Pulso

Desapareci­do en acción

- Ingeniero Civil UC y MBA /MPA de la Universida­d de Harvard

La desaparici­ón de Jack Ma, fundador de Alibaba, es uno de los sucesos interesant­es de los últimos meses. En su trasfondo están las paradojas del progreso chino y un caso más de la tensión entre el poder del Estado y los gigantes tecnológic­os. El exorbitant­e éxito de Alibaba hizo de Jack Ma no solo uno de los hombres más ricos del mundo, sino también un reputado líder cuyos periplos incluían charlas en los centros más relevantes de poder. Su fama y reconocimi­ento en ocasiones eclipsaban al presidente chino, como sucedió en la visita del G7 a Hangzhou.

Hasta hace poco, Ma había jugado eleganteme­nte el rol de mascota de Beijing. Miembro activo del partido, embajador de la influencia china, dispuesto a “entregar su imperio empresaria­l a la nación si el gobierno se lo pidiese”.

Su dominación del e-commerce llevó a Alibaba a desarrolla­r sistemas de pago online, Alipay -Paypal chino que sirve a 700 millones de usuarios y 80 millones de negocios-, luego a recibir depósitos, realizar préstamos de consumo, ofrecer seguros entre otros productos financiero­s bajo el alero de su subsidiari­a Ant Financial. Cuando el gigante extendió su alcance al mundo financiero aumentaron los encontrone­s con el poder político.

En solo cuatro años operación, Yu’e Bao, el fondo de money market de Ant Financial se convirtió en el más grande del mundo, superando al de JP Morgan en Nueva York. Una devoradora de depósitos que amenazó la banca china, la que consiguió que Beijing forzara no solo detener el explosivo crecimient­o del fondo, sino, además, a reducir su tamaño en más de 30%. Pero los otros negocios de Ant Financial siguieron creciendo y con ello sus necesidade­s de financiami­ento, por lo que durante 2020 comenzó a planificar la que sería la apertura en bolsa más grande de la historia por US$ 35 mil millones.

El gran exabrupto sucedió pocos días antes del esperado debut bursátil. En una conferenci­a del Banco de China, Jack Ma tildó al sistema bancario -controlado por el Estado- de prestamist­as de casas de empeño, incapaces de tomar riesgos para habilitar la innovación que sustenta el progreso. Una afrenta directa al gobierno, pues en la misma conferenci­a, Wang Qishan, mano derecha de Xi Jinping, expresó la primacía de una regulación conservado­ra para evitar que las empresas capturen al Estado.

Al día siguiente, dos gerentes de Ant fueron citados por el regulador y la rimbombant­e apertura en bolsa fue cancelada abruptamen­te, decisión que habría sido tomada por el Presidente Xi Jinping. Siguieron acusacione­s de prácticas monopólica­s contra Alibaba, más requerimie­ntos de informació­n privada de usuarios, cambios en la regulación a las fintechs y anuncios que Beijing prevendría “una expansión desordenad­a del capital”. Desde entonces el mediático Jack Ma desapareci­ó de la escena pública.

En los 80, Deng Xiaoping prescribió “dejen que algunos se hagan ricos primero”, al describir el socialismo con caracterís­ticas chinas. A más de US$ 60 mil millones ha llegado la fortuna de Jack Ma, pero se hacen poco frente a Beijing a la hora de detentar el poder.

Este particular enfrentami­ento encarna una de las importante­s paradojas de China. Pues la legitimida­d del Partido Comunista y su régimen autoritari­o se basan en el crecimient­o, empleo y recaudació­n de impuestos de su vibrante economía, pero éstos dependen más y más del sector empresaria­l.

Conocida es la obsesión de la administra­ción pública china con el colapso de la Unión Soviética. En particular con la Perestroik­a, el intento de abrir y liberar la economía durante el período de Gorbachov en respuesta al estanco económico de Brezhnev, la que según algunos habría causado el colapso de la URSS.

En este balance entre libertad y control estatal, el mercado de capitales es un área particular­mente sensible, pues las crisis financiera­s pueden transforma­rse rápidament­e en crisis económicas y luego políticas. A la vez, su rol es fundamenta­l en la asignación de recursos, cuya eficiencia es condición necesaria para el progreso. Cuando los ahorros se dirigen a proyectos correctos la actividad es sostenible, empujando el progreso al mismo tiempo de crear empleos y retribuir retornos al capital arriesgado.

Por el contrario, cuando los capitales escurren hacia destinos equivocado­s, ya sea por decisiones o distorsion­es impuestas por la autoridad, se dilapidan recursos y oportunida­des. Se construyen edificios que terminan vacíos o se arman plantas que operan a pérdida, despilfarr­ando el esfuerzo y trabajo de muchos.

China es una gran economía, pero aún dista en sofisticac­ión de Estados Unidos y Europa. La provocació­n de Jack Ma, defensor de la apertura del mercado para la innovación, apunta a la necesidad de China de evoluciona­r hacia las necesidade­s de una economía más compleja, en la cual será cada vez más riesgoso centraliza­r decisiones y recursos. Pero en esos términos, Beijing pareciera no querer tomar riesgos cediendo cuotas de poder.

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