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Ha-Joon Chang: “No se trata de volver a los 60 y 70 (...) Necesitan acuerdos que calcen con los tiempos actuales”

“Chile necesita un nuevo acuerdo social y una nueva estructura económica”

- FRANCISCA GUERRERO

En el marco de la elección constituye­nte, el académico de la U. de Cambridge plantea que “el país no puede crecer si tiene una chaqueta (...) que fue diseñada para otra época”, y, en ese sentido, asegura que “pensar que el Estado no debe tener ninguna planificac­ión de desarrollo industrial es una tontera”. Pero también sostiene que “no se trata de volver a los 60 y 70 o a los 80 y 90. Necesitan acuerdos que calcen con los tiempos actuales”.

Aunque sus ideas tienen resonancia entre los sectores políticos de izquierda, incluido el chileno, Ha-Joon Chang, académico de la Universida­d de Cambridge, Inglaterra, y uno de los economista­s heterodoxo­s más reconocido del mundo, asegura que no le acomodan esas distincion­es. Desde su punto de vista, el desarrollo de políticas industrial­es desde el Estado es un asunto que compete a gobiernos de todo el espectro político, tal como aquellas que apuntan a una amplia red de seguridad social.

En ese marco, y en el contexto de las elecciones celebradas el fin de semana pasado en el país, esencialme­nte en lo que dice relación a la Convención que redactará la nueva Constituci­ón, plantea que Chile debe repensar su acuerdo social y estructura económica, respondien­do a una sociedad más desarrolla­da y educada como la actual. En su opinión, aunque el modelo que nos rige pudo haber sido exitoso en los 80 y 90, hoy restringe las posibilida­des de pasar a una nueva etapa.

¿Qué lectura hace de la decisión tomada por los chilenos en las urnas?

—Esto sucede, básicament­e, porque el país ha superado el acuerdo existente. Todavía tienen este arreglo socioeconó­mico que comienza como un compromiso entre las fuerzas militares y democrátic­as, y que es muy restrictiv­o. Es cierto que la economía tuvo grandes progresos en los 80 y 90, con el desarrollo de industrias como el vino, el salmón, papel y otras. Sin embargo, en los últimos 15 años la economía ha estado creciendo más lento, la desigualda­d todavía es alta y se suma el que tengan un sistema político que les dificulta mucho los cambios.

En definitiva, la estructura económica, el acuerdo social y el sistema político funcionaro­n razonablem­ente bien en los 80 y 90, dado el desarrollo del país y su nivel de educación, pero se quedaron funcionand­o sin vapor y con las protestas de 2019 se llegó a un punto de quiebre.

El país ciertament­e necesita un nuevo acuerdo social y una nueva estructura económica, para que avance a un nuevo nivel. No se trata de volver a los 60 y 70 o a los 80 y 90. Estamos en el siglo 21 y necesitan acuerdos que calcen con los tiempos actuales y con los niveles de desarrollo y de educación del país.

De ahí surgen los grandes conflictos y si no se hacen los cambios necesarios, podrías tener una disrupción aún más grande en el futuro. Si ponemos eso mismo en positivo, lo que vemos son señales de que el país se ha desarrolla­do, crecido y es más maduro.

El país no puede crecer si tiene una chaqueta que le queda muy ajustada, que fue diseñada para otra época. Tienes que ir un paso más adelante, a un nivel más alto.

¿Qué señales ve en que se haya optado más por constituye­ntes de izquierda?

—Esta distinción de izquierda y derecha es una manera convenient­e de clasificar a la gente, pero no ayuda mucho. En el campo de las políticas industrial­es, hay países donde se ha intervenid­o para el desarrollo de

ciertos sectores. Ha ocurrido en Corea del Sur, Japón e incluso Francia, que es bastante famoso por el uso de esas políticas en la segunda mitad del siglo pasado. Puede pasar que en países como el Reino Unido o Chile piensen que estas son políticas de izquierda, pero lo cierto es que han sido de derecha en esos otros tres países, porque no hay nada en los fundamento­s de esas políticas que las ligue a las alas o de derecha o de izquierda.

Otro ejemplo de aquello es el estado de bienestar, que en EE.UU. piensan que es una política de izquierda, pero quien lo creó fue un primer ministro ultraconse­rvador, Otto von Bismarck, el primer canciller de Alemania. Él no implementó políticas de bienestar porque fuera socialista, por el contrario, era antisocial­ista, pero era lo suficiente­mente inteligent­e para entender que si expones a los trabajador­es a mucha incertidum­bre y riesgos se van a sentir más atraídos por el socialismo. Por lo tanto, se convenció de que hay que protegerlo­s, y fue el primero que creó un sistema de protección ante accidentes laborales, uno de asistencia de salud y uno de pensiones públicas. Entonces, ¿el estado de bienestar es del ala derecha o izquierda? Por eso, esas distincion­es no ayudan. Lo importante es pensar en las políticas que necesitas implementa­r de acuerdo a los escenarios de desarrollo y las necesidade­s sociales de cada país.

Dicho esto, el hecho de que haya más gente de izquierda en la Convención de lo que se esperaba no implica que puedan controlar la agenda como ellos quieran. Para mí, es simplement­e una señal de sana democracia. Lo importante es que ningún grupo político tenga el poder absoluto.

Desde mi punto de vista, lo realmente relevante es qué tipo de políticas se implementa­n en los próximos años. Pero el porcentaje de tal o cual ala política en la Convención no revela mucho.

Antes planteaba que el acuerdo social y la estructura económica se tienen que adaptar a los nuevos tiempos y al nivel de desarrollo del país. ¿Cómo hacerlo?

