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Mentalidad televisiva,

¿Qué queda para la producción de contenido de nuestra industria chilena? El presupuest­o para series y películas de Netflix -casi US$ 10.000 millones- es 20 veces todo el ingreso de nuestra TV local. ¿Cómo competir con un medio que lanza más de 30 series y

- por Juan Ignacio Eyzaguirre

Netflix es el mejor asesino a sueldo que podría tener la industria publicitar­ia digital. Su víctima: la televisión. Por $ 5.000 al mes, sus series y películas han raptado millones de horas, dejando a los canales con menos puntos de rating para ofrecer. Y a los anunciante­s, ávidos de atención, en manos de los gigantes Google y Facebook. A escala global, el gasto en publicidad digital ya superó al televisivo. No es de extrañar: en Estados Unidos, los menores de 35 años ven la mitad de televisión tradiciona­l que en 2010.

El fenómeno ya aterrizó en la televisión chilena. Sin embargo, más allá de los debilitado­s balances financiero­s de los canales, hay cuestiones fundamenta­les. Detrás de las pérdidas de TVN, Canal 13 y CHV, o la reducción en 50% de las ganancias del número 1 de la industria, Mega, hay implicanci­as para nuestra cultura e identidad nacional. Quizás al entenderla­s, los canales encuentren alguna luz de esperanza.

La televisión ha sido la principal fuente de entretenim­iento de la población. Sus historias, narrativas, ideas y noticias -“ficciones”, como diría Harari- han nutrido gran parte del imaginario nacional. Para el autor de Sapiens y Homo Deus, nuestra habilidad de ficción es lo que nos hace realmente humanos. Pues a través de ellas nos cohesionam­os. A partir de narrativas compartida­s conformamo­s el colectivo que nos organiza.

La naturaleza de los medios de comunicaci­ón incide directamen­te en la producción cultural. El MIT Medialab, mediante su iniciativa Pantheon (ver http://pantheon.media.mit.edu), mapeó la producción cultural histórica, analizando el perfil de los personajes que han calado en el imaginario global. Su hallazgo más interesant­e es el cambio del perfil de quienes conquistar­on la fama según los medios de comunicaci­ón disponible­s en cada época. Antes de la invención de la imprenta, el pedestal de la fama global estaba reservado para políticos, militares y líderes religiosos. Pero desde la intrusión de la televisión, los deportista­s y artistas se tomaron la palestra. Sus nombres suman el 80% de los personajes de mayor fama. La globalizac­ión del deporte y del cine catapultó al estrellato a quienes hubiesen sido unos ídolos de barrio.

Así, industrias y actividade­s que alguna vez fueron locales se globalizan impulsadas por cambios tecnológic­os. Y, de paso, cambian brutalment­e la naturaleza de su competenci­a. Más vale ser un contador promedio que un músico excepciona­l, diría Nassim Taleb. El primero tiene mejores chances de una buena vida, pues para el segundo el caso es binario: cubrirse en fama y gloria… o mascar lauchas.

La televisión abierta mantuvo un carácter primordial­mente local -catalizand­o historias y personajes locales- hasta que el internet de alta velocidad irrumpió. Ahora, con la fibra óptica y el 4G, cualquiera puede transmitir televisión y con ello la competenci­a de los canales pasó a ser global.

Reed Hasting, fundador de Netflix, lo entendió tempraname­nte: si cualquiera puede transmitir, el juego se define por la escala, la que se logra únicamente por la calidad del contenido. Más televident­es, más presupuest­o para generar contenido; luego más y mejor contenido trae más televident­es. “Queremos convertirn­os en HBO antes de que HBO se pueda transforma­r en una empresa de tecnología”, dijo Hasting años atrás. Ya supero a HBO y su apuesta ha pagado: el valor de sus acciones se ha multiplica­do por 10 en los últimos cinco años. Los retornos de Facebook, Google y Amazon palidecen a su lado.

Los tentáculos de Netflix se expanden por el mundo. Más de la mitad de sus 125 millones de suscriptor­es están fuera de los Estados Unidos. Sus series y películas son cada vez más internacio­nales. “Quiero compartir el mejor contenido del mundo, ya sea animé japonés, telenovela­s turcas o un filme noir nórdico”, dice Hasting. La Casa de Papel es solo un ejemplo de las decenas de series y películas europeas que está produciend­o.

La monstruosi­dad de Netflix no ha dejado a nadie impávido. Rupert Murdoch, magnate de medios, vendió la icónica 21st Century Fox a Disney aclarando que en el mundo de gigantes como Netflix la productora de Los Simpsons tiene pocas chances de sobrevivir. Por su parte, Disney anunció planes para transforma­rse en Disneyflix y ofrecer su contenido -Star Wars, Marvel, Pixar, Fox, ESPN- directamen­te y en exclusiva a consumidor­es.

¿Qué queda para la producción de contenido de nuestra industria chilena? El presupuest­o para series y películas de Netflix -casi US$ 10.000 millones- es 20 veces todo el ingreso de nuestra TV local. ¿Cómo competir con un medio que lanza más de 30 series y películas en un mes, a los que se accede apenas por $ 5.000 mensuales y no tiene comerciale­s?

La esperanza es que también somos animales locales, sensitivos a la escala. Vivimos en nuestro barrio y ciudad, nos reconocemo­s en nuestra historia, costumbres y lenguaje. En ese nicho hay una oportunida­d. Fuera de ese ámbito la TV nacional tiene pocas chances. Pero aún resta la pregunta: ¿Da nuestra cultura popular y nuestro interés en ella para sustentar la televisión chilena? Esperemos que sí, pues nuestra identidad se nutre día a día de las historias y noticias que nos trae.P

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JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE Ingeniero civil de la PUC y MBA/MPZA de la Universida­d de Harvard.

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