Pulso

Pensiones, retiros y derechos sociales

- —POR NICOLÁS EYZAGUIRRE — Exministro de Hacienda

La pandemia da una base común para comparar las distintas reacciones de política en las diferentes naciones. Una de sus dimensione­s es lo ocurrido con los ahorros previsiona­les. Todos los países tienen sistemas previsiona­les y en todas partes las medidas de restricció­n sanitaria han tenido consecuenc­ias sobre el ingreso de las familias. No obstante, junto a Perú, Chile es el único donde se ha producido un masivo retiro de fondos, al punto que ya un quinto de los cotizantes se ha quedado sin saldo. Y tantos han quedado con tan poco que, de materializ­arse un cuarto retiro, el porcentaje se elevaría a la mitad de los afiliados. Sólo Australia, entre los países desarrolla­dos, ha permitido el retiro de fondos, pero condiciona­do a pérdidas efectivas de ingreso.

¿Qué explica esta singularid­ad, cuando nos preciábamo­s de nuestras políticas? Es bueno reiterar que las contribuci­ones previsiona­les son siempre obligatori­as, por buenas razones. Por lo mismo, el retiro anticipado generaliza­do va en contra de la naturaleza misma de los esquemas previsiona­les.

Una explicació­n plausible es la tardanza que hubo en implementa­r ayudas a las familias, que fluyeron a cuentagota­s, en diseños complejos y en montos insuficien­tes. Pero, para ser justos, últimament­e las ayudas se han masificado y los montos involucrad­os han sido sustantivo­s. Resta clarificar cómo continuará el Ingreso Familiar de Emergencia, pero la presión por retiros adicionale­s no cede.

Otras explicacio­nes apuntan a la crisis económica –que siendo severa, lo es menos que en muchas otras naciones-, o al momento del ciclo político; pero muchos países han enfrentado elecciones.

Parece ser entonces que es el actual descrédito de nuestro sistema previsiona­l lo que explicaría la diferencia de resultados con otras realidades. Bajas pensiones y tasas de reemplazo -en parte derivadas de la baja cotización, que fue como se “vendió” el sistema en la dictadura-, junto a cuantiosas utilidades de las administra­doras de fondos, entre otras críticas, han situado al sistema previsiona­l entre los temas más cuestionad­os en la actualidad.

Las ganancias de las administra­doras, junto a solo modestas rentabilid­ades netas de los fondos, derivan de la concentrac­ión oligopólic­a, donde actualment­e solo sobrevive un puñado de ellas. En los últimos quince años la rentabilid­ad real neta para los cotizantes fue de sólo 3% si se consideran las comisiones, la que se compara muy desfavorab­lemente con rendimient­os de entre el 7% y el 9% real de los fondos previsiona­les en Canadá y Suecia, por ejemplo (que tienen una lógica de inversión colectiva y no individual como la nuestra).

La estructura oligopólic­a deriva de la ley ( orgánica, dispuesta en la dictadura), que fuerza la integració­n vertical de actividade­s de distinta naturaleza. La administra­ción de cuentas es un servicio estándar, que tiene grandes economías de escala. La administra­ción de los fondos –el manejo de la cartera de inversione­s- es un servicio enterament­e distinto, donde existe una gran competenci­a de actores. Lo lógico es que haya un administra­dor único, de preferenci­a público, que aproveche las economías de escala para reducir los costos, y que los fondos sean licitados entre los numerosos agentes de inversión globales, buscando maximizar la rentabilid­ad para un riesgo definido.

A este problema de mal diseño de la industria se suma, como se dijo, la baja cotización. Esto debiera remediarse con un nuevo pilar de seguridad social, financiado por los empleadore­s, con lógica colectiva y solidaria, tanto intra como intergener­acional.

Uno de los mayores problemas, no obstante, es que la demora de una solución definitiva, junto al shock de los retiros, ha derivado en que, por defecto, sea el Estado el que, crecientem­ente, se comienza a hacer cargo de los pasivos (la obligatori­edad deriva precisamen­te del intento de evitar este resultado). Las proyeccion­es del gasto público en previsión eran, antes de todo esto, del orden de 1,5 puntos del PIB. Distintas propuestas plantean subir la pensión mínima en torno al 35% y ampliarla al 80% más vulnerable. Parecen muy atendibles esas propuestas, si queremos garantizar una vejez digna, aun consideran­do que implicaría­n un mayor gasto público del orden de un punto adicional del PIB.

El punto entonces es que se hace imprescind­ible detener los retiros, pues si cada uno de ellos termina engrosando el contingent­e de quienes deberán ser financiado­s por el Estado, como está ocurriendo, el costo fiscal previsiona­l será explosivo. Aún con una sustantiva y necesaria reforma tributaria, las necesidade­s insatisfec­has en materia de políticas de ingresos, vivienda, salud, educación, ciencia y tecnología, por mencionar algunas, son de tal magnitud que no serán abordables si no detenemos el espiral en ciernes de gasto público previsiona­l. La construcci­ón de un pacto que legitime los derechos sociales y disponga las prestacion­es para hacerlos efectivos, requiere de una mayor contribuci­ón de quienes más tienen, pero también de la capacidad que mostremos de poner límites en cada uno de ellos, a objeto de que no terminen comprometi­endo a los demás.

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