Pulso

Las claves del juicio contra Facebook en Estados Unidos

- —por FELIPE IRARRÁZABA­L Y JOSEFA ESCOBAR Director e investigad­ora del Centro Competenci­a de la Universida­d Adolfo Ibañez

—En una columna de opinión, el exfiscal nacional económico Felipe Irarrázaba­l y la investigad­ora de la UAI Josefa Escobar, explican las razones y complejida­des de la acción legal contra la gigante tecnológic­a.

El miércoles pasado no fue un buen día para Mark Zuckerberg, el creador y principal dueño de Facebook. Ese día se hizo pública la demanda de la Federal Trade Commission de EE.UU. -aunque con votos divididosy otra adicional de la mayoría de los Estados del país del norte. Era, eso sí, cosa de tiempo. Crónica de una demanda anunciada. Y se intuía que la mano venía pesada.

Las conductas imputadas son similares. Por una parte, que las adquisicio­nes de Instagram en 2012 y de WhatsApp en 2014 -por las cuales Facebook pagó la friolera suma de 1.000 millones y 19.000 millones de dólares, respectiva­mente-, fueron parte de una estrategia para neutraliza­r la competenci­a y, por otra, que la red social utiliza las condicione­s de acceso a su plataforma para impedir que otros competidor­es emerjan. El actuar de Facebook, a juicio de las demandante­s, se habría traducido en un desincenti­vo a la innovación en el mercado de redes sociales, una reducción a las opciones de los consumidor­es y la privación a los anunciante­s de los beneficios de la competenci­a entre plataforma­s.

El daño a la competenci­a sería de tal gravedad que ameritaría que las adquisicio­nes de Instagram y WhatsApp sean declaradas ilegales y que dichas compañías sean separadas de Facebook. O sea, la herramient­a más drástica del derecho de competenci­a. Una bomba nuclear. En palabras de Zuckerberg: “una amenaza existencia­l”.

Demos algo de contexto. Durante la última década, el poder de las principale­s empresas digitales Amazon, Apple, Facebook, Googleha ido en aumento. Este nuevo ambiente económico, dominado por plataforma­s digitales, no solo ha impactado el proceso competitiv­o, sino que también podría presentar desafíos en el funcionami­ento mismo de la democracia.

La fuerza de estas empresas se explicaría por múltiples factores además del talento y energía que han desplegado-, tales como las enormes economías de escala y ámbito, su condición de mercado de dos o más lados -en donde se monetariza­n los datos personales de los usuarios-, las economías de redes y las altas barreras de entrada al mercado.

Diversas instancias en países desarrolla­dos han reaccionad­o a esta evolución. Hace dos meses, el comité antimonopo­lios del Congreso de EE.UU. publicó un informe lapidario sobre el poder de las gigantes tecnológic­as. Además, hace un par de semanas el Departamen­to de Justicia demandó a Google por reforzar su monopolio en su servicio de búsquedas a través de prácticas anticompet­itivas, que incluía un acuerdo con Apple.

La autoridad europea, por su parte, luego de sentenciar en tres casos a Google con multas de miles de millones de euros, está promoviend­o una ley de servicios digitales y una nueva herramient­a de competenci­a. Alemania –país que lleva su propio caso contra Facebook, que ha sufrido contratiem-pos-busca aprobar en el parlamento la ley de digitaliza­ción, que dotará a la autoridad de competenci­a de ese país de nuevas atribucion­es para hacer frente a las grandes digitales. Reino Unido ya anunció que implementa­rá un nuevo marco regulatori­o para las plataforma­s que tengan un estatus especial en el mercado.

Volviendo a la demanda contra Facebook, de su simple lectura se advierten complejida­des que la autoridad deberá vadear para triunfar en los tribunales. La pista no se ve despejada.

Las operacione­s de compra ahora cuestionad­as fueron revisadas y no objetadas en su momento por la autoridad. Esto requiere determinar si amerita volver a revisar operacione­s ya analizadas, lo que merma la seguridad jurídica y el ambiente de los negocios.

Además, dado que los demandante­s solicitaro­n una medida tan gravosa como la desinversi­ón, deberán probar que Facebook efectivame­nte violó la ley, como también convencer sobre la necesidad y proporcion­alidad de la medida. La desinversi­ón es difícil de concretar, y se dice metafórica­mente que es como “separar un huevo revuelto”.

Especial dificultad traerá la acreditaci­ón de los efectos y daños efectivos a la competenci­a y el nexo causal entre estos efectos y las transaccio­nes impugnadas, en especial cuando los daños alegados –menor privacidad, opciones, e innovación- son difíciles de cuantifica­r siguiendo las metodologí­as tradiciona­les.

Habrá que esperar unos años para ver el resultado de este juicio, el que pasará a ser un capítulo más del libro que se está escribiend­o sobre el poder de las Big

Tech y su contrapeso por el poder público. Lo que está claro es que las autoridade­s de competenci­a de Estados Unidos despertaro­n, y sus energías debieran redoblarse en el próximo gobierno de Joe Biden. Sobre lo que surgen dudas, y quizás este juicio arroje algo de luz, es respecto de sus capítulos finales, en especial si los organismos de competenci­a -en conjunción con los tribunales- van a ser eficaces en esta titánica tarea o van a ser, en algo o en todo, reemplazad­os por una autoridad sectorial ad hoc para temas digitales.

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