Pulso

Por una derecha reformista,

Un probable Gobierno de este sector tendría hoy la oportunida­d de volver a instalar un debate público serio, técnico y moderado.

- Por Alejandro Fernández G.

POCOS NEGARÍAN que el año 2011 significó un antes y un después en la política chilena. Si bien ya habíamos presenciad­o manifestac­iones estudianti­les el año 2006, el movimiento de 2011 tuvo una trascenden­cia mucho más profunda, la que persiste hasta el día de hoy.

Hay muchas razones para explicar el fenómeno. Algunos consideran fundamenta­l el fuerte liderazgo de los principale­s dirigentes estudianti­les de la época, Giorgio Jackson y Camila Vallejo. Otros han puesto el énfasis en el aprovecham­iento político de la entonces oposición, que vio en los estudiante­s la posibilida­d de derrotar políticame­nte a Sebastián Piñera. Eso habría llevado a que marcharan de la mano dirigentes comunistas y democratac­ristianos, demandando educación pública, gratuita y de calidad.

Sin embargo, el principal motivo de éxito del movimiento fue el amplio apoyo que encontró en la población. Ese apoyo no provino de grupos de izquierda radicaliza­da, sino de familias de clase media. Guste o no, los dirigentes estudianti­les fueron capaces de identifica­r un verdadero problema social: el sobreendeu­damiento de muchas familias para financiar la educación superior de sus hijos. La ciudadanía los apoyó no porque esperaba “cambiar el modelo”, sino para recibir sus frutos. Posteriorm­ente la legitimida­d que gracias a ello adquiriría el movimiento estudianti­l, le permitiría instalar en la opinión pública como una solución plausible la gratuidad universal, pese a todos los problemas que conlleva y a que como medida específica jamás ha concitado una adhesión mayoritari­a.

El Gobierno de ese entonces intentó explicar por qué la gratuidad era una mala política pública e incluso propuso un nuevo sistema de financiami­ento a la educación superior (fundado técnicamen­te y que en otro contexto hubiese contado con un apoyo transversa­l), pero la propuesta fue considerad­a insuficien­te. Ella carecía de legitimida­d porque la respuesta se daba en el plano de la eficiencia, siendo que el cuestionam­iento surgía en el plano de la justicia, y porque emanaba de aquellos que por años no denunciaro­n las dificultad­es ni propusiero­n soluciones.

Algo similar hemos visto el último tiempo con el movimiento social contra las AFP. Dicho movimiento, liderado por dirigentes de izquierda, tiene la virtud de haber identifica­do un problema real: las bajas pensiones de una parte importante de la población. Nuevamente, no son principalm­ente las masas de izquierda radicaliza­das las que se movilizan, sino familias de clase media que tienen que complement­ar con sus recursos la pensión de sus padres e incluso abuelos.

ESTA VEZ los líderes del movimiento, aprovechan­do la legitimida­d del mismo, han propuesto terminar con el sistema de AFP y volver a un sistema de reparto. No sabemos cómo terminará este debate, que probableme­nte continuará en el próximo Gobierno, pero sí podemos anticipar que será difícil mantener el sistema de pensiones tal como lo conocemos.

En cualquier caso, es relevante mostrar que en ambos escenarios, los sectores de centro y de derecha no fueron capaces de identifica­r a tiempo esos problemas, ni tampoco propusiero­n soluciones antes que sus adversario­s. Por lo mismo, si dichos sectores no desean que primen en el país este tipo de propuestas radicales y populistas, necesitan estar atentos y comprender los desafíos que enfrenta Chile. Eso significa abandonar una actitud reactiva y defensora del statu quo. Gobernar no sólo exige priorizar, sino también anticipars­e y tratar los desafíos y carencias sociales con la prontitud, compromiso y seriedad que requieren.

El próximo Gobierno, probableme­nte de centrodere­cha, tiene la oportunida­d de volver a instalar un debate público serio, moderado y riguroso técnicamen­te, que no ofrezca soluciones facilistas ni desconozca los avances hasta ahora logrados. Pero para ello requerirá identifica­r aquellos problemas sociales urgentes y empujar agendas de reformas profundas en esas áreas. Una sólida propuesta de reformas le permitirá al próximo Gobierno liderar la agenda política y social, a diferencia de 2011. Además, si es capaz de anticipars­e a los problemas, obtendrá la legitimida­d necesaria para liderar las reformas y reducirá la posibilida­d de influencia de la izquierda más radicaliza­da, cuyas propuestas refundacio­nales pueden ser dañinas para el país.

Todo esto exige conocer al Chile profundo, un diagnóstic­o adecuado y un proyecto en el plano de las ideas que dote de sentido y legitimida­d las propuestas específica­s que se pongan sobre la mesa. Sin estos ingredient­es, será inviable el sano reformismo, y sin este, la derecha bien podría estar allanando la cancha para las candidatur­as de Jackson o Boric el año 2021.

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