenes, sino de todos quienes necesitan educación (niños, adultos, adultos mayores). Tercero, y como los recursos son escasos, deberían invertirse donde sean más equitativos y productivos, y procurar que la solución aumente el total destinado a educación (que no haya solo sustitución o incluso disminución), combinando el aporte del Estado y de privados (familias, fundaciones, empleadores, etcétera). Cuarto, generar una regulación eficiente -barata de implementar, controlar y efectiva en sus incentivos.
SOBRE ESTA base propongo algunas medidas correctivas (desde lo más económico y sencillo): 1. Modificar la PSU e instalar una prueba -al menos dos veces al año- basada en aptitudes (lógica, comprensión lectora y operaciones matemáticas). 2. Transparencia de información financiera y estratégica de las entidades que reciben fondos públicos, y rendimiento a un ente (no a varios, ministerio, superintendencia, Contraloría) de dichos fondos. 3. Mejorar la Ley de Acreditación evitando conflictos de interés y que permita sustitución por acreditaciones internacionales más fuertes. 4. Priorización de competencias básicas en educación escolar/media: ciencia, matemática y tecnología + lógica, lenguaje español e inglés (y si hay recursos: deporte). 5. Articular la continuación de estudios y transferencia de créditos desde educación media, a técnica, de técnica a profesional (no todo el mundo tiene que terminar con un grado universitario, ni tiene que hacer toda su enseñanza de un golpe).
La mayoría de estas acciones no requiere de grandes recursos, pero ellas tendrían efectos muy relevantes en los desafíos identificados.
Adicionalmente y en orden de prioridad sugiero: priorizar la educa- ción preescolar y básica (da retornos por mucho más tiempo, y tiene un efecto multiplicador y de equidad innegable); priorizar la educación técnica, tan necesaria para la productividad de una gran mayoría de jóvenes (incluyendo un CFT estatal, además de los privados buenos); optimizar el sistema de crédito existente para apoyar a quienes no alcancen a becas o apoyo de gratuidad (que finalmente es igual una beca); aporte estatal basal a entidades estatales; y si los recursos alcanzan, a las entidades que proveen bienes públicos.
Si por arreglar lo roto terminamos quebrando el jarrón completo, o si el arreglo nos cuesta carísimo, no solo estaremos afectando la educación, sino que estaremos postergando otras inversiones en bienes públicos relevantes (ejemplo, salud, infraestructura física, entre otros).
Lo anterior generará más frustración que la que hoy existe; y corremos el riesgo de que en un decenio estemos discutiendo lo mismo, que logramos hacernos cargo solo de algunos desafíos, pero que incluso algunos aspectos positivos que teníamos, los perdimos. Arreglemos lo necesario y preservemos lo bueno. Seamos inteligentes y eficientes. Los niños de hoy y del futuro en Chile lo requieren.