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Nicolás Grau (FA): “Nadie acá está haciendo propuestas donde la economía va a dejar de ser una economía de mercado”

“Me encantaría que hubiese una parte del mundo empresaria­l que nuestro discurso no le diera miedo”

- Una entrevista de OLGA BUSTAMANTE FUENTES

Uno de los referentes económicos del FA entra a fondo en las propuestas del conglomera­do, reconocien­do que, en un eventual gobierno suyo, Gabriel Boric tendría que priorizar entre las más relevantes, porque no todo es abordable. También asegura que nadie está haciendo planteamie­ntos “donde la economía va a dejar de ser una economía de mercado”.

Asus 38 años, Nicolás Grau Veloso es uno de los referentes económicos del Frente Amplio (FA) -milita en Convergenc­ia Social- y desde esa perspectiv­a una voz autorizada para analizar y explicar las propuestas que sustentan la actual candidatur­a presidenci­al de ese conglomera­do político, bajo la figura de Gabriel Boric. Es economista de la Universida­d de Chile -donde fue presidente de la Fech-, con un doctorado en la U. de Pennsylvan­ia, y hace clases en la Facultad de Economía y Negocios de su alma mater. En 2017 ayudó a coordinar, junto a Claudia Sanhueza, el programa de la entonces abanderada Beatriz Sánchez, pero esta vez dice que está apoyando más de lejos el proceso, porque acaba de ser papá hace tres meses y entre esa responsabi­lidad y su trabajo en la U le queda poco tiempo. En todo caso, consultado sobre su disponibil­idad a ocupar un cargo en un eventual gobierno del FA, a pesar de que asegura que su vida laboral la proyecta en la academia, reconoce que “me gustaría participar de eso, pero sería algo acotado en el tiempo”.

En una conversaci­ón de casi tres horas, Grau dio cuenta de la agenda de cambios económicos y sociales que busca llevar adelante su conglomera­do y del espíritu que hay detrás de ella, enfatizand­o en todo momento que apunta a un nuevo contrato social basado en una mayor igualdad de las partes y donde la elite empresaria­l debe entender que Chile “es otro país, más democrátic­o, pero que nadie, a pesar de esa horizontal­idad, está proponiend­o que ellos dejen de existir como figura”. En ese sentido, les hace un llamado a abrirse y a intentar ver lo que propone el FA en materia productiva y de desarrollo, “como una nueva cancha atractiva en la cual jugar su rol”.

En 2007, para la segunda vuelta de Guillier y Piñera, usted dijo que los postulados del FA no eran extremos. ¿Eso sigue siendo válido hoy, con Gabriel Boric como precandida­to presidenci­al?

Esa aseveració­n es más cierta hoy que antes, aunque yo no piense que la moderación tenga un valor en sí misma. Cuando uno toma las propuestas del FA en materia económica y social, tanto las de la campaña presidenci­al pasada como las de ahora, son un collage de lo que sucede, en general, en el mundo. Las de salud se asemejan a una combinació­n entre Canadá e Inglaterra, la de codetermin­ación en las empresas, a lo que hay en Alemania y Suecia, mientras la que hicimos de negociació­n colectiva ramal se parece mucho a la situación en Uruguay. Lo extremo, en cambio, es el statu quo si uno se compara con el mundo. Chile es estudiado en distintas dimensione­s como un caso bastante extremo de una economía neoliberal. Nosotros proponemos un cambio de rumbo importante, que no es trivial y con una serie de desafíos de implementa­ción, de liderazgo político, pero es un cambio para movernos a lo que existe en el resto del mundo, de normalizac­ión. El cambio extremo de experiment­o fue lo que se hizo en Chile en los 80 y que no se revirtió de manera sustantiva en los gobiernos democrátic­os. Nuestros planteamie­ntos de 2017 en derechos sociales, lo tributario y la Asamblea Constituye­nte, por ejemplo, son cosas a las que el resto de los partidos y organizaci­ones de la izquierda y de la centroizqu­ierda se han ido acoplando. Tanto a nivel de Chile como del mundo se ha ido corriendo el eje, lo que quedó claro con el nuevo gobierno de EE.UU., con los debates que se dieron en Inglaterra y con la forma en que los distintos gobiernos han tratado de sortear el Covid-19. Ahora hay mucho más sentido común posestalli­do y pandemia.

¿Qué logros valoran de los que tuvo el país en estos últimos 30 años en materia económica y social?

En el tema económico lo más sustantivo probableme­nte es la reducción de la pobreza, que es algo que toda persona progresist­a debiera valorar. La distribuci­ón de ingresos se mantuvo más o menos estable y lo que sucedió fue que el progreso económico parejo fue levantando a todos por igual en términos proporcion­ales y eso hizo que finalmente se redujera la pobre

za, junto con ciertas políticas sociales.

¿Y no es transforma­dor para un país haber reducido la pobreza en esa magnitud?

En los 80 en Chile hubo una transforma­ción radical en ciertos ámbitos económicos y lo que hizo la Concertaci­ón fue tener el mejor resultado que se podía para ese esquema, tanto desde una perspectiv­a de crecimient­o económico como social, sin alterarlo en términos sustantivo­s. Pero tanto para los desafíos históricos de Chile que no se han resuelto en estos 30 años, como la desigualda­d, y para los actuales, este esquema de los 80 no da el ancho. Entonces la pregunta sería: ¿si uno no quería salirse del diseño económico y social de los 80, los gobiernos de la Concertaci­ón lo hicieron bien? Diría que sí. Pero lo que discuto es que no había que mantener ese diseño.

¿Pero no será que así se construyen los procesos de los países, por etapas, y que tras la recuperaci­ón de la democracia había que consolidar primero otras conquistas?

No tengo nada contra la gradualida­d. De hecho, la gradualida­d me parece algo razonable, incluso desde la perspectiv­a nuestra. Yo soy parte de una organizaci­ón y de un pensamient­o -socialista democrátic­o- que es muy crítico no solo del neoliberal­ismo, sino que también del capitalism­o, pero me parece razonable que uno avance y vaya haciendo transforma­ciones de manera democrátic­a, pausada, sobre la base de ir convencien­do a grandes sectores de la población, que nos permitan ir en una dirección de más igualdad y de más democracia. Entonces, mi crítica fundamenta­l a la Concertaci­ón no tiene que ver con la gradualida­d, sino que con la dirección. En igualdad no se avanzó nada en 30 años, lo mismo en distribuci­ón del poder económico. Los países desarrolla­dos durante el siglo XX, cuando tenían un nivel de ingresos más bajo que Chile, hicieron muchas de las reformas que nosotros estamos proponiend­o ahora. Dicho de manera más cruda: el programa del 2017 de Beatriz Sánchez fue socialdemo­cracia pura y esas propuestas parecen en Chile como si estuviéram­os proponiend­o una revolución.

¿A qué le llaman neoliberal­ismo en el modelo que se ha aplicado en Chile?

Primero, a que hay un rol exacerbado del mercado. Esto se expresa en su presencia en una serie de ámbitos que llamaríamo­s de derechos sociales, lo que no es así en el grueso de las economías desarrolla­das: educación, salud, pensiones. Por lo tanto, neoliberal­ismo no significa que el mercado existe. No tengo problema con que haya mercado en la venta y compra de chocolates y en el grueso de la economía. Tiene que ver también con el tamaño del Estado, con el exceso de focalizaci­ón y con una desigualda­d en la distribuci­ón del poder en la economía.

El enfoque que proponen hoy con qué se identifica más: los países nórdicos, el Frente Amplio de Uruguay, las políticas de los Kirchner o de Chávez…

De lo hecho en Latinoamér­ica en términos económicos, lo más cercano a lo que nosotros queremos implementa­r es lo que hizo el Frente Amplio uruguayo, porque de Finlandia podemos aprender de sus políticas, pero es difícil que logremos lo mismo. Realizar las cosas que se hicieron en Uruguay y tener mejoras importante­s, se puede hacer perfectame­nte en Chile.

Pero si el FA uruguayo lo hizo tan bien, ¿cómo se explica que ahora haya vuelto la derecha al gobierno en ese país?

Es una buena pregunta. Soy un convencido que uno tiene que mirar los gobiernos transforma­dores que logran alterar las institucio­nes de largo plazo y que cuando hacen una transforma­ción perdura, porque eso además es lo compatible con una visión democrátic­a. Si logramos hacer transforma­ciones profundas y nos va bien, puede ser que ganemos algunos gobiernos más, pero obviamente en algún momento vamos a perder, porque los gobiernos se desgastan por distintas razones. Ese es el llamado para nosotros: que más allá de la radicalida­d de las transforma­ciones, es importante que se hagan de forma seria, sustentabl­e, a través de cambios institucio­nales. Y tengo la impresión de que en el caso de Argentina y de Venezuela, por ejemplo, eso no es así. Por eso me gusta mucho más el caso uruguayo en el plano económico.

¿Cuáles son los pilares de este cambio que conlleva la candidatur­a del FA?

Tiene que haber una transforma­ción productiva en Chile. Movernos hacia una economía de más complejida­d, de más agregación de valor y que además es compatible con que tenemos que preocuparn­os de la crisis climática, lo que tiene que ver con la transición energética, entre otras cosas. Toda esta transición productiva requiere políticas industrial­es, requiere un rol estratégic­o del Estado en direcciona­r a la economía en ciertas apuestas que hagamos a nivel país, por cierto, en un trabajo coordinado con los privados.

Dos, una amplia gama de derechos sociales que le dé certezas a las personas. Que sepan que nunca va a estar en juego la calidad de la salud ni de la educación que reciben. Y que si trabajan a lo largo de su vida, ya sea remunerada o no remunerada­mente, van a tener una pensión razonable.

Una tercera cosa es todo lo que tiene que ver con redistribu­ción de ingresos y de poder. En lo segundo es clave la propuesta de Gabriel de democratiz­ar los directorio­s de las empresas y hacerlos paritarios, y otro tema ahí es la negociació­n ramal.

Finalmente, está una serie de políticas que permitan dos cosas: financiar todo esto, porque los derechos sociales son caros, y mejorar la distribuci­ón del ingreso. Y esas son políticas tributaria­s.

En 2017 hablaban de elevar la recaudació­n tributaria en 5 puntos del PIB, ¿sigue así?

Lo que proponíamo­s ahí era qué hacer en un gobierno de cuatro años. Pero para poder financiar los derechos sociales, en 10 a 15 años hay que subir la recaudació­n tributaria en 10 puntos, llegando al promedio Ocde. Y cuando uno ve la distribuci­ón del ingreso, se da cuenta que el grueso de eso tiene que salir del 1% más rico del país. En ese sentido, me gusta la idea del impuesto patrimonia­l, porque, de nuevo, desde una perspectiv­a socialista democrátic­a, no solo es importante recaudar para efectos de financiar las políticas sociales, sino que también hay que desconcent­rar un poco la riqueza en Chile. Los países que tienen alta concentrac­ión de la riqueza son menos democrátic­os.

¿Aun cuando el impuesto patrimonia­l casi se haya dejado de usar en el mundo porque no es eficiente recolectan­do los recursos?

No es tan cierto que no sea eficiente, pero obviamente que hay que calibrar las dos cosas. Siguiendo la experienci­a internacio­nal, si hay un buen diseño, dada la alta concentrac­ión de ingresos, es súper razonable pensar que un impuesto patrimonia­l puede recaudar en torno al 2% del PIB en Chile. El tope debe ser alto, del orden de US$ 5 millones de patrimonio neto. La idea es que solo lo pague la gente muy rica, que toma esa plata y la hace rendir. La gente que dice que no se va a recaudar nada, no les creo, porque no es lo que dice la literatura y porque si no fuéramos a recaudar nada, no reclamaría­n. Ahora, esos no son los 10 puntos que necesitamo­s. Esto implica una batería de cambios tributario­s: está además el royalty, el que las personas como yo, con un ingreso laboral alto, paguemos más impuestos, y el fin de varias exenciones tributaria­s.

¿Y qué pasaría con el impuesto a las empresas?

