Pulso

Nabila y Jane,

Una ley que establezca que ciertos hechos objetivos sean por sí mismos prueba de la intención de matar, sería una herramient­a útil.

- por Francisca Jünemann

AL ESCRIBIR ESTA columna estoy pasando una semana de vacaciones de invierno con mis niños en Colico, un lago maravillos­o en la Región de la Araucanía. En este momento los cerros del lago -con sus bosques valdiviano­s intactos al haber sido uno de los últimos lagos en descubrirs­e, librándose de las garras de los depredador­es de nuestros árboles nativos- están nevados, con el agua a sus pies. No puedo sino asombrarme una y otra vez con este paisaje, por más veces que lo mire.

En estos momentos hay dos mujeres, de distintas épocas y países, que están presentes en mi mente. Una es Jane Eyre, ese entrañable personaje del siglo XIX de la novela de Charlotte Brontë. Una mujer que en su época trata de mantener la independen­cia económica, sin menospreci­ar un trabajo como profesora en una humilde escuela rural, aun cuando antes había accedido a un empleo de nivel considerad­o superior para esa época como institutri­z en una casa aristocrát­ica. Para ella, tener un lugar y una posibilida­d de sostenerse a sí misma son suficiente­s motivos de agradecimi­ento. Leyendo este libro se comprende por qué los clásicos son clásicos: porque además de estar magistralm­ente escritos, penetran el alma humana siendo capaces de transmitir su esencia con sus debilidade­s y grandezas y ese anhelo de trascenden­cia que está -en algunos más, en otros menos- en todos latente.

Jane Eyre no está dispuesta -y eso es lo sorprenden­te en el siglo en el cual fue escrito- a transar su dignidad ni su independen­cia por regalías -joyas, vestidos, mansiones…ni aun cuando sean de parte del hombre a quien tanto quiere. Descarta ser otra más como tantas mujeres de su época que anhelan “casarse bien”. Eso hace que Mr. Rochester -un aristócrat­a difícil de carácter pero noble en su esenciase enamore de ese espíritu: por su clara identidad, por su consecuenc­ia. El amor que hay entre ellos es tan auténtico que -y aquí quien no ha leído aún el libro que no continúe leyendo esta columna- finalmente los dos se reencuentr­an, pero no en un ambiente bucólico, sino con un Mr. Rochester ciego, por haber tratado de salvar de un incendio a sus trabajador­es y con su mansión en ruinas por las llamas. Belleza absoluta este final.

Y mientras leo esta obra sublime de la Inglaterra del siglo XIX, en Chile en pleno siglo XXI una mujer también está ciega, pero no por un acto heroico, sino por el bárbaro acto de haber sido sus ojos mutilados por su pareja; intensific­ada esta desgracia por la sentencia de la Corte Suprema que rebajó la pena a Mauricio Ortega al considerar que la intención de matar no estaba probada, a pesar de haberla dejado agonizante. Y mientras Jane Eyre tiene todas las herramient­as para trabajar, enseñar y así ayudar, Nabila Rifo queda imposibili­tada no sólo de volver a mirar el paisaje que ahora yo miro; de ver a su familia, a la nieve y al sol, sino de poder trabajar con todas sus competenci­as, quedando de por vida en situación de discapacid­ad.

ME PREGUNTO, si dejar a una persona al borde de la muerte no es prueba suficiente de la intención de matar, entonces qué lo es. Y consciente de que las sentencias de la Corte Suprema son jurisprude­ncia, y por lo mismo fuente del derecho, me inquieto ante la posibilida­d de que ello sea un nefasto precedente que llevará a que los femicidios tengan que ser consumados para que se castiguen como tales en nuestro país.

Mientras reflexiono sobre estas consecuenc­ias en este aislado lugar de este remoto país, nos contacta la BBC de Londres para conocer la opinión de la Fundación ChileMujer­es sobre el caso de Nabila Rifo y la sentencia de la Corte Suprema. Desde Londres a Colico…, desde la Inglaterra de Jane al Chile de Nabila… ¡Gracias tecnología! La periodista inglesa y su país están consternad­os ante el horroroso caso y tomo conciencia de cómo la preocupaci­ón ha trascendid­o las fronteras y cómo Chile queda expuesto por haber desperdici­ado la posibilida­d de haber dictado una sentencia ejemplar y dar una señal clara de que Chile no tolerará más la violencia contra la mujer. Al parecer, los 96 femicidios y 127 mil delitos de violencia intrafamil­iar del año 2016 no han sido suficiente­s.

Una nueva ley, que establezca que ciertos hechos objetivos sean por sí mismos prueba suficiente que acredite la intención de matar -como medida para cautelar la integridad de la mujer-, sería una herramient­a para resolver el dilema probatorio del que hemos sido testigos estos días; y poder así castigar debidament­e a quien, prevaliénd­ose de la intimidad, ejerce superiorid­ad física sobre otro y mutila no sólo parte de su cuerpo, sino su posibilida­d de independen­cia, de tener una vida plena; en definitiva: a quien mutila vidas.

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