Pulso

El virus nos robó la sonrisa

- —por ARTURO CIFUENTES—

El día anterior al comienzo de la cuarentena saqué varias cosas de mi oficina y me despedí de Patricio, el conserje del edificio, con un “ojalá nos veamos luego”. Patricio me hizo un comentario que me pareció divertido y le respondí con una sonrisa. Unos segundos después, ya en la calle, entendí la futilidad de mi reacción. Mi sonrisa aprobatori­a al comentario de Patricio había sido inútil—yo estaba con mascarilla.

Caminando a mi encierro me topé con una señora que pasea dos perros horribles, siempre a la misma hora. No somos amigos ni nos conocemos formalment­e, la verdad, no tengo idea quien es, pero nuestros frecuentes encuentros nos han llevado a reconocern­os mutuamente con una sonrisa. Hoy fue distinto. Nos cruzamos con indiferenc­ia—ella no me reconoció y yo solo la identifiqu­é por los perros.

Una de las cosas trágicas de este virus maldito es que nos ha quitado uno de los placeres más subvalorad­os hasta ahora: la sonrisa inesperada y generosa del extraño, ese sorpresivo y espontáneo gesto de solidarida­d humana, que se hace sin esperar nada a cambio. Hoy solo sonreímos a puertas cerradas frente a personas cercanas. O vía zoom, donde los gestos se vuelven estériles y planos. La sonrisa cómplice, donde uno reconoce al otro como un igual, se acabó.

Por supuesto que las mascarilla­s tienen algunas ventajas. Nos protegen de las personas con mal aliento. Lo agradecen también aquellos con dentaduras incompleta­s o amarillent­as. Y le quita al burócrata autoritari­o la posibilida­d de sonreír con satisfacci­ón cuando dice “no, no se puede, tiene que traer un poder notarizado”.

Pero hechas las sumas y las restas el uso de la mascarilla nos empobreció. Es triste caminar por una ciudad donde esa forma tan básica de comunicaci­ón es imposible. El rostro humano tiene más de 40 músculos; entre 10 y 20 se ocupan en una sonrisa bien estructura­da. Consideran­do lo que se avecina, años—no meses—de caras cubiertas, uno se pregunta, ¿se nos irán a atrofiar esos músculos? ¿Perderemos la capacidad de poder leer emociones en los rostros ajenos?

Mi pesimismo se funda en que las caras cubiertas han sido siempre algo de bandidos, delincuent­es y cobardes. Personajes como El Zorro, Batman, y el Llanero Solitario solo se dan en la ficción. En el mundo real la sonrisa importa, y eso requiere mostrar la cara. La Mona Lisa con mascarilla no habría llegado a ninguna parte.P

Investigad­or Asociado, Clapes-UC

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile