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Los restaurant­es de Isidora Goyenechea ya sortearon dos cierres y ahora temen al invierno

- Un reportaje de DANIEL FAJARDO CABELLO Fotos MARIO TÉLLEZ

Algunos restaurant­es como el Kilómetro 0, el Milá Resto o La Parrilla del Guatón Jerez no pudieron sobrevivir al vaivén de los cierres por cuarentena­s y reapertura­s. Otros locales tomaron los créditos estatales, beneficios y se adaptaron a un barrio acostumbra­do a muchos extranjero­s en sus calles y a un mar de comensales de empresas que hoy están en teletrabaj­o. Aquí el negocio gastronómi­co se mezcla con el hotelero, el turístico y algo de retail. Pero, sobre todo, se respira el networking empresaria­l, que por ahora, se hace solo en terrazas y en mesas en la calle.

“¡Se llenaron todos los restaurant­es!”, recuerda entusiasma­do José Luis Ansoeaga, socio de La Cabrera, uno de los locales de mantel largo ubicado en calle Isidora Goyenechea, en Las Condes, y que, insólitame­nte, se inauguró en plena pandemia, como una extensión del primer recinto que se encuentra en Alonso de Córdova. Las carnes argentinas y nacionales son su especialid­ad.

La frase se refiere a lo que sucedió en septiembre de 2020, luego de casi seis meses de estar cerrados por la cuarentena. “El público respondió bien. Desplegar las mesas en la calle fue todo una novedad y la gente se veía muy atraída por esa modalidad. El negocio empezó a despegar, hasta que llegó marzo de este año, lo que significó un balde de agua fría y un golpe de gracia para varios”, agrega Ansoeaga.

De hecho, al recorrer parte de la zona se puede apreciar movimiento de mesas, comensales a la hora de almuerzo y muchas motos de empresas de delivery. Todos como despertand­o de un largo sueño, pero con varios periodos de insomnio. Sin embargo, algunos locales no pudieron volver, como es el caso del Kilómetro 0, que estaba en Isidora 3000, el conjunto de locales donde el protagonis­ta es el Hotel W. También cerraron el Milá Resto y La Parrilla del Guatón Jerez, entre otros.

Como sea, el sector aún no recupera ese movimiento de personas que mezclaba el público de oficinas, los consumidor­es del mall Costanera Center y una gran cantidad de extranjero­s que venían a Chile por negocios y encontraba­n en el “Sanhattan” un lugar ideal para hacer networking mientras disfrutaba­n de buena gastronomí­a. Este último perfil es difícil de encontrarl­o por el momento. “Ahora los extranjero­s no superan el 10% de los clientes, pero antes de la pandemia más del 90% de quienes nos visitaban en la noche no eran de Chile. Como sea, ya se está viendo la calle con más vida”, comenta Carolina Sáenz, socia y gerente general del Pinpilinpa­usha.

En el caso de este restaurant­e, nunca estuvieron interesado­s en involucrar­se en el negocio del delivery, “porque somos un lugar de experienci­as, más que de comida. Los números no daban para esa modalidad. Al final aguantamos la cuarentena, algo que fue muy complejo porque había que pagar muchas cosas, pero nos salvamos gracias a los créditos Covid”, agrega Sáenz. Diez de sus 60 trabajador­es eran jubilados, por lo que su situación era aún más compleja. Para ayudarlos, les adelantaro­n parte de sus finiquitos. El resto

se fueron a la ley de protección al empleo.

Al igual que Anseoaga, recuerda con emoción las primeras semanas de reapertura tras la pesadilla de más de cinco meses cerrados. Llegaron a tener entre 100 a 150 personas gracias a las terrazas en la calle. Varias cosas cambiaron. El sábado, que era históricam­ente el peor día, se empezó a vender el triple que antes. “Creo que se debió a que se le dio vida a la calle, e Isidora se transformó en un polo turístico. Incluso llegó un nuevo público, como, por ejemplo, el que andaba paseando con su perro y se dio cuenta que en estos locales podía tomarse una buena cerveza. Ese tipo de comensal está siendo superfiel”, dice la socia del Pinpilinpa­usha. En septiembre del 2020 logró el 70% de ventas de un mes normal y de ahí no bajó del 50%. Hasta que vino el segundo cierre en marzo de este año. “Ahí sí que se puso complejo. Ya estábamos pagando los créditos Covid y parar de nuevo fue difícil”, reconoce.

En el caso de El Cabrera, sí hicieron delivery, pero era un negocio que no superaba el 10% de las ventas del mundo pre-Covid. Entre deudas personales y créditos estatales se mantuviero­n. La montaña rusa subía lentamente, pero subía, hasta que bajó en picada en la última cuarentena total de la Región Metropolit­ana y ahora, con la re-reapertura de hace unas semanas, nuevamente ascienden lentamente. “¿Cómo estamos vivos?”, se pregunta Anseoaga. “Siendo como Mandrake el mago. En mi caso, vamos a tener que trabajar unos dos años para pagar todas las calillas producto de los dos cierres”, afirma.

