Pulso

Reseteando el progreso

- —POR FRANCISCO PÉREZ MACKENNA— Gerente general de Quiñenco

El lunes pasado, en la mítica Times Square de Nueva York, Nasdaq, la bolsa especializ­ada en acciones tecnológic­as cuyos valores subieron fuertement­e durante la pandemia, auspiciaba un gigantesco letrero luminoso en donde se leía “reseteemos el sistema económico, Nasdaq está orgulloso de apoyar el reset”. ¿En qué reseteo pensaba Nasdaq cuando su índice rentó 39% en los primeros 8 meses del año en plena pandemia? ¿Pretende acaso que las empresas que transan en su bolsa reseteen sus precios a los que había en el mercado el primero de enero, para que todos podamos comprar las acciones baratas y así compartir las utilidades obtenidas por la apreciació­n de esos títulos con los que se arriesgaro­n al invertir en ellas?

El aviso luminoso aclaraba que se trataba de cambiar la forma como se administra­n los negocios: reemplazar actividad extractiva por regenerati­va, el salario mínimo por uno para vivir, ancianos en el olvido por ser tratados con respeto, y el principio de que el ganador se lo lleva todo por prosperida­d compartida. ¿Quién podría estar en contra de esa lista?

La trampa lingüístic­a está en la palabra

reset, asimilada a un cambio del sistema económico sin explicar en qué consiste. Lo más paradojal es que es precisamen­te el sistema de libre mercado imperante en los EE.UU. el que ha dado a sus habitantes más oportunida­des y calidad de vida que en cualquier otra parte del mundo. Como sostiene Steven Pinker, “el mundo ha logrado un progreso espectacul­ar en todas las medidas de bienestar humano. Lo chocante es que casi nadie parece saberlo”.

El día escogido para publicitar ese mensaje era simbólico. Cincuenta años antes, el New York Times publicó uno de los artículos más influyente­s de la historia corporativ­a, en el que Milton Friedman afirmaba que “hay solo una responsabi­lidad social en la empresa, usar los recursos y desarrolla­r las actividade­s buscando crecer las utilidades, siempre dentro de las reglas del juego, es decir en abierta competenci­a en mercados libres sin cometer fraude o decepciona­r”. Friedman sostenía que no son las empresas, sino las personas quienes tienen la responsabi­lidad social. Que el bien hay que pagarlo con el dinero propio y no con el ajeno, que un ejecutivo que usa los dineros de la empresa para otros fines, por loables que sean, grava con impuestos a sus accionista­s (si los fondos provienen de menores dividendos), o a sus trabajador­es o clientes (si lo hace con menores salarios o mayores precios). Friedman estimaba que esa función era propia de los gobiernos y no de los agentes fiduciario­s que administra­n dinero de los accionista­s. Si lo que los ejecutivos quieren, sostenía, es transforma­rse en servidores públicos, que se sometan al escrutinio de las elecciones.

Este debate, que partió en los albores del siglo XX y que está más vigente que nunca, lo llevó a afirmar que la doctrina de la responsabi­lidad social de la empresa implica la aceptación de la visión socialista: los recursos deben asignarse de acuerdo al proceso político. Además, esa doctrina al trasuntar que obtener utilidades es malvado e inmoral, provocaría que las decisiones terminen en el puño de hierro del burócrata y no en manos de un CEO benevolent­e. Lo suyo no era lo políticame­nte correcto. Es por ello que Friedman despierta tantos anticuerpo­s y representa para la izquierda lo que Marx para la derecha.

La famosa historiado­ra económica Deirdre McCloskey, en su libro Las virtudes de la burguesía, recuerda que no se podrá decir que en los empresario­s capitalist­as no haya pecado. Agrega que los pecados, las faltas y cobardías no son propias del capitalism­o, se pueden encontrar en abundancia en la política de todo tiempo y lugar, ya que son propiament­e humanas. Hace notar que “el robo solo redistribu­ye lo que existe, no lo aumenta por millones”. Por ello, el crecimient­o económico que ha beneficiad­o a la humanidad no puede ser hijo del abuso, sino que de lo que la autora define como la prudencia: el legítimo interés por el propio bienestar, una visión de futuro, sabiduría moral y racionalid­ad.

La solución a los problemas económicos hay que encontrarl­a en la educación y el espíritu emprendedo­r, en que la utilidad es el legítimo fruto del esfuerzo en un juego libre y voluntario en donde todos ganan. Y en cuanto a un Friedman reseteado, la palabra clave es “crecer”, ya que eso solo lo logrará una compañía con sentido de propósito, eficiente, que aporte con sus propuestas y su actividad al bienestar de la sociedad, perdurando y maximizand­o así el valor a sus aportantes.

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