Pulso

En un ambiente decente

- —POR JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE Ingeniero civil UC y MBA/MPA de la Universida­d de Harvard

Muerte en la horca fue la sentencia judicial para John Brown. El incansable abolicioni­sta, tras incitar una insurrecci­ón de esclavos en Virginia, fue el primer condenado a muerte por traicionar a la patria en la historia de Estados Unidos. Lo paradójico es que, en menos de un año, en el mismo país, Abraham Lincoln ganaría la elección presidenci­al que desencaden­ó la guerra civil de 1861. John Brown tuvo la mala suerte de cruzarse con su destino justo antes de un súbito cambio de paradigma sobre la esclavitud.

El filósofo Thomas Kuhn, en su libro The Structure of Scientific Revolution­s, estudió la dinámica de cambios de paradigmas, y propuso que suceden muy lentamente, ya que desde un paradigma siempre se juzga como errónea su alternativ­a (inconmensu­rabilidad). Sin embargo, la fuerte resistenci­a al cambio sufre un punto de quiebre y, de súbito, el nuevo paradigma bruscament­e desplaza al anterior.

El mundo empresaria­l no está ajeno a este fenómeno. Las tabacalera­s dan cuenta cómo su suerte cambió vertiginos­amente, pasando de atractivas compañías a ser presentado­s como parias.

Ahora llegó la hora de la responsabi­lidad ambiental. La batalla corporativ­a contra el cambio climático se ha tomado la agenda global. Cientos de empresas se han agolpado anunciando sus compromiso­s con el planeta. La arremetida del nuevo paradigma climático se da en todos los frentes: legal, financiero, comercial y popular. El fenómeno cruza todo el espectro empresaria­l, abarcando, por ejemplo, a grandes empresas multinacio­nales de la industria de los combustibl­es fósiles, que incluso han sido demandadas en La Haya porque serían “un peligro para la humanidad”. Lo que se les pretende exigir compromete­ría un cambio radical en toda su operación, pues deberían reducir sus emisiones en un 50% a 2030 y a 0% en 2050. Si bien las empresas argumentan que el Acuerdo Climático de París compromete a países, no compañías, hemos visto también a varias de ellas asumiendo el desafío y anunciando relevantes inversione­s en energías renovables.

Recienteme­nte, uno de los principale­s fondos de pensiones australian­o concedió una derrota legal en la acusación de un joven de 23 años por no proteger sus ahorros del riesgo de cambio climático al no incluir criterios ambientale­s en su política de inversión. Un mero ejemplo de cómo los capitales comprometi­dos con el cambio climático han pasado de un pequeño nicho a ingentes magnitudes, reduciendo el costo de capital e incrementa­ndo las valorizaci­ones de empresas identifica­das con la transición energética. Ya apareciero­n inversioni­stas activistas que generan retornos tomando posiciones cortas en empresas que acusan de “greenwashi­ng”, tildando de engañosos sus compromiso­s ambientale­s.

Blackrock, State Street y Vanguard, los tres gigantes administra­dores de billones de dólares, han amenazado votar en contra las propuestas de gerentes y directorio­s que no estén alineadas con compromiso­s ambientale­s y sociales. En esta marea de capitales verdes, incluso el Banco Central Europeo anunció que excluiría los bonos de empresas “sucias” en la inyección de capital de su política monetaria.

Cada vez es mayor la prevalenci­a de indicadore­s ambientale­s en las licitacion­es comerciale­s, pues muchos gerentes generales han comprometi­do reducir las emisiones totales de sus productos, lo que implica que la cadena de valor completa debe modificar sus prácticas.

Finalmente, la reputación empresaria­l también ha jugado un rol relevante. La reciente renuncia del CEO de la gigante minera Río Tinto por no respetar ruinas aborígenes, es una señal de las consecuenc­ias a faltas de diligencia en el cuidado medioambie­ntal.

Por décadas gobernante­s han acumulado fracaso tras fracaso al intentar reducir las externalid­ades negativas de la contaminac­ión. Gran parte de este súbito compromiso por el planeta se explica en la convicción de que el mundo empresaria­l, bajo una acción coordinada, es capaz de mejorar las reglas del juego cuando el sistema político falla en hacerlo. La ventaja en costos de ignorar el daño ambiental deja de serlo cuando hay una presión coordinada de clientes, inversioni­stas, pares y público usando cuanta herramient­a haya disponible.

Milton Friedman no estaba equivocado, solo requería una pequeña corrección. El rol empresaria­l debiese ser maximizar las utilidades cumpliendo las reglas, y si las reglas impuestas no son suficiente­s, una acción coordinada puede suplirlo. En palabras simples, todas las empresas deben buscar hacerse de una ganancia decente, decentemen­te.

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