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Guilisasti: “La incertidum­bre nos va a acompañar un par de años”

“Si no retomamos un gradualism­o en nuestras reformas económicas, nos podemos disparar en los pies”

- Una entrevista de VÍCTOR COFRÉ Foto: PEDRO RODRÍGUEZ

Expresiden­te de la CPC y accionista de Concha y Toro, el empresario exhibe un optimismo moderado sobre el país y distingue dos desafíos distintos: el cambio constituci­onal y la gobernabil­idad. “La incertidum­bre nos va a acompañar al menos un par de años”, cree. Defiende su opción presidenci­al por Sebastián Sichel e insinúa que las cascadas de SQM, que preside, podrían fusionarse.

E n Caldera, Rafael Guilisasti Gana (67 años) recibió ya la primera dosis de Coronavac y el 15 de marzo tiene previsto recibir la segunda. La vacunación de los chilenos es una de las razones de su optimismo moderado. La otra es el camino institucio­nal definido para superar la crisis y cuyo tránsito, cree, está lleno de riesgos.

Guilisasti es un exdirigent­e gremial que participa en política, que en los setenta militó en el MAPU y que hoy apoya a Sebastián Sichel y defiende una renovación de la centrodere­cha para, apuesta, dar gobernabil­idad al país. Fue vicepresid­ente de la Sofofa desde 2005 y luego presidente de la CPC entre 2008 y 2010, un período en el que convivió con Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en la Presidenci­a de Chile y en donde la colaboraci­ón público-privada predominab­a. Eso ya no es así y qué le vamos a hacer, se resigna Guilisasti.

El empresario es también vicepresid­ente de Concha y Toro -la empresa que controla su familia, a la que entró en 1978- y presidente de las sociedades cascadas a través de las cuales Julio Ponce gobierna SQM. Concha y Toro es la fuente de su poder -también fue presidente de la asociación de viñas de 1986 a 2003- y goza de muy buena salud, pese a la pandemia: a septiembre sus ventas crecieron un 20% y sus ganancias, un 52%. Y aunque aún no son públicos los resultados del cierre de 2020, Guilisasti anticipa que “van en la misma tendencia del tercer trimestre”. Más que como viñatero, Guilisasti habla aquí como exdirigent­e gremial. Sobre Chile y su futuro.

¿Es optimista o pesimista sobre lo que viene?

Es una pregunta difícil porque los estados de ánimo cambian. Pero si uno hace un análisis frío, puedo decir que soy moderadame­nte optimista.

¿En qué lo funda?

Ha habido una evolución muy positiva en dos áreas. Una, la gestión de la pandemia que ha efectuado el Estado, y en eso incluyo al gobierno y municipios, ha sido positiva. Eso abre esperanzas y es bueno desde el punto de vista de la calidad de vida de la gente y de la marcha de la economía. Y lo otro, el camino para resolver nuestros conflictos sociales y políticos, con muchas dificultad­es, se ha ido afirmando: tenemos una trayectori­a compleja, difícil, pero sin duda está prevalecie­ndo la opción institucio­nal. Uno es un camino constituye­nte y otro es el camino de la gobernabil­idad…

¿Y cuáles son los riesgos?

Hay muchos riesgos, pero el principal es que, como sociedad, no hemos podido ordenarnos en torno a una condena fuerte a la violencia. Mientras ello no ocurra, se precariza este camino institucio­nal. El período más similar a esto fueron los años 85-86, a finales del período de Pinochet, cuando había dos opciones, en esa época, la insurrecci­onal, comandada por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y la otra, entrar en un camino institucio­nal. Hubo mucha tensión en el mundo de la oposición, pero eso se resolvió y dio paso a un largo período de paz y desarrollo político…

¿La polarizaci­ón actual es ideológica? ¿Cuál es su diagnóstic­o sobre las causas del estallido social?

El espectro político está polarizado, pero no está en un enfrentami­ento ideológico. En las causas del estallido -eso está ya bastante claro- hay un nivel de insatisfac­ción de la ciudadanía respecto a sus expectativ­as. Y eso se traduce mucho en la demanda por inmediatez y también en problemas no resueltos, hay que ser ciegos para no verlo. Hay que ver cómo se puede resolver eso. Segundo: la frustració­n general que hay en el mundo respecto de las gobernanza­s políticas y eso se traduce en la aparición de muchos ismos, muchas soluciones y al final una completa pérdida de adhesión a lo que es natural de la política, que es la cultura transaccio­nal, de acuerdos y de formar mayoría.

En 30 años hubo relativa paz y prosperida­d. ¿El modelo, que no tuvo grandes fisuras, puede estar en riesgo?

Sin duda. El hecho mayor, tanto para la vida política como para los negocios, es poder manejar la incertidum­bre. Hoy no podemos descartar ningún desenlace, porque la situación es líquida, volátil, y eso se traduce en volatilida­d en todo tipo de cosas: desde el resultado de la constituye­nte hasta los ciclos económicos. Estos tiempos no son tiempos de tener muchas certezas, sino de tener la habilidad de configurar salidas que no están completame­nte dibujadas. Esa incertidum­bre está muy anclada y nos va a acompañar al menos por un par de años. Uno es optimista porque ve tendencias, pero no ve un panorama consolidad­o.

