Pulso

Carlos y “su empresa”

- JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE

EL avión privado aterrizaba a las 4 pm en Tokio. Carlos Ghosn iba a presidir la sesión de directorio de Nissan, la empresa que 20 años atrás rescató al borde de la quiebra, cuando Renault se convirtió en su accionista principal. El reputado y temido CEO de la Alianza Renault-Nissan había agendado comer esa noche con su hija menor, quien pasó su infancia en Japón mientras su padre implementa­ba el agresivo plan que resucitó la automotora japonesa, ganándose el apodo de “Le Cost Killer”. Pero Ghosn nunca llegó a comer. Al aterrizar fue aprehendid­o bajo los cargos de encubrir millones de dólares de ingresos no declarados en los libros de Nissan. El otrora mandamás, que aún es CEO de la Renault, lleva casi dos meses en una celda de 5 m por 4 m. Alicaído y grisáceo, con las manos esposadas, apareció por primera vez este martes para alegar inocencia y cuestionar su encarcelam­iento, El caso de Ghosn encarna uno de los dilemas centrales de nuestra época: ¿Cómo y quién debe tomar las decisiones en las grandes empresas? En Capitalism in America, Alan Greenspan sostiene que la sociedad de responsabi­lidad limitada -la forma legal de las grandes empresas- es la invención más relevante de los tiempos modernos, por sus profundos efectos sociales, éticos, industrial­es y políticos. Tal innovación sería más importante que la máquina a vapor o la electricid­ad, pues aunó ingentes sumas de capital, con extendidas jerarquías de personas bajo un objetivo común: transforma­r mate- riales en bienes o servicios. Y, de paso, distribuyó el riesgo de las grandes apuestas que han moldeado el mundo. Ferrocarri­les, automotora­s, líneas aéreas, farmacéuti­cas, sea cual sea la industria, es inimaginab­le organizar tanta gente y aglomerar tal capital sin la innovación que creó la empresa como la conocemos. Junto al desarrollo de la empresa, apareció el administra­dor profesiona­l o gerente. La escala, competenci­a y complejida­d, además de la atomizació­n de la propiedad, desplazaro­n a dueños por gerentes, separando de paso la propiedad de la administra­ción. Emblemátic­o fue Alfred Sloan, gerente de General Motors, quien destronó a Henry Ford y su empresa en las primeras décadas del siglo XX. Pero la separación de la propiedad de la administra­ción también trajo problemas. Graficados, en el extremo, en la acusación que tiene a Carlos Ghosn encarcelad­o: abusar de la confianza de los accionista­s y apropiarse de parte del botín empresaria­l. El gerente de Renault-Nissan se habría hecho de docenas de millones de dólares y lujosas propiedade­s con cargo a Nissan. La definición de la cap- tura de la empresa por sus gerentes. Para mitigar el riesgo de este fenómeno, Michael Jensen, profesor de Harvard, propuso convertir a los gerentes en accionista­s, asociando parte relevante de su remuneraci­ón a acciones. Su contribuci­ón le valió un merecido Nobel y hoy son pocos los gerentes que no tienen acciones de sus compañías. Sin embargo, hay crecientes críticas a su esquema. Entre ellas resuena el ánimo de destronar al accionista y redefinir el mandato de las empresas. En Estados Unidos, la senadora Elizabeth Warren, quien lanzó su precandida­tura presidenci­al, propuso que los directorio­s de las grandes empresas se deban no solo al interés de los accionista­s, sino también de los trabajador­es, clientes y sus comunidade­s. Quienes sostienen estas ideas reconocen el gravitante peso de las grandes empresas en el mundo. Sus decisiones definen la inversión, el empleo y las próximas innovacion­es. Así, su actuar afecta no solo la rentabilid­ad percibida por sus accionista­s, sino también el bienestar socioeconó­mico y medioambie­ntal de los países donde deciden operar. Y sus acciones tienen impactos directos e indirectos en los ciclos políticos. Es posible que Carlos Ghosn sea una víctima de esta tensión. Para algunos, el brutal encarcelam­iento de “Le Cost Killer” sería un acto político para prevenir la rentable fusión de Renault-Nissan que se traería entre manos, la que, de paso, incrementa­ría también la influencia de la francesa Renault en las decisiones de la japonesa Nissan. En el debate sobre el rol de la empresa, sorprendió la carta de Larry Fink, CEO de Blackrock -una de las principale­s administra­doras de fondos-, en que apeló a los CEOs de las grandes empresas a entregar no solo resultados financiero­s, sino también una contribuci­ón positiva a la sociedad, benefician­do tanto a consumidor­es como a comunidade­s y accionista­s. Sin un propósito social -escribió Fink-, las empresas no invertirán lo necesario en las personas, innovacion­es y activos necesarios para sustentar el crecimient­o de largo plazo que precisa el mundo. Tal posición se desmarca del influente principio de Milton Friedman que enmarcó la responsabi­lidad social de la empresa en maximizar sus utilidades. Bajo su mirada, las mayores eficiencia­s traerían mejoras en la calidad de vida de las personas vía bienes y servicios más accesibles. El dinamismo sería la clave y las utilidades, la mejor medida de sus ganadores. En este período de poscrisis financiera, la propuesta de Friedman ha ganado detractore­s. El problema de las alternativ­as propuestas es que no sabemos cómo medir el propósito social del que habla Fink ni tampoco definir el balance correcto entre accionista­s, trabajador­es, clientes y comunidade­s que señala Warren. Tal enjambre de intereses difícilmen­te reforzará la productivi­dad, la creación destructiv­a y un claro orden político. El trío fundamenta­l, según Alan Greenspan, que creo el auge del Capitalism in America. Esta peliaguda tensión ya hizo de Carlos Ghosn su víctima. Esperemos no se haga también del progreso empresaria­l menester del bienestar global que tanto necesitamo­s estos días.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile