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Transparen­cia, informació­n pública y el sector privado

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Cuando hablamos de transparen­cia y acceso a la informació­n, inequívoca­mente nos situamos en el ámbito de los poderes públicos. El Ejecutivo, el Parlamento, incluso las empresas del Estado. Su fundamento salta a la vista. El accountabi­lity o rendición de cuentas a la que se encuentran sometidas las institucio­nes del Estado, es uno de los pilares de las democracia­s modernas. La transparen­cia empodera al ciudadano y le entrega una irremplaza­ble herramient­a de control sobre sus autoridade­s.

Pero nada de esto aplica al sector privado.

Cruz Verde es una de las empresas hasta hoy asociada a la “colusión de las farmacias”. Han pasado más de doce años, con cambios de propiedad y administra­ción, y aun así cada vez que se habla del alto precio de los medicament­os en Chile, se hace alusión a ese caso. A comienzos de año, la firma dio un paso impensado: divulgó la estructura de precios de los distintos medicament­os que vende, incluyendo sus márgenes de ganancia. Fue una medida valiosa, un giro hacia la transparen­cia en busca de confianza y reputación frente al país.

El Proyecto Alto Maipo fue controvers­ial desde su inicio. Parte de la polémica fue la suscripció­n de un convenio “secreto” con Aguas Andinas en 2011, relativo a las aguas que utilizaría. Se señaló que “compromete el uso de las aguas para consumo humano en la generación eléctrica”. Ambientali­stas pidieron el convenio utilizando la Ley de Transparen­cia, pero la compañía se opuso invocando obligacion­es de confidenci­alidad contenidas en el propio acuerdo. La Corte de Apelacione­s resolvió que el documento debía ser público. ¿Qué se descubrió? Que no había transaccio­nes de derechos de agua para privilegia­r la generación eléctrica frente al agua potable, sino un conjunto de derechos y obligacion­es dirigidos a compatibil­izar derechos de agua consuntivo­s con no consuntivo­s. ¿Conclusión? Quizás hubiera servido mejor a los intereses de la empresa ser transparen­tes con la ciudadanía desde un comienzo y no haberse opuesto a la divulgació­n de este convenio.

Esta es una lección que el sector privado puede aprender del sector público: la transparen­cia contribuye a recuperar las confianzas quebradas. Esta fractura puede comenzar a sanar a través de actos de apertura, transparen­cia y divulgació­n. Pero actos honestos, más allá del compliance, no sólo la informació­n financiera, medioambie­ntal o regulatori­a a la que se encuentran sometidos. Transparen­cia además por diseño, donde elementos de impacto (la seguridad en el abastecimi­ento de agua, el costo de los medicament­os) se traten desde un inicio como informació­n a ser divulgada, porque los beneficios de construcci­ón de confianza social de las empresas, son superiores a la ventaja competitiv­a que pueden implicar. Los beneficios no se limitarán al negocio, se extenderán al país y su convivenci­a social.

Probableme­nte una de las principale­s barreras será la cultura interna de las compañías, donde la reserva y las cláusulas de confidenci­alidad son la norma. Se trata de ir incorporan­do la transparen­cia como un valor, un activo, no una amenaza o sólo un riesgo. Entender que no arroja resultados de inmediato, son frutos de larga maduración. En el ecosistema corporativ­o, la transparen­cia es un mundo nuevo e inexplorad­o, donde se deben construir las cartas de navegación. Pero es un desafío interesant­e que puede arrojar beneficios públicos y privados. Los primeros pasos están ahí, hay que seguir haciendo el camino.

* El autor es abogado, Ex Presidente del Consejo para la Transparen­cia

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