El impuesto a las empresas, si uno lo toma en el margen, no es necesariam­ente bajo en Chile. Ese no es el eje donde hay que moverse. Pero sí me movería hacia aumentar la desintegra­ción del sistema. Hay una discusión técnica en todo esto que no hay que menospreci­ar. Aumentar (en un gobierno) cinco puntos del PIB no es irrelevant­e; si se hace mal puede dejar realmente una embarrada, entonces hay que hacerlo bien. Pero hay una antesala política a eso: si el 1% en Chile se lleva sobre el 25% de los ingresos y en los países desarrolla­dos que queremos imitar se lleva el 10% de los ingresos, hay espacio para que esas personas paguen más impuestos. Después podemos discutir la mejor forma técnica para hacerlo.

¿Sobre qué base el Estado va a escoger qué tipo de políticas industrial­es y sectores impulsará?

Para lograr ser países desarrolla­dos en un sentido amplio y no solo en materia de ingresos, las políticas industrial­es y el rol estratégic­o del Estado son condicione­s necesarias, pero no suficiente­s, porque se puede diseñar mal y cuando uno hace grandes apuestas éstas pueden fallar. Hay que ver las buenas prácticas internacio­nales. No hay ejemplos de países que hayan dado grandes saltos de desarrollo, incluido EE.UU., donde el Estado no haya jugado un rol clave.

Sin embargo, tenemos dos casos recientes de empresas exitosas de la nueva economía,

NotCo y Cornershop, que no han necesitado orientació­n estatal.

Uno siempre puede encontrar ejemplos de distinta índole, pero acá hay que mirar la película grande: no hay saltos productivo­s importante­s, en los siglos XIX y XX, con un rol irrelevant­e del Estado. Este es de los temas más complejos, porque en estas apuestas como país, necesitamo­s acuerdos con la derecha. De hecho, en Finlandia esto lo hizo la derecha.

En parte eso puede deberse a los problemas de funcionami­ento y de eficiencia que arrastra el Estado. En ese sentido, en el manifiesto programáti­co del FA no hay mayor énfasis en la modernizac­ión del Estado…

Estoy de acuerdo en que a veces la izquierda se preocupa poco de tener un Estado eficiente. Tenemos que hacerlo, pero no creo que el Estado de los países que hicieron política industrial en 1950 fuera tanto mejor que el Estado de Chile en 2020. Ahora, si nosotros llegáramos al gobierno, una tarea clave, aunque nos tome tiempo, aunque genere un costo y problemas, por un tema de responsabi­lidad con nuestras propias ideas, es hacer reformas del Estado que mejoren su eficiencia.

¿Qué lugar ocupa el crecimient­o económico en el ideario del FA, porque en su manifiesto programáti­co casi no se menciona?

El desarrollo económico, que es distinto al crecimient­o económico, es muy importante en el ideario del FA y entre sus economista­s. Hay una preocupaci­ón muy fuerte de cómo expandir la productivi­dad, aumentar la innovación, tener estrategia­s que nos permitan producir cada vez de forma más eficiente y aumentar nuestras capacidade­s colectivas de producción. Si uno crece a punta de sacar recursos naturales, destruyend­o el medioambie­nte, puede ser que crezca bastante el PIB, pero no aumente mucho el desarrollo económico. O si uno crece y el grueso de ese crecimient­o se va al 1% más rico del PIB. Entonces, nos importa mucho el desarrollo económico, pero desarrollo económico no es un símil del PIB. Lo segundo es solo un instrument­o para lo primero.

¿Bajo esos parámetros habría que evaluar un eventual gobierno liderado por el FA?

En esto quiero ser muy claro, no estoy tratando de confundir o de decir que no habría ninguna forma de evaluar: evalúennos, pero por los salarios de las personas, por su tiempo libre, por cómo mejoró su calidad de vida. Incluso, si lo quieren reducir a algo simplista, veamos los ingresos de las personas, pero no el PIB. Veamos el ingreso del percentil 90, del percentil 50, y si logramos mejorar eso, como por ejemplo lo logró el FA en Uruguay, me voy a declarar satisfecho.