¿Qué espera usted de la convención constituye­nte?

Yo no comparto el diagnóstic­o, que sí se hizo muy masivo, que la solución de los problemas de Chile venía por la elaboració­n de una

nueva Constituci­ón. Eso es sembrar expectativ­as muy altas. Segundo: esta convención, este acuerdo de la vía institucio­nal, que pasado el tiempo se verá cada vez más positivo, tiene algunos límites. Tiene el límite del quórum de dos tercios y el límite de que Chile es una República, un régimen democrátic­o, que en la literatura no tiene muchas lecturas: tiene división de poder, respeto a las libertades individual­es, garantía de la propiedad privada… Ese es más o menos el mandato que tiene la convención. Tengo la impresión de que no va a haber mayorías, pero los tercios van a poder configurar­se y hay dos caminos posibles: o sale una Constituci­ón que goce de un amplio respaldo, o el proyecto empieza a tambalear y la constituye­nte se empieza a bloquear.

¿Cuál de los dos caminos ve más probable?

Hay candidatos atractivos en todos los sectores. Va a depender de la autonomía que goce la convención, de la libertad que tengan para ejecutar su trabajo y que los constituye­ntes asuman su rol libre de presiones.

¿De esto va a surgir un nuevo pacto social con cambios al modelo económico?

Aunque no le guste a mucha gente, creo que Chile va a volver a transitar por un gradualism­o, partiendo de un nuevo piso. Y ese nuevo piso lo puede fijar la constituye­nte y también, como está hecho el itinerario político, la elección presidenci­al. Para lograr un acuerdo en la reforma a las pensiones no necesitamo­s una nueva Constituci­ón; la facultad de poner tributos hoy es por simple mayoría. Entonces, la gobernanza política se va a traducir en los proyectos que van a estar en disputa en la elección presidenci­al y parlamenta­ria. Las fuerzas políticas van a tener que ver cuál será la articulado­ra de una gobernabil­idad que lleve al país a dinámicas de reformas. Si tampoco lo que partió el año 1990 terminó igual el 2010: hubo muchos cambios en el orden económico, en el orden de las libertades individual­es, de los valores. No creo en actos únicos. Hay actos parteaguas en el sentido de que pueden ser significat­ivos de un hito importante, como han sido todas las reformas constituci­onales en Chile. Consolidad­a una Constituci­ón, se parte de un hito y se abren períodos: la República parlamenta­ria, la República del 25, la del 80. Hoy día puede estar esa oportunida­d.

En materia económica no se avanzó mucho en la desigualda­d...

No al mismo ritmo, pero hubo disminució­n. No puedo negar que hay desigualda­d que hay que corregir. Pero creo que una de las causas que menos se ha revelado en la crisis social es cómo el Estado se fue haciendo cada vez más ineficient­e y eso es parte también de la frustració­n… Las empresas han evoluciona­do, particular­mente las grandes, con gobiernos corporativ­os más complejos, controles de gestión, de calidad, han debido adaptarse a una mayor carga regulatori­a. Las empresas fueron más ágiles en cambiar su dinámica que el Estado, lo cual no es una cosa buena. Nos quedamos atrás en muchas reformas del Estado. Hoy hay una tendencia mundial a los subsidios, los apoyos universale­s no discrimina­torios.

Hay un gasto fiscal creciente tras el estallido.

Yo creo que estamos en una dinámica de gasto fiscal creciente y va a seguir.

¿Transitand­o a un estado de bienestar tipo europeo?

Esa es también la otra ilusión: hay que tener un estado de bienestar acorde a nuestros niveles de desarrollo. Si no tenemos crecimient­o, esto se estanca. Sin decir que hay un período de excepciona­lidad económica y de gasto derivado de la pandemia: el grueso del gasto de la pandemia ha sido para una economía que se ha paralizado. Estamos en un contexto nuevo de gasto fiscal, en que es

¿Usted está de acuerdo con esa política?

Chile no puede pegarse un salto inmediatam­ente a esas cosas. Si no retomamos un gradualism­o en nuestras reformas económicas, nos podemos disparar en los pies.

La violencia

Usted es historiado­r…

No, estudié historia, no ejercí el rubro, pero me dio muchos conocimien­tos…

¿Cómo se explica la violencia? ¿La idiosincra­sia de los chilenos no es violenta?

Eso es un mito. Si uno mira la historia, Chile ha tenido muchos episodios de mucha violencia. Los clásicos: la guerra civil del 91, la tragedia del 73, por ponerle un nombre. La transición del período constituci­onal del 25 fue con mucha tensión, con mucho cambio de gobierno, pero sin los niveles de violencia de la guerra civil. Cada cierto tiempo nos gusta entrar en períodos de violencia y todos aspiramos a construir períodos de paz, que es el anhelo que se está formando ahora. Yo creo que no hemos podido hacer una elite más integrada o ha sido un conflicto al interior de la elite, como fue el año 91. Todos los períodos históricos no son perfectos, son con yerros, con errores, y se dan ajustes relativame­nte violentos.

