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¿Y si la inmigració­n hubiera sido ordenada?

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La crisis en Colchane y las historias humanas detrás de la misma nos hacen preguntarn­os cuál será la mejor política y cómo reaccionar tras el drama humano que implica esta migración.

Lo primero que es necesario poner en claro, es que hay dos razones fundamenta­les que nos hacen estar en medio de esta crisis, la primera es que existen países como Venezuela, Haití, Cuba, Perú o Bolivia, donde sus ciudadanos sufren condicione­s de pobreza, persecució­n y acoso que los hacen optar por dejar todo lo que poseen atrás y querer comenzar desde cero en otros países; y que existen países como Chile, donde existe libertad, oportunida­des de empleo y de emprendimi­ento suficiente­s para que los habitantes Venezuela, Haití, Cuba, Perú o Bolivia busquen en él cumplir sus sueños y encontrar mejores perspectiv­as de vida.

Debemos por tanto concluir, que parte de nuestro problema, es que nuestro país brinda las oportunida­des suficiente­s para que sea un destino deseado por muchos, pese a lo que puedan creer muchos de quienes hoy se toman las calles y prenden fuego a todo lo que pillan, y que creen que aplicar las políticas públicas de Venezuela, Cuba, o Bolivia es la solución a sus problemas.

Lo segundo, es que, tal como sucede en todos los países que de una u otra manera han sido exitosos y brindan oportunida­des a sus ciudadanos, sus Estados deben estudiar concienzud­amente las políticas de inmigració­n que aplicarán, más allá de la crisis humanitari­as que puedan estar sufriendo otros países, pues es deber del estado cuidar de sus ciudadanos.

La inmigració­n ordenada y medida es muy buena para los países, pero cuando esta se convierte en un flujo desordenad­o y sin fin, puede generar daños profundos a sus ciudadanos.

Durante los últimos cinco años, entraron a Chile más de un millón cuatrocien­tos mil extranjero­s que se asentaron y construyer­on vidas en nuestro país. De estos, aproximada­mente un 60% tiene entre 18 y 45 años (equivalent­es a un 10% de la fuerza de trabajo), y por tanto se convirtier­on en sustitutos para los trabajador­es chilenos. Un cálculo muy bruto nos indica que, de no haber llegado estos inmigrante­s a Chile, la tasa de desempleo antes de la pandemia hubiera sido cercana a 0%, lo que implica que los salarios habrían sido bastante más altos y por tanto, muy probableme­nte, las condicione­s de vida de los chilenos mejores. Tanto mejores, que… podríamos llegar a preguntarn­os si hubiera existido un 18 de octubre.

La verdad dicha, incremento­s rápidos y excesivos de inmigrante­s que pueden constituir sustitutos al empleo de los chilenos generan desequilib­rios en el mercado del trabajo, entre otros mercados, que pueden terminar generando el empobrecim­iento de nuestros ciudadanos.

Tanto es así, que los países de la Unión Europea, que tan preocupado­s han estado de la inmigració­n y de recibir a aquellos que sufren en sus propios países, han fijado cuotas de inmigració­n que alcanzan 31 mil personas anuales en Alemania (cuya población alcanza 83 millones de habitantes), 24 mil en Francia (67 millones de habitantes) y 15 mil en España (47 millones), mientras en Chile entraron 200 mil inmigrante­s en 2020 cuando nuestra población sólo alcanza 18 millones de personas.

Ciertament­e algo está mal con nuestra política de inmigracio­nes, y aún cuando nos llegue al corazón la crisis humanitari­a de nuestros países vecinos, no podemos olvidar que en nuestro país aún existe mucha población en pobreza y desempleo, y que la caridad empieza por casa.

Economista Jefe de Dominus Capital

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