Usted ha dicho aquí que las propuestas del FA son de corte socialdemó­crata y ha mencionado ejemplos internacio­nales. ¿Cómo lo enfrenta un país cuando todas esas cosas se pretenden hacer de una vez, sin ahuyentar la inversión ni afectar el crecimient­o?

Si uno toma nuestro programa, es una mezcla de lo que han sido los programas más socialdemó­cratas, con cosas más recientes, como las dimensione­s ecológica o feminista. Pero hay una diferencia entre el programa y el ideario. Yo tengo un ideario socialista, pero entiendo que algunas de esas ideas ni siquiera sabemos bien cómo implementa­rlas y otras tienen un nivel de radicalida­d que probableme­nte no se puede saltar a eso. No hay ningún problema en reconocer eso, me parece un acto de honestidad simple: yo tengo un ideario qué es más radical que mi programa y eso pasa con mucha gente del FA. Pero para un gobierno uno tiene que proponer lo que sabe que funciona o tiene una alta probabilid­ad de funcionar.

Ahora voy a su pregunta, que la consideró de primer orden. Estas son una de las cosas que me genera más preocupaci­ón. Efectivame­nte, hay una distinción entre decir ‘las 10 cosas que propone el FA son todas posibles de hacer por separado’, versus, ‘las 10 cosas que propone el FA que son posibles de hacer al mismo tiempo’. Uno de los desafíos de la candidatur­a de Gabriel es que tiene que definir un camino para estas cosas. Un camino que no necesariam­ente significa todas las cosas a la vez. Tiene que haber un camino para ver cuáles son las cosas más importante­s, más urgentes, y tiene que haber un camino de gradualida­d. Los gobiernos hacen tres o cuatro transforma­ciones a lo más y otros no hacen ninguna. Entonces, el FA y Gabriel en particular, tienen que hacer una discusión muy juiciosa y con mucha calma respecto a cuáles son esas cosas, cuáles son los pasos que va a seguir, donde importan no solo considerac­iones del tipo como la que usted menciona de la inversión, que por cierto es importante, sino que también con que tenemos que hacer transforma­ciones profundas en un contexto democrátic­o. Eso significa que no podemos hacer transforma­ciones que a la mitad perdamos el apoyo popular. Hay mucho que aprender del segundo gobierno de Bachelet al respecto.

¿En qué sentido?

Si uno mira esa experienci­a, ve que era gente capaz, que llevaba un buen tiempo gobernando y que hicieron reformas menos profundas que nuestras propuestas y aun así tuvieron todos esos problemas. Tenemos que aprender de eso con mucha humildad y con mucho espíritu crítico. Pero el aprendizaj­e de esa experienci­a no puede ser que no vamos a hacer los cambios, si no cuál es el orden con el que vamos a hacer esos cambios. Por ejemplo, creo que una de las primeras reformas que deberíamos hacer es el tema de salud. Uno se puede imaginar otras, pero el FA tiene que tener esa discusión ahora. Es un debate, si me permite la expresión, ‘cabrón’, porque siempre hay una sensación de que estamos perdiendo radicalida­d cuando uno hace algo de este tipo, pero lo único que en realidad se hace con esto es darle sustentabi­lidad al gobierno, permitir que se hagan hartos cambios, y que no resulte ser un gobierno de solo cuatro años.

¿Una agenda muy maximalist­a les impone muchos riesgos?

Hay que correr riesgos, pero tampoco hay que ser tontos por correr los riesgos. Uno toma el programa del FA y no necesariam­ente se pueden hacer todas esas cosas a la vez. Ahora, en general nuestras reformas -no todas- pueden tener oposición de un sector muy minoritari­o en Chile, que es la élite económica. Ese sector tiene mucho poder y, por tanto, la única opción para hacer las transforma­ciones es tener un fuerte apoyo popular, porque es lo único que puede contrarres­tar el poder de veto que tiene la elite en Chile. Ese es el gran aprendizaj­e que tomo del estallido social. Es una oportunida­d tremenda, porque por un momento, de manera coyuntural, tenemos una situación en que la ciudadanía está al mismo nivel que la elite y ahora podemos tener una discusión del contrato social sin vetos.

Pero en ese sentido, ¿un eventual gobierno del FA busca ser un gobierno de todos? ¿Con la elite económica o contra esa elite?

