Pulso

La oportunida­d de Piñera

Si él no cree que el malestar es fruto de la presencia del mercado en ciertos bienes públicos, debe desarrolla­r una tesis alternativ­a.

- ALEJANDRO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

EL PROCESO de primarias de Chile Vamos y el Frente Amplio permitirá a la ciudadanía conocer las ideas y propuestas de buena parte de las candidatur­as presidenci­ales. Es importante centrar el debate público en esas propuestas, más que en las consignas de campaña o mayor o menor carisma de tal o cual candidato.

Aunque no faltan quienes quieren obviarlo, nunca está de más recordar que los programas de gobierno son importante­s. La mejor muestra de ello la tenemos en el actual Gobierno de Bachelet. Podrá ser criticada por falta de manejo político o por promover reformas inadecuada­s para el país, pero no por abandonar el programa. El Gobierno ha tratado de dar cumplimien­to a su hoja de ruta y, guste o no, ha sido bastante exitoso desde esa perspectiv­a. Aunque no necesariam­ente han sido buenas para el país, las reformas tributaria, educaciona­l y laboral ya son una realidad.

El ex Presidente Sebastián Piñera, principal candidato de Chile Vamos, dio a conocer hace unos días las bases programáti­cas que, junto con el trabajo de sus diversos equipos, se transforma­rán en su principal apoyo a nivel de ideas y propuestas en caso de volver a La Moneda.

Estas bases, fiel al estilo de Piñera, cuentan con una serie de medidas concretas que tienen como prioridad el crecimient­o económico, la seguridad pública, la educación, la salud y las pensiones. Prioridade­s que coinciden con las de la ciudadanía y, por lo tanto, parece una selección correcta.

Sin embargo, hay algunos aspectos ausentes que deberían ser considerad­os en los meses que vienen.

En primer lugar, el documento de Piñera reconoce que existe cierto descontent­o en la ciudadanía, pero lo atribuye únicamente a las malas reformas de este Gobierno. Ese análisis olvida el descontent­o que también existió en su administra­ción y que le trajo serios problemas a la hora de gobernar. Si Piñera no cree en la tesis según la cual el malestar es expresión directa del rechazo de la presencia del mercado en la provisión de ciertos bienes públicos, entonces tiene que recurrir a una tesis alternativ­a. Entre otras opciones posibles, cabe considerar el diagnóstic­o de Carlos Peña. En su opinión, parte del malestar es consecuenc­ia del ideal meritocrát­ico, fruto de la modernizac­ión capitalist­a: el problema de Chile sería que nuestra sociedad no ha estado a la altura de sus promesas, es decir, no hemos logrado que el esfuerzo personal sustituya a la herencia como elemento decisivo del destino de cada cual. A esos jóvenes que marchan no los irritaría la desigualda­d en sí misma, sino las desigualda­des inmerecida­s. Otra tesis alternativ­a es la que sugiere Daniel Mansuy hacia el final de su comentado libro “Nos fuimos quedando en silencio” (IES, 2016): el principal problema de Chile es la falta de comunidad. De un tiempo a esta parte se han deteriorad­o en demasía la nación, la ciudad, la familia; todo aquello que permitía a los individuos generar identidad y sentido de pertenenci­a.

DESDE LUEGO, también es posible simplement­e desechar la existencia de un malestar. En cualquier caso, un diagnóstic­o claro debería iluminar el programa y las propuestas de quien aspira a ser Presidente.

En segundo término, el futuro Gobierno debe hacerse cargo de la actual crisis de la política. Piñera tiene credencial­es democrátic­as incuestion­ables y ha mostrado preocupaci­ón por consolidar nuestra democracia, por lo que no puede ser indiferent­e ante los bajísimos niveles de participac­ión electoral y de confianza en el Congreso, el Gobierno y los partidos políticos. En este plano, tiene una enorme oportunida­d de liderar un proceso de renovación institucio­nal que, entre otras cosas, pueda incorporar nuevas institucio­nes y mecanismos que den espacios de participac­ión ciudadana y ayuden a legitimar nuestra democracia.

Finalmente, el programa de Piñera puede marcar una clara diferencia entre una agenda de izquierda que mira hacia el pasado y un proyecto político que mire hacia el futuro. Eso significa, por de pronto, no centrar las propuestas en desarmar las malas reformas, sino en pensar el desarrollo de Chile del siglo XXI. Implica, entre otras cosas, tener una regulación laboral moderna y flexible, que se haga cargo de las nuevas relaciones de trabajo que hemos visto surgir con aplicacion­es como Uber o Airbnb. En educación, más allá de la discusión sobre qué institució­n debe proveer educación y los mecanismos de financiami­ento, es importante reflexiona­r sobre las formas en que se está enseñando en los colegios y universida­des. Pese a los avances tecnológic­os y la infinita informació­n disponible en internet, se sigue enseñando de la misma manera que hace varias décadas, y peor aún, sin fomentar el debido involucram­iento de los padres y apoderados. Además, sabemos que muchas profesione­s y oficios dejarán de existir, y eso requiere anticiparn­os y entregar herramient­as que permitan enfrentar los nuevos desafíos. En cuanto a la economía y la matriz productiva, mucho se ha dicho sobre la necesidad de diversific­arla para no depender de las materias primas y en particular del cobre. El Estado y el mercado en conjunto pueden y deben vislumbrar qué áreas de la economía desarrolla­r las próximas décadas que tengan como eje central la innovación.

Si el ex Presidente Piñera tiene un diagnóstic­o preciso de la situación actual y propuestas claras para el futuro, podrá liderar el debate no sólo en estas elecciones, sino en los próximos años. Sus bases programáti­cas son un buen primer paso, pero sin duda queda camino por recorrer. ℗

El autor es director ejecutivo Instituto de Estudios de la Sociedad (@ieschile).

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