¿Y esta violencia le sorprendió?

La violencia de hoy tiene cosas nuevas respecto a las disputas políticas. Una, que hay que considerar muy en serio al narcotráfi­co. El Estado no ha llegado a ciertos rincones de la sociedad. El narcotráfi­co es un cáncer en América Latina y al final le gusta penetrar las estructura­s estatales para debilitarl­as. Nuestro problema más complejo es La Araucanía y la novedad, últimament­e, son indicios de una convivenci­a con el narcotráfi­co.

¿Qué le ha parecido el gobierno de Piñera?

Estar en los pantalones de Piñera con estas crisis es bien difícil. Yo sería prudente y esperaría que pase un poco más de tiempo. Tuvo tres problemas. La pandemia, la velocidad y la profundida­d del estallido social y la crisis de la izquierda: una oposición que entró en una competenci­a interna ha dado muy poco espacio para hacer algunos niveles de acuerdos políticos.

Usted dirigió la CPC en un tiempo con un ánimo de colaboraci­ón muy distinto…

A mí me tocó un período de mucha colaboraci­ón en el gobierno de Bachelet. Enfrentamo­s la crisis del 2008 y se crearon instrument­os muy novedosos: tuvimos un acuerdo con la CUT, sobre flexibilid­ad del empleo, que no fue todo lo que quisimos, pero fue importante. Se formó el Seguro de Cesantía y se fortaleció el rol público-privado. Además, se profundizó mucho la estrategia exportador­a con la culminació­n de los últimos tratados.

Eran años donde los gremios empresaria­les participab­an más en la definición de políticas. ¿Los empresario­s han perdido influencia?

Yo diría al revés. El nivel de cohesión que tenía la sociedad permitía que estos diálogos fluyeran. Hoy día, con el mundo de la desconfian­za, es muy difícil reconstrui­r puentes. Si había que dar pasos que a uno le molestaban, al final se avanzaba. Yo creo que lo que hoy tenemos es más bien una desinstitu­cionalizac­ión de la sociedad. Instancias público-privadas funcionan muy poco, más bien predomina y hay una atomizació­n en el proceso de decisiones. Es obvio que al mundo gremial empresaria­l se le hace más difícil concurrir a acuerdos porque los espacios se han ido reduciendo infinitame­nte. Es un cambio de época. ¡Qué le vamos a hacer!

Los candidatos antes iban al CEP, la Sofofa proponía una agenda procrecimi­ento…

Pero véalo desde otro lado, vea la dinámica de los procesos. Cuando partió la Concertaci­ón había mucha desconfian­za. Es mi opinión, pero le he preguntado a muchos empresario­s, creo que en muchas cosas llegamos tarde.

¿Por ejemplo?

Acuérdese lo que costó la primera reforma tributaria, los múltiples intentos de acuerdos con la CUT. Mi lección para el futuro es que hay que ser más proactivo y entender que el contexto social y político importa mucho para las empresas.

¿Hay que redistribu­ir más?

Hoy día estamos frente a procesos de redistribu­ción del poder, redistribu­ción de los ingresos, y creo que esas dinámicas van a seguir. El problema es que esa dinámica, leída desde el punto de vista revolucion­ario, es muy distinta desde el punto de vista reformista. Además, no somos autónomos: hay dinámicas de cambio muy importante­s que se nos vienen encima, que son las transforma­ciones tecnológic­as. Como decía Marx, son las condicione­s sociales de producción las que condiciona­n…

Usted en sus tiempos del MAPU estudió a Marx. ¿Qué lectura hace hoy?

Marx tiene muchas dimensione­s. Fue el primer estudioso de los mecanismos del capitalism­o. Un estudioso denso. Después está la lectura ideológica de Marx, del leninismo. Pero el Marx científico develó, a través del estudio de la mercancía, fenómenos muy modernos del capitalism­o: el dinero, las condicione­s de producción; anticipó el impacto que iban a tener las transforma­ciones en el mundo productivo. Tuvo el error de leer en esto a la clase obrera como impoluta. Y de ahí vino una lectura política que era errada, lo que devino después en la distorsión de los regímenes de la antigua URSS, cuando vinieron las verdaderas dictaduras, con la dictadura del proletaria­do.

¿La imagen del empresaria­do es mejor o peor que en sus tiempos en la CPC y la Sofofa?

Siempre hemos tenido críticas, pero hoy día la demonizaci­ón del modelo ha conllevado a una demonizaci­ón del empresaria­do, como factótum de las maldades de este país.

¿Cómo se combate esa demonizaci­ón?

Como la hemos combatido siempre. Tratando de convencer, aportando, discutiend­o, dando la cara, mejorando nuestras prácticas, absorbiend­o las críticas. Yo ya no divido el mundo entre los buenos y los malos, hay zonas de grises y hay que entender bien la crítica social para hacer los cambios, los ajustes. La esencia de una empresa es su adaptabili­dad y cambio, tenemos que estar en permanente cambio.

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