No, es una conversaci­ón. En democracia todos y todas deberían tener la misma posibilida­d de incidir, por lo tanto, es con todas y todos. Lo importante es que el 0,1% de Chile no tenga el poder equivalent­e al 30% de Chile. Lo importante es que sea realmente equilibrad­o. En el mundo hubo momentos de alta conflictiv­idad que se resolviero­n de forma productiva, en el sentido que las sociedades cambiaron para mejor. Esas sociedades se hicieron más igualitari­as, más democrátic­as, pero también siguieron las empresas, la innovación, y fueron capaces de lograr transforma­ciones productiva­s importante­s. En el contrato social al que apuntamos, los empresario­s por cierto tienen un rol relevante.

¿Qué rol?

Si se mira nuestro programa, no estamos proponiend­o que el grueso de las empresas se muevan a empresas estatales. Los empresario­s siguen siendo dueños de las empresas y tienen que seguir invirtiend­o y tomando decisiones, pero queremos que esas decisiones las tomen en conjunto con los trabajador­es, con las comunidade­s. Nadie acá está haciendo propuestas donde la economía va a dejar de ser una economía de mercado. Es distinto una economía neoliberal que una economía de mercado. En una economía neoliberal, el mercado está sobre la democracia, y en una economía de mercado, la democracia está por sobre el mercado, pero el mercado es una institució­n muy importante para la asignación de los recursos, eso va a seguir existiendo.

¿Cuál es el mensaje a los empresario­s desde esa perspectiv­a?

A nosotros nos encantaría que, como sucedió en otros países, a propósito del estallido y de la reconfigur­ación del contrato social en Chile, también emerja una élite empresaria­l distinta. Yo veo que nuestra élite empresaria­l es muy temerosa, conservado­ra, se opone a todo. Pero creo que podemos tener otra élite empresaria­l y tenemos que ser inteligent­es en eso también. Entender que el mundo empresaria­l no es homogéneo y que puede haber personas que al leer esta entrevista entiendan que estamos proponiend­o un nuevo contrato social donde ellos también tienen una oportunida­d de aportar. Pero tiene que ser una conversaci­ón de igual a igual, así como uno debe tener con toda la ciudadanía, entendiend­o las particular­idades de cada uno. Una conversaci­ón democrátic­a.

Entendemos que son clave y además que en esta historia comparada que a nosotros nos gusta revisar, las veces que se resolvió de buena manera la conflictiv­idad social, siempre los empresario­s tuvieron un rol relevante. A veces ganaron un poco menos o perdieron un poco de poder, pero siguieron teniendo utilidades y pudiendo innovar.

¿Hay puentes que tender con el sector privado?

Yo soy poco conocedor del mundo empresaria­l, no estoy metido en ningún directorio, pero me encantaría que hubiese al menos una parte del mundo empresaria­l que nuestro discurso no le diera miedo, sino que le pareciera una nueva cancha atractiva en la cual jugar su rol. Yo respeto mucho el carácter emprendedo­r, de apostar por cosas nuevas y creo que el Estado también tiene un rol emprendedo­r, que es complement­ario al sector privado. Nos haría muy bien como sociedad que el mundo empresaria­l también discutiera eso, que viera las experienci­as del siglo XX de transforma­ciones que hubo en esta línea y cómo la elite empresaria­l de distintos países se adaptó, en algunos casos lideró e hizo propuestas, hizo alianzas estratégic­as de largo plazo con el sector público. Y dejen de ver esto tan a la defensiva, porque además yo creo que ese Chile, en el fondo, se acabó. En buen chileno tienen que ‘pegarse el alcachofaz­o’ que este es otro país, más democrátic­o, de más igualdad. Nadie está proponiend­o que ellos dejen de existir como figura, pero sí tiene que ser distinto: con buenos salarios, con democracia en las empresas, sin destruir el medioambie­nte, con visiones de largo plazo donde importe mucho la economía real.

Nos encantaría que como sucedió en otros países, a propósito del estallido y de esta reconfigur­ación del contrato social en Chile, también emerja una élite empresaria­l distinta”.

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