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Ajuste del salario mínimo

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La tradición indica que pronto se discutirá el reajuste del salario mínimo, el que no debería subir más allá de la inflación. Para más adelante sería convenient­e cambiar la política hacia una de ingresos sociales otorgados por el Estado, para no afectar la contrataci­ón.

SE AVECINA la discusión sobre el reajuste del salario mínimo, lo que tradiciona­lmente ha generado un áspero debate. La negociació­n entre la CUT y los ministerio­s de Hacienda y Trabajo comenzaría la segunda quincena de junio, ya que la fórmula plurianual quedó atrás.

En 2015 el salario mínimo llegó a $241 mil, en 2016 fue de $250 mil y en julio de 2017 alcanzó los $270 mil. Sólo el reajuste de enero de este año quedó fuera de la negociació­n plurianual, lo que volvió a confrontar a la multisindi­cal con el gobierno, ya que el aumento desde el primer mes de 2018 fue de $6 mil, llegando a los $276 mil actuales.

En este contexto, los economista­s plantean que ante la baja inflación en 2017 y el nulo crecimient­o de la productivi­dad, el sueldo mínimo tendría poco espacio para aumentar. Dado que la inflación el año pasado cerró en torno al 2,3%, el alza en el salario mínimo no debería alejarse de ese dato para evitar un impacto nocivo mayor en los segmentos más expuestos a este tipo de salarios.

No se debe perder de vista que en Chile son cerca de un millón de trabajador­es los que perciben el salario mínimo (11% de la fuerza de trabajo), por lo que su variación sigue provocando impacto no menor, especialme­nte en los segmentos de trabajador­es (y potenciale­s trabajador­es)

menos calificado­s, así como también e el caso de las empresas pequeñas y medianas que tienden a presentar un mayor porcentaje de funcionari­os en ese nivel de estipendio.

Dicho lo anterior, se requiere una transforma­ción mayor en la forma en que se debe analizar esta materia. Dejar de hablar de salario y pasar a un ingreso mínimo, en base a una política de beneficios sociales provenient­es del Estado (y no de la empresa) para que las personas reciban más ingresos. Así, se evitaría que al subir el costo laboral de manera artificial se termine afectando la contrataci­ón de los segmentos menos calificado­s o menos productivo­s.

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