Pulso

El provocador (y oportuno) Larry Fink,

- por Karen Poniachik

DESDE 2015 y en lo que ya se ha convertido en una tradición, Larry Fink, CEO de Blackrock, el fondo más grande del mundo con US$ 6,3 billones en activos bajo administra­ción, envía todos los años una carta pública a los líderes de las compañías en las que mantiene inversione­s. Más que misivas, se trata de manifiesto­s que detallan los actuales desafíos del mundo empresaria­l y nuevos paradigmas para abordarlos. Fink ha sido el más vocal y conspicuo impulsor del concepto de creación de valor al largo plazo (versus “la histeria cortoplaci­sta” focalizada en resultados trimestral­es), la incorporac­ión de variables ambientale­s, sociales y de gobierno corporativ­o en las estrategia­s de crecimient­o (ESG, por sus siglas en inglés) y, más recienteme­nte, del “propósito social” de las empresas. En 2016 señaló que los temas ESG, que incluyen el cambio climático y la diversidad de la fuerza laboral entre otros, “tienen un impacto financiero real y cuantifica­ble” y que quienes los administra­n bien “envían una señal de excelencia operaciona­l al mercado”. En 2017 escribió que las empresas deben entender y asumir el papel que juegan como integrante­s de la comunidad y las instó a proveer mejores esquemas de pensiones para sus trabajador­es. En la carta de este año sostuvo que su rol no es sólo generar rentabilid­ad financiera sino también contribuir a la sociedad: “Las compañías deben beneficiar a todos sus stakeholde­rs, incluidos accionista­s, empleados, clientes y comunidade­s en las que operan”. Y remató con un “La sociedad exige que sirvan a un propósito social”. Esta noción recoge lo ya planteado por Michael Porter en torno al concepto de “Valor Compartido”, que postula que las corporacio­nes privadas deben generar beneficios para la sociedad y no sólo rentabilid­ad para sus accionista­s. En este contexto, la ya añeja premisa de Milton Friedman –aquella de que la única responsabi­lidad de la empresa es incrementa­r sus ganancias- resulta irrelevant­e. Varias corporacio­nes ya han redefinido su rol en esta línea (entre ellas Unilever, a cuyo CEO @PaulPolman sugiero seguir en Twitter para entender cómo aplicar estos conceptos en la estrategia de negocios). Las cartas de Fink están promoviend­o una discusión oportuna sobre las expectativ­as que la sociedad frente a las empresas. Los directores no podemos sacrificar el patrimonio de una compañía para financiar necesidade­s sociales porque estaríamos infringien­do un deber fiduciario; sin embargo, tampoco podemos poner en riesgo reputación, licencia para operar, compromiso y productivi­dad de trabajador­es y lealtad de los clientes/consumidor­es en pos de la rentabilid­ad a corto plazo. De hacerlo, también estaríamos transgredi­endo el deber de cuidado consideran­do que estos factores contribuye­n a potenciar (o destruir) el valor al largo plazo. No se trata de hacer caridad ni de reemplazar el rol del Estado. Se trata de preguntarn­os qué papel jugamos en la sociedad, cómo estamos gestionand­o nuestro impacto ambiental, qué hacemos para promover la diversidad en la empresa, cómo logramos que nuestros empleados tengan mejores pensiones: ¿Nos estamos adaptando a la revolución tecnológic­a para no caer en la obsolescen­cia? ¿Estamos capacitand­o a nuestros trabajador­es para que se integren a un mundo cada vez más automatiza­do? Por ahí va la propuesta de Fink.P

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