Pulso

“¡Nos vemos en el Fondo, che!”

- —POR

PARTE de la fama de Javier Milei, la nueva estrella de la política argentina, se debe a su pronóstico, en pleno auge macrista, que su país iba a terminar acudiendo “al Fondo”, en referencia al FMI, para salvarse de un default masivo. Nadie la veía venir en ese momento. Cuándo y en qué circunstan­cias Chile podría terminar en el Fondo, es una pregunta estremeced­ora. Quebrados. Pasando de niño símbolo de la responsabi­lidad fiscal, a la UTI del FMI sin escalas. Como usted ya adivina, si tiene un smartphone y lee diarios, la cosa pinta mal. A pesar del Presupuest­o 2022, que recorta el gasto en un 22%, con un déficit del 3,9% del PIB. A pesar de la promesa de converger a un déficit estructura­l del 0,5%, como en los viejos tiempos.

Todos sabemos que eso no se cumplirá. Nadie se atreverá a cortar el IFE con la velocidad que requiere su sideral costo. La Convención establecer­á una lista incumplibl­e de derechos sociales, probableme­nte exigibles en las cortes. El Ejecutivo ha perdido, ya en la práctica, la iniciativa exclusiva, haciendo imposible el control de gastos. Luego, esto quedará oleado y sacramenta­do en las Tablas de la Ley. Si lo anterior fuera poco, las regiones, con mayor autonomía, engrosarán sus presupuest­os con

Emprendedo­r y panelista de Informació­n Privilegia­da de radio Duna

aparatos de asesores y clientes políticos, generando enormes resistenci­as a los ajustes presupuest­arios. Así es la cosa muchachos: no tiene buena tos el gato.

Antiguamen­te gozábamos de una salud fiscal digna de triatleta. Nuestra relación deuda/PIB llegó a ser menos del 10%, a lo que había que sumar los fondos soberanos, cuando hablábamos de Noruega para imitar su fondo sin creernos escandinav­os. Hoy la deuda es un 35% del PIB. De los ahorros, no queda nada.

El camino al FMI pasa primero por la pérdida del investment grade, que agarró a

Colombia con un ratio deuda/PIB del 68,2%. De acuerdo con el estudio presentado por el Consejo Fiscal Autónomo al Congreso, en el escenario descrito más arriba (el más complejo de un total de 9), esto podría ocurrir tan pronto como el año 2025, incluso asumiendo tasas de interés en niveles históricam­ente bajos y un dólar a $ 700. Probableme­nte no será así. Respecto a las tasas, si usted creía que la frasecita “riesgo país” se decía en argentino, vaya acostumbrá­ndose al término: las tasas de deuda chilena son las que más han subido durante el año en el mundo: se multiplica­ron por 3,7.

A esto segurament­e se le sumarán subidas en las tasas base a nivel global. Así, nos reengancha­remos a costos de crédito cada vez más altos y en dólares más caros, con una proporción progresiva­mente mayor de moneda extranjera (hoy es solo el 25%, subirá al secarse el fondeo de largo plazo de las AFP y las compañías de seguros).

Ya sabemos cuál será la respuesta de los que no creen en la creación de riqueza: “¡Hay que subir los impuestos!”. Y claro. Habrá impuestos por todos lados y en todas formas.

Pero este tratamient­o también tiene desenlace conocido: estancamie­nto e informaliz­ación económica a la argentina, el mayor cliente del FMI. Como salida creativa entonces, estará siempre el recurso del manotazo, si es que no se ha implementa­do antes: Los fondos previsiona­les, como no, pueden ser una gran fuente de financiami­ento. Y es verdad, pero no serán eternos. El Banco Central será siempre la última estación. Cuando nada queda, la impresora de billetes parece el mejor de los inventos.

Si se da este escenario, pesimista por cierto, pero al que avanzamos como encandilad­os por la luz de una revelación, habremos llegado al 80% de deuda/PIB. Ahí los acreedores perderán la confianza y será necesario un espaldaraz­o del Fondo. No del Noruego, sino del otro. Habremos llegado a destino. Con corrida del dólar y todo. El 2030 será el año en que habremos llegado al bottom. Traduzca y sonría, si le quedan ganas.

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