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LA ENCUESTA CEP dejó en evidencia la peor crisis de confianza y desafección política e institucional del último cuarto de siglo en Chile. Sin embargo, hay que entender que un sondeo de opinión mide síntomas y permite, junto a otras herramientas, obtener un diagnóstico más o menos acabado del estado de salud, en este caso, de un país. Si hay algo más importante que la prescripción que puedan entregarnos los expertos y sus instrumentos, es la reacción que frente a ella tiene el paciente. Y en este punto, la reacción de Michelle Bachelet debería encender todas las alarmas. Si a Sebastián Piñera se lo criticaba por gobernar en base a sondeos de opinión, la actual mandataria abraza con fuerza el error opuesto: no toma en cuenta lo que los chilenos le dicen por medio de Cadem semanalmente, de Adimark mensualmente y del CEP semestralmente. Aunque parezca cosmético, incluso el modo de enfrentarse por primera vez al diagnóstico es alarmante. Y es que en la línea del “paso” dicho en campaña y tal como el “me enteré por la prensa” esgrimido por Caval, Bachelet en esta oportunidad se excusó llegando a Coquimbo de no referirse en pro- fundo a las cifras de la CEP pues “veníamos volando cuando salió”. No hay asesores, no hay celulares, no hay internet, no hay ningún tipo de comunicación para la primera autoridad del país cuando está lejos de La Moneda. Ahora bien, si las formas preocupan, el fondo debería estremecer. “Vamos a seguir trabajando con mucha fuerza para cumplir con los compromisos que tomamos con los chilenos y chilenas”, agregó la Presidenta, dando a entender lo que muchos temen: las cosas seguirán tal como están, con el mismo equipo y con la misma porfía en llevar al país por un camino pavimentado con caprichos y por el cual los chilenos no quieren ir. Curiosamente, el mismo viernes, en las redes sociales -esas a las que Bachelet y su segundo piso llegaron tarde y mal- comenzó a ser trending topic el slogan de la campaña de 2005: #MichelleEstoyContigo. Un rápido recorrido por esos tweets confirmaba informal e irónicamente lo que horas antes se había dicho con la rigurosidad de la demoscopia: la apabullante mayoría del país no está con Michelle. Pero ella -y los suyos- insisten en leer todo al revés. Aunque no se entienda. Les da igual.