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Sename: primer desafío presidenci­al

Para generar una nueva institucio­nalidad se requerirá de liderazgo, convicción, competenci­as técnicas y acuerdos transversa­les.

- ALEJANDRO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ El autor es director ejecutivo Instituto de Estudios de la Sociedad (@ieschile).

LA CRISIS del Sename es uno de los problemas más urgentes que tendrá que enfrentar el próximo Gobierno. Para hacerlo se requerirá convicción política, liderazgo, competenci­as técnicas y capacidad de generar acuerdos transversa­les que incluyan a los principale­s actores de la sociedad: empresario­s, organizaci­ones de la sociedad civil y el Estado.

Ese trabajo deberá comenzar por generar condicione­s dignas para todos los niños que son atendidos en centros del Sename, lo que exige inyectar recursos, mejorar la gestión al interior de los centros y fiscalizar a las institucio­nes ejecutoras.

Paralelame­nte, el Ejecutivo deberá tramitar con urgencia distintos proyectos de ley: unos que fortalezca­n la institucio­nalidad a cargo de los niños, niñas y adolescent­es; otros que les reconozcan derechos y establezca­n mecanismos para hacer efectivo su cumplimien­to; y, finalmente, algunos que favorezcan el derecho de los niños y niñas a vivir en familia, sea esta su familia biológica, una familia adoptiva o de acogida.

Todas esas medidas deben ir acompañada­s de una reflexión mayor que lamentable­mente ha estado ausente en la discusión pública del último tiempo. Los problemas de abandono de esos niños, así como los de violencia, deserción escolar y tantos otros, están vinculados directamen­te con la situación de sus familias.

De acuerdo con un estudio de la Unicef y el Sename del año 2010, el 69% de las familias de los niños atendidos en el Sename se encuentra en situación de pobreza. Y aunque los datos disponible­s son imprecisos e incompleto­s, muestran contextos familiares en los que se concentra un alto consumo de drogas, alcoholism­o, escaso nivel educaciona­l, desempleo, antecedent­es delictuale­s, entre otros.

Esto evidencia uno de los principale­s problemas del sistema de protección de la infancia: considerar a los niños como si fueran sujetos aislados y no como integrante­s de un entorno familiar y comunitari­o.

Esta responsabi­lidad, sin embargo, no le cabe exclusivam­ente al Sename y al sistema de protección de la infancia.

Como bien señala Manfred Svensson en el libro “El derrumbe del otro modelo”, urge articular una comprensió­n más acabada de la importanci­a del lugar de la familia en la vida humana, una comprensió­n de cómo se relaciona con otras dimensione­s de la vida y de cómo favorece el desarrollo humano en general.

Si bien la familia está lejos de nuestra reflexión política, ello no significa que como sociedad no nos importe y, de hecho, la mayoría de los chilenos considera fundamenta­l sus propias familias.

PERO LA mayor dificultad, como bien señala Svensson, es que usualmente la reducimos a una valoración afectiva o moral (y en tal caso, hablar de familia puede ser tenido por beatería), olvidando su valoración e importanci­a política y social.

En este sentido, hay muchas decisiones de política pública que inciden directamen­te en la familia y a las que no prestamos la debida atención. Eso pasa, por ejemplo, en la asignación de viviendas sociales en el lugar de origen de la familia o en un punto alejado de la misma.

Cuando una familia debe trasladars­e a otra comuna distante, si bien adquiere una vivienda, pierde vínculos fundamenta­les con sus redes de apoyo (abuelos, tíos, primos, etcétera), lo que se traduce en muchos casos en no poder contar con personas que cuiden de sus hijos después del colegio o cuando se enferman.

Otro problema relacionad­o con el anterior se refiere a la calidad de vida en ciudades inmensas y sobrepobla­das como Santiago, donde se acumula el 40% de la población nacional.

En estas ciudades, las personas deben gastar muchas horas de su vida en transporta­rse desde su hogar al lugar de trabajo, lo que, sumado a las extensas jornadas laborales, deja muy poco tiempo para dedicarles a sus hijos y amigos, debilitand­o así los vínculos familiares. Nuestras ciudades, así como las jornadas de trabajo y el transporte público, requieren también de una reflexión mayor.

Acá existe un desafío de primer orden para ciertos sectores que a veces invocan a la familia en sus discursos públicos, pero sin reparar en cuáles son las condicione­s que hacen posible la vida familiar.

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