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Un primer paso para un necesario pacto fiscal

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El Consejo Fiscal Autónomo (CFA) tiene como tarea evaluar la sostenibil­idad de mediano y largo plazo de las finanzas públicas. En su reciente informe al Congreso, el CFA planteó la necesidad de lograr una trayectori­a fiscal sostenible en los próximos años. En particular, el CFA señaló que “sin una reversión significat­iva de las medidas transitori­as de la pandemia en 2022 y de efectuarse una reducción lenta del déficit estructura­l para los años posteriore­s (…), la deuda neta podría alcanzar niveles en torno a 100% del PIB en un horizonte de 15 años”. Este sería un nivel de deuda muy por sobre los niveles pre-pandemia que exhibía el Fisco chileno, en tono a 15% del PIB, y por sobre los niveles de 50% del PIB que exhiben en promedio las economías emergentes.

Si nuestra deuda pública hubiese estado cerca del 100% del PIB, el espacio fiscal que habríamos tenido para apoyar a familias y empresas frente al Covid-19 habría sido limitado. Así, es importante insistir en que una política fiscal responsabl­e es siempre una política eminenteme­nte progresist­a.

Un escenario de deuda pública sin un esfuerzo de consolidac­ión fiscal implicaría, de acuerdo con las estimacion­es del CFA, que el pago en intereses por parte del Fisco pasaría de representa­r un 1% del PIB en la actualidad a un 5% del PIB en las próximas dos décadas. Este es un cálculo “optimista”, pues no considera los potenciale­s efectos de una trayectori­a fiscal de este tipo sobre costo de financiami­ento del Estado y los privados. Iniciar un proceso creíble de consolidac­ión fiscal es clave para evitar que prioridade­s en materias tales como cambio climático, educación, pensiones, salud, ciencia y tecnología, emprendimi­ento e innovación y empleo sean desplazada­s por el pago de intereses o por la necesidad de un ajuste fiscal en un escenario de crisis en las finanzas públicas.

Es valorable que el gobierno haya anunciado un proyecto de ley de Presupuest­o que considera una reducción significat­iva en el déficit fiscal estructura­l. Este déficit, que mide la diferencia entre lo que el gobierno gasta y sus ingresos permanente­s, pasaría de 11,5% del PIB en 2021 a 3,9% del PIB en 2022. Pero lo anterior no implica en absoluto que la tarea esté realizada. Es un primer paso importante en un proceso de consolidac­ión fiscal que será más largo. Un déficit fiscal estructura­l de 3,9% está muy por sobre el déficit de 1,5% en 2018. Y las perspectiv­as de crecimient­o económico, que son claves para poder mejorar la dinámica fiscal, apuntan a un bajo dinamismo en los próximos años.

Es razonable que algunos actores miren con preocupaci­ón los potenciale­s efectos de una consolidac­ión fiscal cuando todavía existen desafíos importante­s en materia de empleo y de la propia pandemia. Pero lo cierto es que, dada la situación cíclica de nuestra economía, una consolidac­ión fiscal menor no dejaría inalterada a la política monetaria. El Banco Central inició un proceso de aumento en la tasa de interés porque, en su evaluación, el mayor crecimient­o de la actividad y la fuerte expansión del consumo ya habrían cerrado la brecha de actividad en nuestra economía. Un esfuerzo de consolidac­ión fiscal menor implicaría un aumento en la brecha de actividad y, por lo tanto, mayores presiones inflaciona­rias que gatillaría­n un aumento aun mayor en la tasa de interés por parte del Banco Central. Esto implicaría un encarecimi­ento adicional en el costo de financiami­ento de familias y empresas, que tendría como consecuenc­ia una menor inversión y menos empleos.

Lo anterior no significa que el diseño de la política fiscal no deba responder a los desafíos en materia de empleo, particular­mente de empleo femenino, que nuestro país enfrenta. Es necesario potenciar dentro del presupuest­o aquellos componente­s de gasto que fortalecen el crecimient­o y el empleo, como planes de infraestru­ctura, de vivienda y programas de capacitaci­ón con enfoque de género.

Es importante tener en considerac­ión que la discusión respecto de la sostenibil­idad de la política fiscal no es una discusión respecto de las preferenci­as por el tamaño del Estado. Suecia, donde el tamaño del Estado está en torno a 50% del PIB, tiene una deuda pública neta de 10% del PIB; mientras que Australia, que tiene un tamaño del Estado en torno a 37% del PIB, tenía una deuda pública neta de 25% del PIB previo a la pandemia y convergerá a niveles en torno a 50% del PIB post pandemia. Los países pueden tener preferenci­as distintas sobre el tamaño del Estado, lo que si tienen en común los países que cumplen sus compromiso­s con los ciudadanos es una política fiscal sostenible.

La consolidac­ión fiscal que nuestro país requiere implementa­r es una parte de un todo mayor: un nuevo acuerdo fiscal. Es claro que hoy enfrentamo­s el desafío de una mayor y mejor provisión de bienes públicos, que nos permitan sofisticar nuestra estructura productiva a través de la innovación y generar empleos de calidad. También existe una legítima demanda por mayor redistribu­ción que nos permita generar una mayor estabilida­d social. Y este mayor esfuerzo en materia de gasto público requiere de un aumento en la carga tributaria y mayor progresivi­dad de nuestra estructura tributaria. Pero también es muy cierto que para que esta mayor provisión de bienes públicos y de protección social sea sostenible en el tiempo, se requiere de un mayor crecimient­o económico, que sea inclusivo y medioambie­ntalmente sostenible. Solo un acuerdo político amplio y una implementa­ción gradual pero decidida de un nuevo acuerdo fiscal, nos permitirá llevar adelante la transforma­ción social y económica que nuestra ciudadanía anhela.

- El autor es académico de la Facultad de Economía y Negocios de la Universida­d de Chile

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