“Tips” de la felicidad
La mayoría de las personas piensa en la posibilidad de ser más felices. Esta tendencia emerge en una sociedad donde existe una gran desintegración entre los aspectos de la vida (social, espiritual, laboral, familiar, etcétera), que genera (en parte) que los chilenos seamos hoy uno de los países con mayor índice de depresión y suicidio juvenil. Esta desintegración refleja el modelo de especialización, diferenciación y control (primera Revolución Industrial). Es decir, que para lograr mejores resultados es necesario fragmentar. Así las cosas, experimentamos una vida desintegrada. Sin saberlo, buscamos de manera desesperada un equilibrio personal; es decir, un “sentido” a algo que no lo tiene. Esta falta de sentido es tomada por los “gurús” en el tema; algunos haciéndonos creer que “el poder está en nosotros” y que, por lo tanto, basta con un esfuerzo adicional y absolutamente personal para alcanzar la armonía. De esta manera nos llenamos de “tips” extraídos de otras culturas, de “faranduleros” ejemplos de personas que los practican, pero en contextos muy distintos a los nuestros; no considerando que para ello debemos disponer del tiempo y espacio físico necesarios, que sus efectos son a largo plazo y que generan sólo una sensación de felicidad, pero no la felicidad en sí. Al existir desintegración personal, cualquier práctica será insuficiente y el resultado será momentáneo. Otros, en cambio, nos intentan convencer de que existen “fuerzas” más allá de nuestro arrojo personal. Pero esas fuerzas dependen de la conciencia de una sociedad y de la voluntad política para concretar los cambios. No existe evidencia (más que sólo correlaciones) que permita concluir que una política pública impacte de manera directa sobre la felicidad. En todo caso, ambas opciones son válidas en tanto signifiquen esfuerzos para darle respuestas, aunque sean imprecisas, a una gran cantidad de personas que añoran y luchan por ser felices.