Con un local en el barrio Isidora y otro en el centro de Santiago, para la Confitería Torres, la reinvenció­n fue clave. “Ambas cuarentena­s las hemos sorteado con todos los ahorros que teníamos y mucho capital de trabajo. Pero todo eso se fundió y tuvimos que acudir a los créditos Fogape, para así empezar a funcionar de nuevo y tener caja. Mi hija armó un servicio de delivery que solo funcionaba los domingos. Nos dimos cuenta que el concepto de “take away” no era solo un monopolio de los locales de comida rápida y lanzamos un proyecto en este estilo enfocado en panadería. Los chilenos somos paneros y es algo que produce una habitualid­ad”, explica Claudio Soto, administra­dor de la Confitería Torres y uno de los líderes de esta empresa familiar. “De hecho, yo soy solo el marido de la dueña”, dice riendo, demostrand­o que al menos, el optimismo no ha retrocedid­o a Fase 1.

El caso del Pasta e Basta es distinto. Es un restaurant­e ubicado en la esquina de Isidora Goyenechea con Vitacura y está adosado al Hotel Interconti­nental, con el cual tiene una relación simbiótica. El hotel cerró el 1 de abril del año pasado y abrió en julio. Un mes después lo hizo el restaurant­e. También se acogieron a la ley de protección al empleo, además de algunos retiros voluntario­s de su personal. También probaron con todas las aplicacion­es de delivery.

“Lo que nos ayudó a sobrevivir fueron los desayunos y almuerzos de los pocos huéspedes que estaban en el hotel, principalm­ente tripulacio­nes de aerolíneas que seguían funcionand­o, entre otros servicios. Eran –por decirlo de alguna forma- nuestros clientes cautivos”, cuenta Gustavo Aizen, gerente general del Pasta e Basta. Con todo esto, el restaurant­e ha caído cerca de un 60% en 2021 con respecto al año pasado. Pero con la nueva apertura esperan revertir esa cifra.

Volvamos a Isidora 3000, donde el Hotel W es claramente lo más visible. Está abierto para estadías y con respecto a los restaurant­es, Nazaret Carbonari, directora de operacione­s de Hotel W Santiago, indica que “se han tenido que ajustar a las distintas fases que hemos estamos viviendo y, por lo mismo, vamos revisando con nuestro equipo, semana a semana, nuestras propuestas”.

Actualment­e el restaurant­e NoSo se encuentra cerrado por reglamenta­ción sanitaria, en espera de la Fase 3. Por otro lado, el restaurant Terraza, que es un lugar semiabiert­o del cuarto piso del Hotel, funciona diariament­e entre las 7:30 y las 20 horas, entregando servicio de desayuno, almuerzo y cena. Y con respecto al Red2One, ubicado en el piso 21, está funcionand­o de lunes a viernes, entre las 16 y las 20 horas.

Un poco más abajo está la tienda el Mundo del Vino. Durante la pandemia tuvieron que hacer algunos ajustes de personal, pero la mayoría fue reubicado en las otras tiendas. Además, reforzaron su canal de venta

online. En marzo se cumplía el contrato anual del arriendo y decidieron no renovarlo.

“Ha bajado mucho la afluencia de público, por lo que no valía la pena seguir con la tienda”, comenta Juan Pablo Heinsohn, gerente general del Mundo del Vino, pero se apura a aclarar: “Sin embargo, seguimos creyendo en el negocio, confiando en que volverá la gente a las oficinas y estamos buscando una nueva locación, siempre dentro de este barrio”. Esperan tenerlo claro antes de que se termine el año, para anunciar cuál será la próxima tienda del Mundo del Vino en el Sanhattan.

El frío que se avecina

Y a pesar de que el proceso de vacunación masiva va en aumento y se empieza a ver una luz al final del túnel, nadie puede predecir las vueltas y ondulacion­es de esta montaña rusa, por lo que el mundo gastronómi­co sigue analizando paso a paso. Y hay un factor en los próximos meses que les preocupa: el frío.

“Se ve bien la reapertura y le ganamos una hora al toque de queda, pero las bajas temperatur­as pueden bajar la cantidad de gente, tomando en cuenta que solo se puede comer en las terrazas o en la calle”, dice Sáenz, del Pinpilinpa­usha.

Por su parte, Ansoeaga, de El Cabrera, también está algo nervioso por el invierno. “Tenemos que integrar un costo muy importante que es la calefacció­n, algo que encarece mucho la operación. De todas formas, no creo que haya un tercer cierre, debido al comportami­ento de las vacunas y eso, me tiene muy optimista”.

Y Soto, de la Confitería Torres, remata: “Creo que de la primavera para adelante vamos a tener mejores cifras. Incluso que antes del estallido”.

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 ??  ?? Desplegar mesas en las veredas y parte de la calle ha sido una de las fórmulas de los restaurant­es de este barrio para repuntar.
Desplegar mesas en las veredas y parte de la calle ha sido una de las fórmulas de los restaurant­es de este barrio para repuntar.
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Algunos clásicos locales como la Confitería Torres han tenido que adaptarse a las nuevas circunstan­cias.
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Los comensales extranjero­s escasean en Sanhattan, pero el regreso paulatino de las oficinas está ayudando al sector.

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