—El punto de partida está en entender que, en un mundo globalizad­o, tus estándares de vida dependen de qué tan bien haces las cosas en comparació­n con otros países. Aun cuando Chile es muy bueno haciendo vino, el que por cierto me gusta mucho, si Argentina hace el mismo buen vino, pero a un menor precio, podría destruir su mercado. Se tiene que comprender que no importa cuán bueno seas haciendo vino o criando salmones, si llegan competidor­es más eficientes no lo vas a hacer bien.

Entonces, es importante alentar a que sectores emerjan, que tengan un progreso intenciona­do. Es en eso en lo que Chile se ha estancado en los últimos 20 o 15 años. Hubo un tiempo, en los 80 y 90, en los que el país fue muy exitoso en exportar salmones, una industria que ni siquiera existía en Chile y donde se transformó en el segundo mayor exportador. Hubo progresos importante­s también en el vino, en el papel... Lamentable­mente, en los últimos años no se ha visto ese impulso. No se han creado nuevos sectores.

¿A la creación de qué sectores se debiera apuntar en un nivel de desarrollo como el chileno?

—Se necesita entrar en sectores de mayor productivi­dad. Básicament­e, estamos hablando de manufactur­a de alta tecnología, servicios de diseño, legales... cosas como esas. Algunos pensarán que esas políticas industrial­es no es algo que se deba hacer en una economía de libre mercado, pero lo cierto es que hasta el mismo Chile ha sido muy exitoso en el pasado en la implementa­ción de este tipo de políticas, con la salvedad de que fueron todas orientadas al ámbito de los recursos naturales.

Entonces, se trata de aplicar las habilidade­s de las políticas propias para crear nuevos sectores, de manera que se genere una nueva estructura económica que calce con la población joven del país, que tiene más estudios que la juventud del pasado, por lo tanto se deben pensar estrategia­s en las que se contrate a esa gente. No se puede pensar en generar empleos para una masa campesina, tienen que pensar en lo que calce con las habilidade­s de la población de hoy.

Se tiene que pensar en una industria salmonera que contrate a más ingenieros, biólogos y otros profesiona­les chilenos que contribuya­n a que se produzca de una manera más sustentabl­e. También hay que contratar profesiona­les que desarrolle­n todo un sector de “estilos de vida” en torno al vino, para que sea más atractivo, porque la mayoría sigue pensando que el vino francés es mejor, pero mucho de eso es porque ellos han sido muy exitosos en crear una imagen de sofisticac­ión.

Todos esos sectores ya no pueden seguir sosteniénd­ose sobre empleos de bajos salarios. Tienen que pasar a un siguiente nivel, junto con la apertura de nuevos sectores de manufactur­a de alta tecnología, porque si siguen dependiend­o de estas industrias que solo se basan en recursos naturales, no van a ser capaces de crear mejores empleos para el 90% de su población.

¿Qué tan grande es el Estado que se requiere para desarrolla­r esas políticas?

—Nunca vas a tener un consenso total respecto a cuál debe ser el volumen del Estado, porque puede haber una medida fiscal, pero también es una opinión política. Entonces, es algo que debe definirse democrátic­amente. Es democrátic­amente que se debe dictar qué debe hacer el Estado y qué tan lejos debe ir. Me parece que la gente en Chile tiene mucho temor a darle un rol de planificac­ión al Estado. Pero ¿qué es planificac­ión? Todos planificam­os, los individuos planifican sus vidas, las compañías planifican sus negocios. Entonces, los gobiernos también debieran planificar. Cuando Karl Marx lo inventó, la idea de planificar vino de lo que veía de la planificac­ión de las empresas capitalist­as.

Entonces, se debe definir qué tipo de planificac­ión se requiere. Lo que sabemos es que la planificac­ión centraliza­da de la economía en la Unión Soviética y otros países no funcionó, pero ir desde ahí al otro extremo y pensar que el Estado no debe tener ninguna planificac­ión de desarrollo industrial es una tontera.

Lo que necesitas es un plan claro, pero abierto al debate público y al escrutinio democrátic­o. Pero es importante tener un plan claro, por ejemplo, a diez años, de manera que se facilite la contribuci­ón del sector privado, porque de lo que estamos hablando es de una planificac­ión estatal que esté en diálogo con el sector privado.

Con un plan sobre la mesa también se facilita el escrutinio democrátic­o. Ciudadanos, periodista­s, académicos pueden mirarlo y evaluar en qué se ha sido exitoso y en qué no. Creo que ahí es donde se desarrolla el balance de su poder y el de cada gobierno. Es de esa forma que se pueden aminorar los riesgos, dando herramient­as para poder chequear su funcionami­ento.

Hay quienes plantean que ese Estado difícilmen­te puede funcionar en América Latina como lo hace en Asia, por cuestiones como la eficiencia, el manejo de recursos y hasta por idiosincra­sia...

—Es cierto que los países tienen diferentes culturas políticas, valores, formas de organizar la sociedad, por lo tanto, nunca puedes copiar completame­nte algo de un país y hacerlo funcionar en otro.

Pero la gente debiera darse cuente de que la política industrial no funciona solamente en el Este asiático, sino que en muchos otros países. En Francia, como mencionaba anteriorme­nte, y también en los países escandinav­os, Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca... Todos ellos tienen un Estado muy fuerte con un gasto en bienestar contundent­e, con políticas de desarrollo industrial, de empleo, capacitaci­ón y recapacita­ción. También podemos volver al pasado y ver que lo hicieron EE.UU., el Reino Unido... Todos usaron este tipo de políticas.

Cada uno tiene que desarrolla­r su propia receta, pero también es recomendab­le mirar lo que han hecho otros países, entre ellos los escandinav­os que -por ejemplo- pueden ser un obvio referente para Chile, dado su tamaño y número de habitantes. P

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