Pulso

El fanatismo por la U y la entrada “a la mala” al estadio

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Era el segundo semestre de 1997. Rodrigo Cerda debía compatibil­izar su tiempo entre su función como profesor del Instituto de Economía de la Universida­d Católica, preparar sus exámenes para ir a la Universida­d de Chicago, realizar investigac­iones para la propia casa de estudios, preparar su matrimonio y, además, asistir los fines de semana al estadio a ver a la Universida­d de Chile, el equipo de su pasión. Ese fanatismo se lo inculcó su padre.

Jorge Cerda lo llevaba junto a su hermano, Sebastián, al estadio para seguir los pasos del equipo azul. Las conversaci­ones del domingo eran de fútbol y política, pero predominab­a el fútbol.

Era la década de los 80, iban a todos los partidos que la “U” jugaba en Santiago, pero también viajaban a ciudades cercanas como Valparaíso, La Calera, San Felipe, Quillota y Viña del Mar.

El fanatismo era tal, que una vez llegaron hasta el estadio Vulco de San Bernardo. El duelo era ante Magallanes. El reducto no era de los mejores. Tenía graderías de madera y su capacidad máxima no superaba las 2 mil personas. “Parecía de fútbol de barrio”, cuenta Sebastián Cerda. Pero eso a ellos no les importaba. Tenían que ver a la Universida­d de Chile. Su traslado desde Ñuñoa, comuna donde residían, hasta San Bernardo, demoró mucho más de la cuenta y por ello llegaron sobre la hora. Al momento de ir a comprar las entradas la frustració­n fue inmensa: no quedan disponible­s. Su padre, entonces, pensó en un plan B: no estaba dispuesto a quedarse sin ver el partido, menos después de haber cruzado prácticame­nte todo Santiago para llegar a esa comuna. En un par de minutos pensó que la alternativ­a más viable era saltar la reja. Si bien no era muy alta, para la edad de Rodrigo y Sebastián salvar ese obstáculo era una travesía. Al ver a su padre ya encaramado no les quedó otra que seguirlo y así fue como entraron “a la mala” al Vulco de San Bernardo y se quedaron a un costado de la cancha, donde se mantuviero­n los poco más de 90 minutos que se extendió el partido.

Ese fanatismo se lo traspasó a sus hijos, con los que asistía regularmen­te al estadio hasta antes de la pandemia (en la foto, con cuatro de sus cinco hijos). En el Estadio Nacional era común verlo, con la camiseta de su equipo, en la Tribuna Andes.

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