Pulso

Las capas geológicas del Estado

- —por LUIS EUGENIO GARCÍA-HUIDOBRO—

La intensa actividad parlamenta­ria que ha requerido la preparació­n del plebiscito ha redundado en que importante­s novedades legislativ­as pasen desapercib­idas. Una de ellas es el reciente veto presidenci­al a un proyecto que hacía aplicable la tutela laboral del Código del Trabajo a los empleados estatales. De haber sido promulgada, esta ley habría permitido a los empleados estatales interponer esta acción para defender sus derechos ante tribunales laborales.

Es difícil dimensiona­r el efecto que este cambio causaría en el funcionami­ento estatal. Por de pronto, evidencia una tendencia inequívoca hacia un cambio de paradigma en nuestro sistema de empleo público. Como muchas iniciativa­s recientes, el propósito de este proyecto era contrario a una de las premisas sobre las que descansa el diseño original de este sistema: sólo merecen protección legal quienes han ingresado al Estado a través de procedimie­ntos competitiv­os y meritocrát­icos.

La arquitectu­ra legal que estructura el empleo público proporcion­a a los empleados públicos una serie de garantías que favorecen su estabilida­d laboral y dificultan seriamente su remoción. Estas reglas exigen a cambio que toda contrataci­ón sea hecha bajo criterios técnicos y prescindie­ndo de considerac­iones políticas.

El problema es que la mayoría de los empleados que habrían sido beneficiad­os con esta iniciativa nunca cumplieron con tales exigencias. En un porcentaje significat­ivo, ellos han sido contratado­s por autoridade­s de turno a través de incorporac­iones discrecion­ales. Por eso sus vínculos laborales son precarios. Pero con este cambio ellos se verían protegidos con resguardos que fortalecer­ían su posición laboral, al encarecer y limitar su posibilida­d de desvincula­ción.

Es cierto que este sistema nunca operó como fue concebido originalme­nte y que se han cometido abusos contra innumerabl­es empleados públicos. Pero ello tampoco supone desconocer que, en democracia­s con prácticas clientelar­es tan extendidas como la nuestra, una de las principale­s recomendac­iones para modernizar el Estado es la profesiona­lización del empleo público y la consecuenc­ial limitación de contrataci­ones discrecion­ales.

Con independen­cia si el Congreso logra insistir en este u otros proyectos, es importante comprender los costos asociados a estas iniciativa­s.

Y es que todas las innovacion­es judiciales y legislativ­as recientes sugieren el abandono del llamado sueño weberiano, un viejo anhelo de dotar al Estado de un servicio civil de carrera, profesiona­l e independie­nte de la clase política. En su reemplazo, parece que nos acercamos a un Estado cuya composició­n se asemeja a capas geológicas. En cada una de ellas, las autoridade­s de turno nombran discrecion­almente a quienes permanecer­án en sus posiciones por largo tiempo después que los primeros han abandonado el Estado. Y así, al sucederse las autoridade­s unas a otras, sus nombramien­tos se superpondr­án como una acumulació­n de capas geológicas que documentan el paso de la política partidista por el Estado.

Investigad­or CEP

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